Menos Mitos

Distancias

19-06-2016 / Lecturas, Menos Mitos
Etiquetas: ,

Australes y motos. Hiperinflación y Parisiennes. Dólares y bicicletas. Intereses y La Habana. La Richmond y La Pelela de la Pulga. Historias de té con güisqui y masitas secas.


Distancias

Por Juan Fragueiro.

A veces los recuerdos para nada son cuerdos. Y si este chiste les parece fácil, espérense hasta el final. ¿Cuánta distancia puede haber entre un joven gerente comercial (22 años) de la firma Zanella, despreocupado por la hiperinflación de los ’80, que desayuna un té con güisqui, paga sus almuerzos con cheques, a la noche vuelve al güisqui con quesitos y cerezas, y un maduro (¿?) sujeto que a los 28 años no tiene un austral, conduce un programa radial exitoso a juzgar por las encuestas pero a puro pulmón (restando lo que se llevan los Parisiennes), sin cobrar un salario indigno porque la radio es una FM trucha?

Así visto, recordado y leído, uno puede pensar que la distancia es casi sideral. Pero en medio de la historia hay un lugar bacán, tornado en chabacano, que funciona como hilo temporal.

El bar Richmond está en el principio y en el final de la historia-distancia. Sobre la avenida Colón al cien teníamos las oficinas administrativas de Zanella. En la peor época de la inflación se cobraban cuotas de los planes de ahorro y a la semana había que llamar a los poseedores de los planes para que abonaran una especie de interés disfrazado tras el “desagio” que se dio con el cambio de moneda.

Aprovechándose de esto, el dueño de la sucursal hacía laburar la plata en los bancos. Cuando abonaba las cuotas a la casa central, ya se encontraban vencidas. Esta bicicleta, o bicicletería completa, angustiaba a muchísimos clientes. Una mañana, decidí vestirme de Robin Hood sin calzas y comencé a “sugerir” que si a alguien le “robaban” el producto obtenido, el seguro cancelaba el plan y la deuda quedaba en cero. Logré salvar a muchos (lejos, muy lejos de ser un Schindler) pero lo que no salvé fue mi trabajo.

Una mañana desayunamos en el Richmond, té con güisqui y masitas mientras negociábamos con los cavallieris mi renuncia (juro que les costó muchísimos australes/dólares). La plata se fue, la plata no valía nada y la moral menos aún. Tenía dos opciones: una era irme más de un mes a vivir en La Habana, haciendo nada, sólo para darme un gusto que deseaba desde muy mocoso. La segunda opción era poner esa cantidad en un banco y esperar 14 días para que se multiplicara por el 700%, renovar cada 14 días y así llegar a vivir un año en Cuba haciendo nada.

Tuve grandes discusiones con mis padres porque les estaba fallando, pero para mí era un año o más en La Habana… Después de un mes de semejante circuito financiero (atentos Macri, López y banda), el golpe de gracia. Me llama un operador de Buenos Aires: «Se va todo al carajo, están liquidando el Banco Alas, sacá la guita ya, por lo que te den.»

Frente a frente con el capo de “mi banco de confianza”.

-Me llevo todo.
-¿No querés 14 días más?
-Me llevo todo ahora.
-Bueno, hagamos las cuentas. Depositaste 80 mil dólares. A la fecha tenés algo así como 150 mil. El banco te hace una oferta generosa: salís hoy con 50 mil.

Y así me fui, con un ahorro fingido que se me fue por vías parentales en otra historia…

Ahora viene la bohemia, el yuppi seco, moralmente castigado, intentando redimir(se) en medio del caos menemista. Fue el puntapié para «La Pelela de la Pulga» en una FM trucha que no pagaba salarios. Cada madrugada, después de las 6, desayunábamos en Richmond un té con güisqui y masitas secas. En lugar de abonar con cheque, lo hacíamos con un canje espurio porque el dueño del bar era oyente del programa. De cuando en vez, lo gratificábamos con un chivo: «Terminamos de barrer la cocina y desayunamos en Richmond, Av Colón 140.”

Los gatos de esa época sólo maullaban de noche.