Literatura

Pablo Natale – «Acerca del verde claro»

24-11-2015 / Lecturas
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En nuestro espacio de celebración de autores cordobeses, compartimos fragmentos de uno de los cuentos de «Un oso polar», texto de Pablo Natale publicado en 2008 y reeditado recientemente por Editorial Nudista.


Pablo Natale – «Acerca del verde claro»

Hay quienes toman, con sus índices y pulgares, encuadres irrepetibles por donde sabrán acomodarse las palabras, para desacomodarnos de a poco.

La escritura de la imagen, antes que su descripción. El fuera de campo agitado en las márgenes de todo lo que la palabra deja ver, por primera y última vez, en cada lectura.

Pablo Natale escribe. Algunas de sus obras son canciones que su voz libera en los discos de Bosques de Groenlandia.

Aquí compartimos otra forma de sus búsquedas. Un fragmento de «Acerca del verde claro», cuento que integra «Un oso polar», editado por Nudista.

Antes, una entrevista

Ahora sí, el texto.

Pablo Natale – «Acerca del verde claro»

I

Creo que la última vez que vi a Guillermo Kenny fue en octubre de 1992.

La imagen es esta: un grupo de pibes en el patio de tierra (Kenny usaba todo el tiempo esa palabra, “pibes”), un poco de viento, una pelota que volaba hacia alguno de nosotros. No recuerdo si estábamos en el arco propio o en el contrario, no recuerdo qué pasó antes, ni después. No recuerdo la fecha, no recuerdo ni siquiera más detalles que esos: todo está repleto de nubes. Pero sí recuerdo que en ese momento Guillermo Kenny apoyó una mano en mi cintura, acerco su barbilla a mi cuello, empezó a susurrar. Estoy seguro de que me reí, parece que en el recuerdo soy muy estúpido y no me tomo la situación en serio, parece que por eso o porque de cualquier modo era inevitable, Kenny me empuja.

En el recuerdo, la pelota queda detenida en el cielo, detrás. Yo estoy tragando tierra en el piso.

Lo demás lo borré.

Guillermo Kenny, el porteño.

 

II

Pero creo que la última vez que había escuchado hablar de Guillermo Kenny fue en otoño del 2006.

Hacía frío y estábamos en casa de los padres de Julia. Ella salía con Mariana en esa época, no sé cómo había ido a parar yo ahí. Creo que estábamos en el medio de una discusión desagradable, poco amena y estúpida; creo que Mariana decía que no entendía a las mujeres que sólo salían con hombres, que los hombres no eran tan hermosos, que con las mujeres era distinto y se sentía bien, y estaba sobremanera claro que algo raro le estaba pasando, como si lo que decía se estuviese cayendo todo el tiempo al piso y ella lo estuviese intentando levantar.

Meses después ella se fue a vivir a Mallorca y no regresó más. Ese día estaba con las piernas dobladas, agarrándose las rodillas en el sillón y Julia la miraba y le pasaba la yema de los dedos por la planta de los pies y ya no recuerdo si alguna sentía cosquillas o si acaso las sentía yo. Julia estaba recostada en el piso y no hablaba, en general Julia era así. Creo que la situación se fue tornando exasperante, no recuerdo de qué discutimos pero recuerdo que en un momento Julia habló, algo bastante inusitado porque en general sólo hablaba para confirmar si habían empezado o terminado las cosas. Dijo que ella hace unos días había encontrado una foto en el diario y que en esa foto había visto a Guillermo Kenny.

Uno de los perros ladró y creo que sentí frío.

Después Julia salió de la habitación. Mariana se quedó callada. Movía los dedos de los pies y podía poner el segundo dedo arriba del tercero, siempre hacía eso cuando estaba nerviosa, pero además, ahora, me miraba y parecía no querer discutir más. Intentaba hablarme de algo y no podía. Los dedos se cruzaban y entrecruzaban, Julia levantó y apoyó el vaso sobre la mesa, su lengua iba y venía, una gran víbora que se estaba volviendo loca, al borde de enredarse sobre sí misma.

Yo miré la alfombra (había una alfombra) y pensé un rato más en víboras, y así pasaron algunos minutos, hasta que Mariana habló.

Dijo que a ella el único hombre que alguna vez le había atraído era Guillermo Kenny. Dijo que lo había vuelto a ver a los dieciocho, a los diecisiete, a los dieciséis, que soñaba con él casi todas las noches, que en el sueño (siempre era el mismo sueño) Kenny la llevaba en una moto verde a una ciudad rosa donde todo podía volver a empezar. Dijo que Kenny la aferraba por la cintura y yo quise decirle que eso era imposible, dado que Kenny debía estar ocupado manejando, pero no hablé. Seguía sintiendo de fondo los ladridos de los perros mientras ella contaba cuánto le gustaban las pecas de Guillermo Kenny, la remera verde de Guillermo Kenny, la forma en que se acomodaba el guardapolvo, la vez en que saltó por la ventana y desapareció, la vez que rompió el vidrio con un solo dedo de la mano y lo expulsaron, la tarde en que volvió, tenía anteojos y nadie entendía cómo era posible eso –Kenny con anteojos–, parece que le gritaron algo y Kenny no respondió, parece que lo amenazaron y tampoco respondió, todos sabíamos que hubiese podido responder pero no lo hizo, los ojos le temblaban.

Yo la miraba y me daba cuenta que Mariana estaba delirando, sólo tenía muchas ganas de dejar a Julia e irse del país, y sabía que iba a hacer eso y que sólo necesitaba una buena excusa, que la estaba buscando, y entonces los dos miramos hacia la puerta y vimos a Julia apenas sonriendo, con el diario de la ciudad abierto en la sección “Obituarios”, mostrándonos una foto que, indudablemente, era la de Guillermo Kenny.

 

III

En el trabajo me asignaron como alumna a una chica checa. Tiene veintisiete años, el pelo lacio, por los hombros, teñido de colorado y con pequeños rastros de viejos mechones verdes. Lo primero que pienso es que es estúpida, trato de hacerle practicar descripciones físicas en español y en un momento me comenta que las extensiones del cabello se hacen a fuerza de tironeo, las palabras que usa obviamente no son esas pero el gesto exacto sí lo es: ella agarrándose el pelo lacio y rojo y checo, diciendo que todo el resto del cabello está allí dentro.

Las clases pasan rápidamente, el nivel de español de la chica checa mejora en cierto modo, las historias empiezan a pulular. Una tarde ella dice en un español inusitadamente correcto que tiene calor. Se saca la remera. Veo su espalda blanca alejarse de mí y dirigirse a la ventana, veo que saca un cigarrillo y empieza a fumar, veo que tiene una, dos, tres manchas debajo del hombro, veo, más allá de la ventana, dos pájaros trepados en el mismo cable de luz y trato de pensar cómo es que esos pájaros no se mueren.

Entonces ella habla.

Tiene dos hijos y se llama Kathy, dice que me mintió y que no sabe por qué. Cuenta que a los diecisiete años se enamoró de un hombre que tenía una moto, que el hombre la dejó a los dos meses, que no quiso volver a su casa, que se fue a dormir a la habitación de un compañero y que ese día se enamoró otra vez, no ese día, no estoy seguro si dijo “ese día”, pero en algún momento ocurrió. El chico la trataba bien y le gustaba estar en silencio: todas las tardes caminaban hacia el cementerio y a los tres meses se casaron en una ceremonia íntima al lado de una tumba que tenía borrado los tres nombres y en la que sólo se leía una inmensa letra “G”. Los padres de la chica checa no quisieron volverle a hablar. Dice que con su esposo usaban cadenas y ropa negra todo el tiempo, él era fanático de la música punk, a ella en cambio le empezó gustando solamente la ropa punk, pero como siempre después todo se confundió. A los cinco meses se enteraron que iban a tener un hijo. Decidieron tenerlo, pero en las semanas siguientes el niño se murió. Ella no sintió nada por el hijo, al esposo lo dejó a los veintidós y empezó a salir con un español; vivió tres años en Mallorca y conoció a muchos hombres, con uno de ellos adoptó un bebé coreano. No sé por qué le pregunto en ese momento el nombre, esperando que ella me diga “Fabián”.

“Fabián”…

Pero Kathy no dice nada.

Saca otro cigarrillo, antes de volver a hablar, y yo me le acerco, quizás la rozo.

Y habla. Dice que se cansó de esa vida y que se fue, que la dejó, que viaja por el mundo hace dos años y que no sabe exactamente qué fue lo que le pasó, cómo si en algún momento le hubiera pasado algo, y no entiendo y me callo y la imagino moviendo las manos en su pelo, haciendo una y otra y otra extensión, como una enorme araña tejiendo una tela que es un país y que queda cada vez más lejos.

Escucho que dice: “Alguna vez voy a volver a casa”.

Dejo de ver su espalda blanca y desnuda y le observo los brazos. Tiene pecas en los brazos, pequeñas pecas que suben y bajan y pican buena parte de su piel; tiene los dedos largos, los dedos siempre están posados en el mismo sector de la piel y entonces noto que estuvo cruzada de brazos todo el tiempo (pero eso es imposible, así no hubiera podido fumar), y le pregunto qué tiene, qué esconde, qué hay, y baja los brazos, y veo dos palomas en el cable de luz y ahora son tres, y yo recuerdo y vuelvo a olvidar, otra vez, a Guillermo Kenny.