Menos Mitos

Los amores neoliberales, Amalita, Dalmiro y las cuotas de moral desteñida.

28-03-2016 / Lecturas, Menos Mitos
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De la gallarda epopeya del escritor nóvel que huyó despavorido, por no decir que picó champión.


Los amores neoliberales, Amalita, Dalmiro y las cuotas de moral desteñida.

Por Juan Fragueiro.

Los ’90 iban a ser años duros pero al mismo tiempo repletos de desafíos. Después de haberme retirado de los emocionantes desvelos radiales, probé suerte con la literatura. Hacedor de líneas, ése sería mi nuevo objetivo. Tenía más de quinientas hojas escritas con algunos relatos breves y poco coherentes que despachaba cada noche en La Pelela de la Pulga; Los Defensores de Causas Perdidas –Historias para-bobos- (el futuro fue ayer) colgaba de las ansias de perdurar el cariño hacia la más solemne de las transgresiones. Decirlo todo sin los paños fríos de la corrección política, aunque no sabía muy bien para dónde dirigir ese exceso de impulso tardíamente adolescente.

Casi simultáneamente a mi despido del éter, formalicé mi relación de pareja, manteniéndonos hasta la fecha, aprobé una especie de concurso informal e ingresé a trabajar en la revista Hoy la Universidad (de la UNC), previa admonición del director de tal libelo advirtiéndome que el rector Delich le había susurrado: decile a ese Juan Fragueiro que sé muy bien quién es. Puede escribir pero que no opine, no le des espacio para sus opiniones.

En los ratos libres acomodaba esa historia de los Defensores de Causas Perdidas y volaban copias a Barcelona, más precisamente a la oficina de Carmen Balcells (la agente de García Márquez y el irrecuperable zopenco de Vargas Llosa), a un exitoso certamen como el Premio Planeta, a una editorial porteña y a la mismísima Fundación Amalia Lacroze de Fortabat.

A la sazón recibí halagüeñas cartas de la editorial porteña en la que me alentaban y presionaban para aceptar la oferta de publicación inmediata. Las presentaciones comenzarían siendo nacionales y después el mundo sería nuestro. La verdad es que desconfié de semejante oferta así que solicité más información: la editorial tenía como caballo de batalla la revista Caras, en la que debía publicar un cuento semanal con firma sin seudónimo. Ni en pedo, grité amparado en la estupidez de la moral impoluta (cuánto me arrepiento) y los descarté supinamente al tiempo que utilizaba semejante elogio para acometer a la señora Balcells, urgiéndola por una respuesta. Orondamente, ella me respondió pibe, hacé lo que quieras con tu novela, no esperes por nosotros, hicimos una primera lectura y es buena pero tenemos entre manos un elefante blanco.» Se refería a «Noticia de un secuestro», del escritor colombiano. En el entretiempo, Planeta se tomaba su idem para responder ante casi seiscientos concursantes. Aún así fui citado a Buenos Aires para tener una entrevista con Dalmiro Sáenz, el escritor argentino más polémico y lenguaraz de los tiempos modernos. Mirá pibe (el Juancito ya estaba casi en desuso entre mis nuevos conocidos), la cosa es que si querés triunfar tenés que venirte a Buenos Aires. Si te quedas en la Córdoba de las campanas no pasás de pajarito. Acá podés ser un pajarón hecho y derecho. Pero no tengo dónde vivir, no tengo trabajo, no tengo familia en Buenos Aires. Pibe, insistió Dalmiro a pesar de mis 33 febreros, en casa siempre hay lugar, además te incluyo en mis talleres literarios. A pesar de la oferta suculenta, dije gracias paso, y seguí de largo hasta la Avenida Córdoba al 1200 piso 5, un PH impresionante donde moraban las oficinas de la Fundación de la Amalia Lacroze.

Todas las secretarias eran unas niñitas rubias, tan parecidas entre sí que uno podía soñar con cualesquiera sin serle infiel a las otras. Inquirí acerca de mis poesías que fueron puntualmente presentadas al premio de la Fundación (algo así como cuarenta o sesenta mil dólares), y una de ellas, que parecía ser la quintaesencia de la sensualidad fría y apocopada, luego de hurgar en unos ficheros me dijo: Fragueiro… Juan, acá estás. Mirá, tengo una muy buena noticia para vos. No ganaste el concurso pero La Señora te eligió junto a otra escritora del interior, para una tarea que implica el triple del premio. Mañana te esperamos a las 12.45.

Aferrando mis pieses a los zapatos de cuero acordonados, modelo que aún hoy uso por cábala, volví al hotelito de cuarta, en Corrientes esquina Uruguay, dejé el morro psicobolche sobre la cama y me fui al café de La Paz, quizás para pregonar silenciosamente a todos los escribas que se reunían ahí, que eran unos turulatos de quinta, que La Señora me había elegido para algo importante. Mirando por la vidriera esquinada me pregunté qué sería eso de importante. ¿Podía estirar mis propios límites? El pebetón me pareció insuficiente así que alrededor de las tres de la mañana entré en un bodegón cercano al bajo y comí un plato de ravioles tipo Meolans en salsa…

12.40. Nuevamente en las oficinas de la Avenida Córdoba al 1200. Desfile numismático de las rubias etéreas… Pase señor poeta, pase. A la mierda pensé, señor poeta. Bueno, le presento a tal y cual, ustedes han sido elegidos por La Señora para llevar a cabo un proyecto necesario, algo que el país necesita en estos tiempos de turbulencia y decadente historiografía, porque nadie como La Señora para recordar y testimoniar sobre la historia reciente de nuestro amado país. Ustedes deberán escribir la “autobiografía” de La Señora. Momentito, dije, ¿cómo la “autobiografía”? ¿No querrás decir la biografía? No, my Darling, no, ustedes estarán a su lado las horas necesarias para que Ella recuerde y les cuente, ustedes después le darán la forma, pero… deberán firmar un contrato de confidencialidad y jamás nunca pretenderán tener derechos sobre la obra final. O sea, ¿seríamos ghostwriter? ¿Escritores ocultos? Así es…

Y no la escuché más. Otra vez el yo y el superyo y la tracalada moral espartana… Y allá me volví, a seguir cosechando el “Juancito”, desde lugares cada vez más soterrados pero liberados al fin.

Notita: En 1996, el Premio Planeta fue para Federico Andahazi, por su novela El Anatomista. Hubo un gran revuelo pero no por el libro o su contenido en sí, tal vez porque Federico, sin la astucia necesaria, ya había ganado con ese libro en el mismo instante el premio de la Fundación Amalia Lacroze, pero La Señora, advertida del contenido, le retiró el premio dolarizado. Claro, Planeta se lo concedió y el escritor almorzó con “la otra” Gran Señora Legrand.

Amalia Lacroze de Fortabat falleció en 2012, seis años después de haber iniciado su ajena autobiografía, que nunca pudo ser concluida.