Te Cuento

Gabriel Moroni. «Zapping»

27-08-2014 / Lecturas
Etiquetas: ,

Seguimos con la sección de cuentos cortos. Les acercamos otra historia nacida de la imaginación que habla de una de las trivialidades de la vida de hoy: el zapping.


Gabriel Moroni. «Zapping»

Por: Gabriel Moroni
Ilustración: Diana Nicodemus

Tres de la tarde y yo atrapado en el sillón frente al televisor.

El tipo que me lo vendió hace unos meses, con la excusa del mundial, me prometió que tendría el control. Me mostró el rectángulo de plástico negro plagado de botoncitos de colores y me dijo que aquel, el nuevo eje de la vida moderna, se convertiría en el centro de mi universo. Después trajo un manual de instrucciones en más idiomas de los que quizás existan y lo usó para convencerme del amplio abanico de configuraciones poco útiles que el control tenía: desde la posibilidad de controlar la temperatura de un ambiente, si llegara a decidirme alguna vez por un sistema de calefacción digital, o de correr y descorrer las cortinas si en vez de tener el barral de madera tuviera una cinta mecánica con un número ip, hasta la capacidad de manipular la iluminación de las habitaciones, llevándolas de un rojo cálido a un verde fosforescente según la situación.

Además, si fuera necesario, sería capaz cambiar de canal en el comedor desde la pieza o incluso de conectarme a internet sólo apretando dos botones. Este control remoto es una solución integral, dijo el vendedor; te va a facilitar la vida.

Y sin embargo estoy acá, sin poder despegar el culo del sillón del comedor, ni dormido ni despierto en la incertidumbre crucial de la siesta y el control está sobre la mesa. En otra galaxia.

La necesidad de tenerlo se volvió imperiosa recién nomás, cuando empezó un curioso programa en el cual cinco de las personas menos interesantes de la tierra analizan, con la vehemencia de quién debate un reciente brote de ébola en África occidental, cómo se vistieron algunos desconocidos poco importantes que bailaron en un programa de la noche. Preferiría ver en vivo y en directo el emigrar del ñu azul en Tanzania.

En las antípodas del letargo, mi mano, acostumbrada a su abrazo caluroso, lo desea con un fervor que no parece posible dado mi estado vegetativo; intento buscarlo con un movimiento ligero de ojos, para no mover el cuello, pero escapa a mi rango de visión y si bien no lo veo, sé que está ahí, acechándome con sus alternativas.

Tengo que levantarme, lo sé, pero me vence el sueño o quizás el tedio de la siesta combinado con esta luz tan tenue y soporífera que se cuela por la hendija de la persiana invadiéndome el iris ocular derecho y obligándome a cerrar el ojo; así que ahora estoy medio soñando que el control se mueve y se acerca y me alcanza y me endulza el oído con opciones suculentas de fútbol, cine y entrenadores de perros.

Entre dormido o entre despierto cedo al impulso y me levanto de golpe, tomo el control con mis manos y hago, por fin, el ansiado zapping que mi cuerpo necesitaba. Una película muy mala de no menos de veinte años, un programa de chimentos, periodistas deportivos hablando de traspasos intrascendentes, una feria de autos de colección conducida por tipos que usan camisas a cuadro adentro del pantalón, una serie pedorra de adolescentes, un panel de debate de actualidad social con gente que no sale a la calle, un noticiero sesgado. Los canales van y vienen, los miro sin ver y no dejo ninguno: son malísimos.

Suspiro con alivio. Por lo menos tengo el control.