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Rincón de Trazos: Aquel lugar

28-10-2014 / Lecturas, Rincón de Trazos
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Redacción351 vuelve a publicar “Rincón de trazos”, un espacio en el cual Nadia Visokolskis y Gina Maluska compartirán sus textos e ilustraciones semanalmente con nuestros lectores.


Rincón de Trazos: Aquel lugar

Aquel lugar

Recuerdo la primera vez que lo soñé. Tenía 7 años y estábamos solas con mamá en las sierras.

Debo confesar que acampar siempre me asustó de noche. El sonido del río no deja escuchar si alguien se acerca, y el viento mueve las ramas de los árboles haciendo sombras extrañas en la carpa. Como brazos de gigantes. Aquella vez me metí en la bolsa de dormir hecha bolita y cerré los ojos esperando que se haga de día.

Entonces aparecí en un desierto de caliza. No había nadie, sólo yo. Empecé a caminar con cuidado, había pozos por donde fuera.  Algunos tan hondos que cabía dentro de ellos. Divisé  un árbol a lo lejos y allá fui. Llegué agotada así que opté por refugiarme bajo sus ramas peladas.

El sauce comenzó a quejarse de que le estaba apretando las raíces cuando la luz empezó a pegarme en la cara y desperté. Vi el techo azul de la carpa y mamá roncando al lado.

No recordaría ese sueño si no fuera porque comenzó a ser recurrente. Dormida o despierta, daba igual, siempre aparecía ahí.

Algunos detalles se modificaban. El sauce iba cambiando de lugar como de estado de ánimo, y se llenaba de hojas amarillas, violetas o fucsias. El cielo también variaba de color para estar a tono con él.

Adquirí habilidades sorprendentes de trepado, porque a veces el suelo se sacudía y las ramas eran el único lugar seguro. Aun cuando pasaban los temblores me quedaba ahí, distraída con las anécdotas del árbol.

Me gustaba cuando llovía porque los pozos se convertían en recipientes para las estrellas y yo intentaba pescarlas con las manos.

Aquel desierto era mi lugar en el mundo.

Algo pasó en la adolescencia que dejé de soñar y fue como si nunca hubiera existido. Lo olvidé por completo.

No fue sino hasta hace poco, hará un par de años, que hurgando placares de la casa de mi vieja encontré, entre polvo y porquerías, un cuaderno  con mi nombre.

Pasé hojas enteras en blanco hasta que di con un dibujo y recordé todo.

La imagen era vívida. Casi podía estar ahí pegando saltos por el desierto, esquivando los pozos, trepándome al sauce para escuchar sus historias.

Pero la sensación no duró mucho. Volví a ver el cielo celeste de mi adultez, los sauces sin voz en las veredas, el suelo asfaltado.

Lo diferente es que ahora sé que existe aquel lugar. Ya estuve ahí antes, seguro podré volver.

Decidí empacar lo necesario. El equipo de mate, unas mudas de ropa, la brújula, pasaporte por las dudas, lápices de colores y hojas en blanco.

Si no olvido nada, creo estar lista.

¡Deséenme buen viaje!

 

Texto: Nadia Visokolskis

Licenciada en Comunicación Social, aficionada a la escritura, caminante de sueños y pasajera de libros que nos llevan de viaje.

Ilustración: Gina Maluska

Licenciada en Artes Visuales, viajera foto-aventurera, música de la vida, artesana de comidas y graficante de sueños.