Entrevista

Damián Torres Quinteto presenta «Abriendo cancha»

26-07-2015 / Agenda, Entrevistas
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El tango de fiesta una vez más en Córdoba. Este jueves 30 de julio en el Teatro del Libertador, el compositor y bandoneonista estrena el primer gran trabajo de su quinteto, junto a Dante Ascaíno en guitarra, Jorge Martínez en piano, Leandro Liuzzi en violín y Christian Esquivel en contrabajo. Será una noche con invitados notables. Compartimos una extensa charla, que viene con premio.


Damián Torres Quinteto presenta «Abriendo cancha»

Por | redaccion351@gmail.com

Diez de la mañana de viernes en General Paz y Rosario de Santa Fé. Bar de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Charla con un músico que acaba de sacar un disco de tango. «Abriendo cancha» suena como para desintegrar molinos de viento.

Treinta y ocho años de vida resumidos en una hora y media de café con dos medialunas cada uno y tres docenas de risotadas entre los dos.

Como si las andanzas del ingenioso hidalgo fueran poca cosa, el final tiene premio.

Damián Torres cuenta su vida en presente. No dice: «Estudié, toqué, me fui, volví, grabé…» Dice: «Entonces me pongo a estudiar… Entonces me voy… Entonces me junto con… Entonces grabo con….»

Entonces se respeta.

Tiempo de lectura: Media horita. Vamos:

-…Claro… Corral de Bustos está más cerca de Rosario…

-A 180 kilómetros. Igual vuelvo muy seguido. Tengo una gran necesidad de estar en contacto con ese lugar.

-¿Te volverías a vivir?

-Siempre tengo esa idea en la cabeza. Pensé en el momento en que me retire. Calculo que no va a ser nunca, pero si llega, pienso en volver y poner una ferretería. Ése es mi sueño. Todos se ríen. Me dicen: «Vos estás presentando un disco y querés poner una ferretería…» La verdad es que me encantan las herramientas. Paso frente a una ferretería y me paro más que si pasara frente a una librería. Esto lo pienso hoy con casi 40 años. Cuando tenga 80 veremos qué pasa, si es que llego. Salís de acá y te pisa un colectivo… Qué vas a planear…

-¡Encima donde vivís!

-¡Sí claro! ¡Me puede pisar un colectivo todos los días! Cuando ando muy loco, en medio de un proyecto y por ahí ves que las cosas no te salen, viste, por ahí dijo: «Se va todo a la mierda, dejo todo y me voy a Corral de Bustos, ya mismo.» No lo voy a hacer… Necesito estar en la ciudad, necesito el movimiento.

-Estuve leyendo tu biografía. Estudiaste con cada ñato… Pero no aparece cómo nace tu historia con el bandoneón. ¿Podemos arrancar por ahí? O antes si querés.

-El primer momento de ir a estudiar un instrumento es a los ocho, nueve años, en Corral de Bustos. Y fue el saxo. Estaba la banda del pueblo, así que los instrumentos iban y venían. Un señor de apellido Muñoz, que era de Leones, dirigía y enseñaba. Habré tomado dos meses de clases. Era muy pendejo pero también muy inquieto. La música en casa estuvo desde siempre.

-Tu viejo tocaba la guitarra.

-La guitarra y el contrabajo en un grupo de tango y de jazz. Mi viejo tiene una relación muy amplia con la cultura del pueblo. Hoy por ejemplo, con 72 años, está dirigiendo una obra de teatro. Hace como 30 años que escribe el periódico de allá, que se llama «El Chasqui» y sale una vez al mes. Fue el fundador de los Bomberos Voluntarios…

-¡Ya tiene una calle con su nombre asegurada!

-Totalmente. Hay un auditorio que tiene su nombre. Ahora para el 31 de julio está preparando un concierto en ese auditorio con dos músicos de allá, con todos sus temas. Las letras son suyas, con diferentes compositores… Hemos escrito cosas juntos. «Bar San Martín», que grabó Gustavo Visentín en su disco, es nuestro. Está a pleno todo el tiempo. En una época tenía una radio. Ponía música, transmitía carreras.

-¡Estuvo en todas!

-Mirá, hay una cosa filmada en 16 milímetros que es una locura. Con un tipo que ahora está en Brasil, hicieron una versión de «El pozo y el péndulo» de Edgar Allan Poe, para cine. En un pueblo de diez mil habitantes ¿me entendés? La cinta se la quedó el amigo. Hay fotos de eso, de mi viejo con ropa como de cazador… Siempre tuvo que ver con el empuje de la cultura. De hecho fue como 40 años secretario de cultura. Mi tío también, pintor, guitarrista clásico…

«Con la pinta del viejo» es claramente tu viejo.

-Exacto. Es por una foto en blanco y negro de mi viejo, muy joven, sin barba, sacando humo. Una maravilla. Desde que tengo memoria que lo veo fumar. Cuando era pendejito lo acompañaba al bar. En el pueblo ir a tomar un cortado es como ir a la iglesia. ¡Una religión! Hay dos clubes: Sporting y Corralense. La casa de mi viejo está en diagonal a la sede de Corralense. Entonces yo lo acompañaba a la sede de los clubes, al bar.

-Es un poco loco eso. En los pueblos con dos clubes, la gente va a una sede o a la otra. Está esa rivalidad…

-Claro, pero mi viejo iba a las dos sedes. Y yo tengo la imagen de mi viejo apagando el pucho en la taza vacía de café y yo agarrando la cucharita y pelotudeando con la colilla. A mi viejo le dicen «Turco» y entonces yo era el «Turquito», y me decían que tenía la pinta de mi viejo. Vos ves una foto suya a mi edad y me vas a ver a mí. Iguales, calcados. Aparte culo inquieto los dos… Distinto mi hermano, un tipo más tranquilo.

-¿Qué hace?

-Tiene su empresa. Hacen remeras, accesorios, impresiones. Labura muchísimo, y también es músico. Percusionista. Es mucho mejor que yo. Da clases en una escuela que abrieron allá. Tienen como 120 alumnos. ¡Espectacular! Ahora, cuando viene a Córdoba, camina por la General Paz y me dice: «¡Cómo podés ser tan hijo de puta de vivir en este quilombo!»

-Y sí. Estamos locos. Volvamos al saxo.

-Y bueno con el saxo poco tiempo. A los 10 años más o menos empiezo a estudiar piano con Héctor Gabellini, un profesor de Corral de Bustos. Eso me encantaba. Ahí empiezo a escuchar a Los Beatles y a Piazzolla. En casa había discos de Piazzolla a cagarse. Y cuando me traían a Córdoba, al alergista, compraba los vinilos.

-¡En Vértice Musical!

-¡Seee claro! ¡Exactamente! ¿Dónde quedaba?

-Acá por la peatonal ¿no?

-Ah. Y bueno ahí estaba con el piano, aprendiendo más de oreja que estudiando. La primera cosa que saqué fue «Adiós Nonino». No paraba de tocarlo. Flasheaba con ese tema. Me acuerdo que con un compañero de la escuela que tenía una batería hicimos un dúo. Tocamos un par de veces en los actos y esas cosas. Ya la música era una cosa de todos los días, junto con el fútbol. Jugué mucho de chico, en Sporting. Era malísimo…

-¿De qué jugabas?

-De siete, delantero. A lo Di María, pero muy venido a menos… jajaja

-Mejor los Beatles.

-Claro… Fue con Los Beatles, pero después con todos los grupos, que empecé a ver una cosa: los que estaban adelante en el escenario eran los violeros. En los grupos con teclados, los tecladistas siempre estaban atrás. Salvo las bandas de rock sinfónico, qué se yo viste… El resto, allá perdidos al fondo. ¡Entonces empecé a estudiar guitarra! Trece años tenía.

-Con la viola de tu viejo.

-Y sí. Después, cuando mi viejo vio que estaba enganchado con la viola, me regaló una eléctrica. Una Faim negra tipo Gibson Les Paul, espectacular. Ahí me puse a full, totalmente obsesionado. Ya no hacía ningún deporte. Era llegar del colegio y agarrar la guitarra. A los 15 años empecé a fumar… Quería ser de ese palo y no de otro, con mi primo que tocaba el bajo y un amigo que tocaba la batería. Los tres éramos alumnos de dos locos más grandes que eran hermanos. Al final, los cinco armamos una banda que se llamaba «Corte Americano», una especie de tributo a Soda Stéreo. Era la época de «Canción Animal» imaginate. Bueno, eso duró un tiempo. Después con una formación similar, donde yo tocaba los teclados, fuimos la banda soporte en uno de los primeros conciertos que dio Villa Palma e Vampiros. En los Surgentes.

-¡Pasame más tinto se vino la pachanga!

-Claro… Después de eso armamos un trío de nuevo, con mi primo en el bajo y su amigo Franco en la batería. Eso duró hasta que terminó la secundaria. Hasta ahí eran todos covers; después, a los 17, 18 años, ya eran todos temas nuestros. Ahí nos vamos los tres a Rosario.

-A estudiar música.

-Primero me fui a Buenos Aires a estudiar publicidad. Tenía un autoprejuicio. Pensaba que mi viejo me iba a decir «¿Música? ¿Y de qué vas a vivir?» Nunca me lo dijo. De cualquier manera me fui. Diciembre del ’94. Hice el cursillo de ingreso y en un momento, uno de los profesores tiró una frase clave: «Un publicista no es un artista. Es un comerciante.» Yo dije: «No… ¿Qué hago acá? Yo no puedo vender nada…» Entonces me volví y le dije a mi viejo: «Me voy a estudiar música a Rosario.»

-¡Menos mal!

-Como estaba con la guitarra, me metí en guitarra clásica en la Escuela Municipal. Tenía ganas de elegir un instrumento más, así que me anoté en la Universidad Nacional para violoncello. El ciclo básico eran pocas horas así que tenía mucho tiempo. Seguimos con el grupo, ganamos un concurso, grabamos un demo. A mitad de año dejo de estudiar el cello y ahí fue cuando mi viejo me dijo: «Bueno, a ver… ¿Por qué instrumento te vas a decidir? ¡Pará un poquito Pedro Aznar!» Justo en esos días voy a la casa de un violinista amigo a tomar mates, y me dice «Mirá lo que conseguí.» Y saca un bandoneón…

-Esto en Rosario.

-Sí sí. Mi amigo de Chañar ladeado, pero en Rosario. Me acuerdo en ese departamento vivían cinco músicos.

-Qué lindos chicos…

-Seee… Y en el medio el bandoneón.

-Hace justo 20 años de esto, ¿no?

-Exactamente. En realidad, mi primera imagen de un bandoneón había sido en Corral de Bustos, en un grupo donde tocaba un señor, Atilio Costa, que para mí era como Piazzolla, y otro maestro, Rogelio Zunino, que me lo imaginaba como Troilo. Entonces yo ya tenía como las estampitas guardadas en el inconsciente. Siempre fui muy curioso. Agarraba las revistas y me quedaban todas las fotos de los músicos en la cabeza. Todos los nombres y los títulos. Por eso cuando nos juntamos a comer y miramos alguna película, se me cagan de risa porque me sé los nombres de todos, desde los protagonistas hasta los productores. Y toda esa memoria al pedo que uno acumula me sirvió cuando vi ese bandoneón. Me acordé de Muñoz, el profesor de la Banda del pueblo, que también tocaba el bandoneón. A la vuelta de los años, fue ése bandoneón el que usé para empezar a estudiar.

-¿Te acordás del nombre del violinista que tenía el bandoneón? Habría que mandarle un regalo.

-Claro. Maximiliano Natalutti. Integrante de San Telmo Lounge.

-Viste el bandoneón y te pegaste un viaje a la infancia, a las estampitas.

-¡Totalmente! Entonces pregunté si se podía estudiar en Rosario y sí. Estaba dando clases Domingo Federico. Lo que pasa que era julio, a esa altura del año no me iban a dar pelota. Le cuento a mi viejo y me dice: «Bueno, pero te ponés las pilas. Yo te consigo el bandoneón.» Que fue el que te conté que tocaba el director de la banda. Tengo patente el día que fui a Corral de Bustos, una mañana de julio, hacía un frío de cagarse. Llegué a casa, me fui al patio con el bandoneón, me prendí un pucho y dije: “Bueno, acá arranco, este es el punto cero.” Y cuando lo miré dije: «¡Qué quilombo que es esto! Dónde me metí…»

-¡El portero eléctrico de Capusotto!

-¡Uh esa es mortal! «¡Con razón Troilo se dormía con esta mierda!» jajaja. Pero bueno, tenía algo que me entró de golpe. Viste el olor que tiene cualquier bandoneón… Entre la madera, el cuero del fueye, el cartón, la vida que eso absorbió… Son instrumentos viejos viste. Estamos hablando de un Doble A que habrá sido de mil nueve treinta y pico y que en el ’95, después de caer en vaya a saber cuántas manos, me cayó a mí. Ahí, despacito, fue empezar a descular el teclado, dónde estaban las notas…

-Tenías medio año.

-Tal cual. Al año siguiente me anoto en Rosario, voy a la primera clase y Domingo Federico me dice: «Bueno, ¿vos qué sabés?» Y le digo: «Bueno, ya me sé los cuatro teclados cromáticos, todas las notas abriendo y cerrando».

-¿Ahí ya sabías leer música?

-Claro porque retomé la lectura con Gabellini, que había sido mi profesor de piano. Porque me interesaba poder leer bien.

-Perfecto, entonces le decís a Federico lo que habías aprendido.

-Claro, ese día estaba lleno de ingresantes imaginate. Entonces el viejo me dice «Bueno, como ya sabés todo eso, vos quédate acá con estos que no saben nada, enseñales dónde están las notas, que yo les voy a enseñar a estos otros…» O sea que mi primer día como alumno, fue como profesor.

-Y te encaminaste.

-Ahí empecé a dejar todos los demás instrumentos. Paulatinamente, empecé a escuchar cada vez menos rock y más tango. Ya no sólo Piazzolla, que para mí era música de todos los días, sino todo el tango, encima con Domingo Federico, autor de «Saludos», «Yuyo verde», «Tristeza de la calle Corrientes»… Un tipo que ha tocado en la Orquesta de las Estrellas donde estaba Francini, Osmar Maderna… Una gloria.

-En esa época ya tenía más de 80 años…

-Ahí tenía 82. Como docente el tipo no era gran cosa. El tema era la experiencia que tenía. O sea, estabas al lado de una biblia del tango. Y no sólo eso. Pasados un par de años, un día me dice: «¿Vos tenés traje escuro?» Le dije que sí. «Bueno porque en noviembre nos vamos de gira a Europa con la Orquesta de la Universidad.» ¡Me caí de culo! Hacía dos años que tocaba el bandoneón y ya me iba de gira por Europa…

-Tremendo. ¿Cuántos bandoneonistas eran?

-Dentro de la Orquesta eran cuatro. Con dos después formamos la fila de otra orquesta. En esa época no eran muchos los que habían retomado el estudio del bandoneón. Se había perdido. Incluso me acuerdo de Leopoldo Federico y Libertella diciendo que estaban preocupados porque veían que el instrumento se iba perdiendo. Después, a mediados de los noventa repuntó. Hoy en día hay bandoneonistas buenos por todos lados. Espectacular.

-Y entraste a tocar en la Orquesta.

-Fue una locura. Tenía que tocar un montón. Me dieron la carpeta, me la llevé a mi casa y me puse a pleno. Todo eso fue soslayando lo demás. Y bueno, después entré a la Orquesta del Profesorado de Música que dirigía Javier Martínez Lo Re. Tocamos muchísimo. Tenía arreglos muy lindos. Y después, como siempre estuve obsesionado con el Quinteto de Piazzolla, y también con el Quinteto Real de Salgán, armamos con el guitarrista Martín Tessa el Quinteto La Mano. Y dijimos «vamos a hacer temas nuestros». Yo era una cagada como compositor, un atorrante cualquiera. Pero siempre fui así, un tipo que se caga en todo y no tiene prurito en darle para adelante aunque se lleve puesto todo viste… Como un elefante en un bazar…

-Cómo la letra de Ascaíno en «Destino y milonga». Hay que hacerle frente a la vida.

-¡Claro! Había un par de arreglos que zafaban. Año ’98, ’99 estamos hablando. Yo los veo ahora y digo: «Qué hijo de puta…» Pero bueno era la manera de arrancar. Nunca vas a arrancar con un gol de media cancha o un triple desde el otro aro… La pasamos muy bien, disfrutamos muchísimo.

-Y más o menos por ahí te fuiste a Buenos Aires.

-Correcto. El viejo Federico fallece y me voy a Buenos Aires a estudiar Ingeniería de Grabación. No había terminado en Rosario la Universidad. Estaba en la búsqueda todavía. No me sentía músico de tango. Es más, entré en crisis con el bandoneón. Dije: «No toco más… No puedo tocar esto. Hay tipos que la rompen y yo soy una pedorrada…» Y en ese momento estaba Noelia Moncada, una cantante rosarina que se había ido a vivir a Buenos Aires con su novio de ese momento, el guitarrista Pablo Covacevich. Se enteraron de que yo también me había ido y me convocaron para acompañar a Noelia con la guitarra y el bandoneón. Hicimos algunas presentaciones. Pablo escribe cosas muy lindas y Noelia es una maravilla. Hace poco vino a cantar con la Orquesta Provincial.

-Pero la indecisión te seguía acompañando.

-Es que Ingeniería de grabación tampoco me convencía. Estaba en un momento te juro que no sabía qué carajo hacer, dónde estaba, para dónde iba, quién era… En esos días De la Rúa se sube al helicóptero y se va de la Casa Rosada.

-¡Ah! ¡Lindo momento!

-Un quiebre total. La cuestión que con quien después sería la madre de mis hijos, que vivía en Rosario, nos pusimos de acuerdo y nos fuimos a lo de unos amigos de unos amigos…. A Gales, Gran Bretaña.

-A Cardiff.

-A Cardiff. ¿Qué íbamos a hacer en Cardiff? ¡Ni idea! Pero ahí estábamos. Valija, bandoneón y nada más. Llegamos ahí donde está el Millennium Stadium, una cosa enorme. Cruzando el río hay un pub que se llama Millers Tavern. En el piso de arriba alquilaban habitaciones. Ahí pasamos las primeras dos noches. Teníamos seis meses por delante, porque Gran Bretaña te daba ese tiempo como turista. Uno de los conocidos nuestros, estos que te digo eran amigos de unos amigos, me dice: «Mirá, la verdad, no conozco mucha gente, no sé cómo está el tema del tango acá… Lo único que conozco es una pizzería que está en tal barrio, y es de un tipo que es hermano del bajista del Phill Collins. Pino Palladino es el bajista; Marco Palladino el dueño de la pizzería. Y todos los lunes hay una zapada. Hay un guitarrista con una acústica, otro con una eléctrica y un contrabajista. Y Marco toca el redoblante con una escobilla. Hacen estándars, rock, blues, de todo… Llegate.» ¡Y fuimos! Me miraban con el bandoneón y no entendían nada.

-Con el idioma bien.

-Sí, bien. Siempre estudié inglés y aparte de chico estudiaba escuchando a Los Beatles todo el día. Bueno, cuando nos ponemos a charlar, el guitarrista de la pizzería era el primer cello de la Orquesta de la Ópera de Gales. ¡Un animal! El contrabajista tocaba en la Orquesta de la BBC de Gales. Y el otro violero era un técnico de la BBC. El dueño de la pizzería, muy buena onda, me dijo: «Sumate de una a los muchachos.» Y se armó un cuarteto infernal de dos guitarras, contrabajo y bandoneón.

-Y le tiraste algunas cosas de Piazzolla.

-¡Más vale! Una vuelta aparece una pareja, la mina abogada y el tipo un ingeniero. Vienen a saludarme y me cuentan que bailan en una milonga, todos los jueves, en un lugar donde dan clases que se llama Morganstown. Me invitaron a ir, toda la onda. La gente allá muy hospitalaria, muy solidaria. Los galeses son bellísimos. Bueno, me pasaron a buscar, yo estaba a pata imaginate. Habíamos conseguido una casa en un tercer piso, en la intersección de dos avenidas. Me pasan a buscar, me llevan hasta el lugar, termina la clase y me dicen «¿Querés tocar algo?» Me pongo a tocar y cuando termino, el tipo que manejaba las clases me dice: «¿No querés venir a tocar todos los jueves un rato después de las clases?» «¡Y dale!» Entonces iba todos los jueves y me tiraban unos mangos.

-Claro porque hasta ahí ¿cómo hacías?

-Hasta ahí lavaba copas en un bar, que se llamaba el Brava Café y que estaba en el barrio Pontcanna. Todos los días de cinco de la tarde a ocho de la noche y los fines de semana ya eran ocho horas por día. El día que empecé ahí se jugaba el clásico de Cardiff, que es como decirte un River Boca y vos laburás en un bar de Núñez lavando copas. Sabés el quilombo que era eso… Encima a mí me encanta lavar porque son esas cosas que me desenchufan viste, pero soy muy metódico, yo lavo bien. No vas a ver un vaso en mi casa que tenga mugre… Y entonces ahí estaba lavando y venían a los gritos: «¡Dale argentino apurate que no damos más!»

-¡Un presupuesto en detergente! jajaja

-¡Más o menos! jajaja. Bueno, entonces me mando a tocar y de a poco voy entablando una relación divina con los galeses, todo el mundo apoyándote, dándote una mano. Y de repente sale ir a cuidarle el departamento a una amiga de mi ex mujer, a Niza, a la Costa Azul, en Francia. Un mes. Pleno julio de allá, imaginate. Caemos y bueno, no había mucha gente con la cual hacer relación pero me contactan con el dueño de un bar tremendo. Iban todos los laburantes a jugar a los dados, a escabiar. El dueño un argelino. Escultor el tipo. Manú se llamaba. Cinco idiomas hablaba. ¡Un cráneo! Le encantaba la música y había escuchado a Piazzolla. Una vez al mes organizaba un concierto de jazz. Pude tocar ahí y el loco me dice: “Cuando quieras venite a tocar”. Así que me caía a la mañana con el bandoneón y cuando terminaba de tocar me regalaba un vino. Después toqué con un cuarteto de jazz… Una vuelta me dice: «Tenés que ir a conocer a Art Johnson.» Ar Johnson era un violero de jazz californiano que vivía en Niza, que había tocado entre otra gente con Barbra Streisand. Así que fui a la casa, nos pusimos a zapar… Toda esa experiencia de tocar con gente de cualquier lado te va haciendo un quilombo hermoso en la cabeza…

-Sacá la cuenta… Todo esto año 20…

-2002. Niza fue un placer que de otra forma imposible viste. Caminé por el caminito que hacía Nietzche cuando escribió «Así hablaba Zaratustra», en un pueblito que se llama Eze, ahí cerquita. Después me volví a Inglaterra. Otra vez seis meses como turista y ahí me puse a pensar de qué manera me podía quedar a vivir. Seguí tocando en la milonga pero con una contrabajista inglesa que había estudiado tango en Holanda y tocaba muy bien. Hicimos un dúo y empezamos a laburar porque el Dj y profe de la milonga en Cardiff, como tenía muchos contactos, oficiaba de manager. Entramos a girar. Conocimos Oxford, Cambridge, Leicester, Devon… En Londres fuimos a tocar a Wimbledon. Bueno, ahí le dimos maza y llegó un momento en que había que decidir… Y de alguna manera me empezó a pegar el bajón de la distancia. Finalmente volvimos a Rosario.

-¿Con qué te encontraste?

-Estaba todo para atrás. En todos lados la cosa estaba para atrás. Llamé a mi ex compañero de laburo rosarino. Íbamos a armar un trío de bandoneón, guitarra y violín con dos músicos rosarinos y me llega un mail que hablaba de un concurso para marzo del 2003, para el segundo bandoneón de la Orquesta Provincial de Música Ciudadana de Córdoba. Me presenté, lo gané y me vine a vivir a Córdoba, porque ya tenía un sueldo.

-Todo un cambio. ¿Ya conocías Córdoba, digo, de haber venido y quedarte?

-Nada. Primera vez en Córdoba. Fue un cambio grosso. Otra vez arrancar de cero. Pero me encanta eso. Como te decía, eso de que se te abran puertas nuevas y no saber con qué te vas a encontrar, es para mí. Sino, sería aburridísimo. No me gusta la comodidad. Yo se me siento cómodo en el sarandeo, parado en el samba. Apenas me pongo a laburar en la Orquesta pensé: “Tengo que armar en Córdoba el trío que quería armar en Rosario.” Como acá estaba mi gran amigo y hermano Octavio Brunetti, que falleció hace poco, le digo a Octavio de armar el trío. Entonces, con Octavio y Christian Esquivel, que es mi mano derecha, formamos El Desbande, donde también estaba Gustavo Visentín como cantante. Después Octavio se va a vivir a Estados Unidos, entra Román Carballo en la guitarra, que luego se va del grupo y queda Aldo Cerino en el piano. Así queda formado el Damián Torres Trío. Ahí empezamos a producir eventos, a crear cosas, a grabar discos.

-Viene «Cabulero» en 2008. Y después la formación paralela del Quinteto.

-El Quinteto arranca en el 2009 cuando hicimos un ciclo que se llamó «Cinco Conciertos Tangueros», que fue en Aula Magna de Ciencias Exactas. Ahí hicimos la serie Trío, Cuarteto, Quinteto, Sexteto, Septeto. Así armamos por primera vez al Quinteto. Ya aparecen un par de temas míos. Y en 2010 hacemos otro ciclo, «La posta del Tango», que son tres conciertos.

-También en Exactas. Cada concierto con distintos invitados ¿no?

-Claro. Ahí el repertorio era un tema mío y el resto un recorrido por la historia del tango. Se llamó «Diez tangos, Diez décadas.» Era un tango por década. Todo eso me ponía a escribir, porque tenía que ver qué tango iba a elegir, para hacerle los arreglos viste… Y era arreglar y arreglar y arreglar… Y en paralelo empezaba a escribir mi música, pero ya con un convencimiento. Cuando estaba en Rosario, empiezo a estudiar con Jorge Horst, compositor increíble de música contemporánea.

-Armonía y Composición.

-Exactamente. Era el estudio más metódico que podía tener. Me gustaba porque eran clases de cuatro, cinco horas con un cráneo total. Aprendí tantas cosas en un año con ese chabón… Es un súper maestro de los que tengo, a nivel no sólo musical, técnicamente hablando, sino también por el lado estético, conceptual, todo.

-Y estudiaste con Marconi y con Pane también.

-Sí, pero esas fueron dos o tres clases nada más, porque no tengo constancia… Quiero decir: No me gusta estudiar el bandoneón.

-Nunca mejor dicho: ¡Chan!

-¡Chan Chan! Jajaja. Me gusta pasar más tiempo escribiendo música. Me encanta tocar, pero soy muy vago para estudiar.

-¿Componés desde el bandoneón? ¿O por ejemplo desde el piano?

-Depende el momento. A veces puedo componer desde la guitarra, a veces desde el piano y el bandoneón en diferentes momentos. Y a veces desde el celular. Me pasa mucho eso de caminar por la ciudad y que me salgan cosas.

-Es muy habitual eso. Le pasa a muchos.

-El otro día estaba almorzando con un amigo y hablábamos de un libro, «Elogio de la lentitud», que habla sobre lo importante que es caminar, de esas caminatas en serio, esas que vos salís con tu botellita de agua y te abrís al mundo. Bueno, yo salgo a caminar por la ciudad y la cabeza se me abre. Entonces se me ocurren cosas y las grabo en el celular. Tararareando o silbando. Por ahí, cuando hace muchas horas que estoy laburando y veo que me trabo, largo todo y salgo a caminar. Después te salen cosas en lugares inesperados, los no-lugares como decía este chabón que no me acuerdo cómo se llama.

-¡Marc Augé! Jaja. Lo estudiamos en la facultad.

-¡Ese! Me acuerdo una vez… La llevaba a mi hija a nadar. Estaba esperando que termine su clase y ahí me salió la melodía del tango que le escribí a Américo Tatián. La grabé en un Sony-Ericsson chiquito que tenía. Muchas cosas salen así.

«Doble A» – Así arranca «Abriendo cancha»

 

¿Y «Persistente»?

-Salió antes de la presentación de «Cabulero». Esa semana yo estaba con quince millones de grados de fiebre. Me tuvieron que inyectar penicilina para poder hacer la presentación. Creo que estaba pasado de rosca con la presión de las cosas que tenía. Aparte de la presentación del disco tenía la participación en la Orquesta de Música Ciudadana, por primera vez como director invitado. Eran muchas cosas. No me las bancaba. Ahora sí me las banco. Aprendí a manejar las presiones de otra manera.

-Persisto con «Persitente». En «Buena vida» lo grabaste con el Trío y ahora en «Abriendo cancha» con el Quinteto. Me puse a escuchar las dos versiones. ¡Una tormenta de polenta! ¡En un momento no sabía si estaba escuchando a Damián Torres o a Megadeth!

-¡Vamooo! Jajajajaja.

-Claro… Bueno, las dos versiones tienen exactamente la misma duración. Arranca el piano, sigue el contrabajo. Y la parte de bandoneón en el Trío se la pasaste al violín en el Quinteto. Del lado de la escucha, surge la curiosidad por cómo se elige cada instrumento para cada parte de cada tema. «Peliche» por ejemplo es una locura en cuanto a la sucesión, al contrapunto de los instrumentos. Y uno se pregunta cómo la inspiración o el clima de la obra que va naciendo termina en un instrumento o en otro. ¿Lo dicta la intuición, el oficio, todo junto?

-Mirá. Lo primero que trato de hacer cuando compongo es que la melodía se sostenga por sí sola. Si te fijás, en el disco del Quinteto hay mucha melodía.

-La «Milonga para el Rata»

-Bueno, eso es melodía pura. Para mí, lo más hermoso del tango es esa convivencia entre súper melodías y una rítmica muy potente, muy estable, porque está ligada al baile. Por ejemplo, Piazzolla era un gran melodista. Me encanta y admiro muchísimo a Barbieri, a Anselmo Aieta, a Pichuco. Todos tipos que han creado melodías que las podés silbar por la calle. Llegar a ese punto es lo más complejo de todo. La complejidad de armar un entramado multifónico y súper contrapuntístico… La verdad… A mí no me interesa.

-Sin embargo eso también está.

-Sí, trato de hacerlo, pero está de una manera bastante simple si lo comparás con otras cosas que hay dentro de la música que se escucha. Pero lo difícil, lo complejo, es que algo simple sea lindo, que lo puedas escuchar desde el punto de vista técnico, como músico, y desde el punto de vista intuitivo como cualquier persona que disfruta de la música. Cuando yo creo que logro eso, cuando veo que apareció algo que se puede silbar o tocar con un solo instrumento, ahí empiezo a laburar con los arreglos. Si la melodía está en tal registro, el instrumento que le va a sacar más jugo es éste. Muchas veces pasa que decís: «No, llevemos todo esto al extremo a ver qué pasa». Por ejemplo «Peliche».

-Puse «Peliche» en Google. Entre otras cosas, por ahí dice «estafa». Y cuando escuchás, hay una parte bien Piazzolla. Por ahí aparece Troilo… ¡Parece un afano multitudinario! Jajajaja.

-Jajajajaja. Es que a mí me gusta que esté eso. Por ahí te dicen: «La música que vos hacés es bien tuya…» No existe eso. La música que uno hace es la que hicieron los demás también.

Peliche

 

-Cuando escuché «Con todo el amor de este mundo», me rebotó la segunda parte de «Tango para una ciudad» por ejemplo.

-Es que claro, tiene mucho de Piazzolla eso. Bueno, «Con todo el amor de este mundo» está dedicado a mis hijos. Si la tarareás, la melodía es como un espejo. Como ellos son el espejo mío, y ellos como hermanos son como espejos también.

-¿Fue la primera cosa dedicada a tus hijos?

-Hay otra que hice hace un tiempo, pero la melodía es una cagada. La mandamos para un concurso y a los que la escucharon les debe haber agarrado diarrea. No hay nadie más crítico que yo con mi laburo. Para sacar algo tengo que estar realmente convencido a pleno de que va a andar.

-Los discos suelen venir con la leyenda: «Grabado entre los meses de tanto y tanto». Tus discos dicen: «Grabado de tal día a tal día». Apenas poco más de una semana.

-Es que si no me vuelvo loco. La mayoría de lo que suena es toma dos o toma tres. Había muchas primeras tomas que estaban para quedar pero tenían algunas improlijidades. Así que repetimos.

-Y siempre tocando todos juntos.

-Por supuesto. Hay una calentura ahí que de otra manera no existe.

-¿Cuántas veces, entre ensayos y presentaciones, tocaron esos tangos, para llegar al estudio y que salgan así? Con el Quinteto tocaron en La Fábrica, en Cocina de Culturas

-Y también en El Vecindario, en el Festival de Tango de Buenos Aires. Habrán sido seis, siete conciertos durante el 2014, más la cantidad de ensayos. Nosotros ensayamos todos los lunes. Hay una cosa de entrega de los músicos, ¿no? De hacerse parte de eso que vos proponés.

-¿Surgen cosas en los ensayos que se agregan a lo que escribiste?

-Si bien yo escribo todas las partes, hay muchos momentos donde surgen cosas. El aporte siempre es de todos y lo bueno es que surgen para que el grupo suene mejor y no para que se luzca tal instrumento.

-Hablemos de «Tu hermano fueyero».

-Bueno está dedicado a Pablo Jaurena. Se lo dediqué hace unos años. Lo vamos a tocar juntos ahora en el San Martín para la presentación, con un dúo de bandoneones que escribí ahora, para el intermedio de ese tema.

-Hay muchos temas dedicados. ¿«Buba» también?

«Buba» está dedicado a la abuela de Agustina, mi pareja. Nació por un cumpleaños que teníamos que ir, y dije: «Bueno, le voy a regalar un vals.»

-Y después está el otro vals «Por un año más», de Jorge Martínez.

-Claro, ese está dedicado por Jorge a sus viejos. Todo muy familiar. Pasa así. La mayoría de la música que yo escribí está dedicada a alguien. Yo soy un agradecido de poder vivir de esto y un agradecido de la gente que me rodea. «No te vi venir» está dedicado a Agustina. Si vos te fijás, las primeras cuatro notas del motivo son La – Sol – Do – Si. ¿Tenés una lapicera?

-A ver… Sí…

-Mirá. La – Sol – Do – Si… Entonces…. La a A; Sol es G; Do es Ut, en la forma antigua; Si es S… Te queda: A – G – U – S.

-¡Mirá vos! Después está “Vivita y coleando” que tiene letra de Alejandro Maldino pero suena instrumental. La única cantada es «Destino y milonga», que tiene letra de Dante Ascaíno.

-Claro. El primer tema que escribimos con Dante se llama «Contrapunto». Y después, al tiempo, me dice: «Che, tengo unas décimas, te las paso.» Leí eso y me mató. Esa letra es tremenda. Le dije: «Ya me pongo a escribir.» Arranqué y salió en una tarde. Así, de un tirón. Quedé flasheado y no dudé de que esté en el disco. Y nadie mejor para cantarlo que Gustavo Visentín.

Los Beatles con Pugliese es otra locura.

-¿Garpa viste? El año pasado estaba el proyecto de hacer un homenaje a los Beatles con la Banda Sinfónica, el Quinteto, el Trío MJC, y el Trío de Luis Lewin. La idea era hacer los Beatles con la Banda, desde el tango, el folklore y el jazz. Finalmente no se hizo. A lo mejor se hace este año. Bueno, tenía que elegir tres temas. En casa tengo dos libros que tienen toda la música de los Beatles. Entro a buscar y a tocar en el bandoneón. Nunca había escuchado Tangoloco. Escuché una sola cosa, creo que fue «Day Tripper» y mucho no me gustó. No me gustan mucho esas fusiones. No sé por qué agarré «In my Life», tema que me vuela los pelos. Entro a tocar y en un momento se me cruza «Recuerdo». Te juro tengo la grabación en casa cuando pasó y dije: «¡Claaaro acá está! Mirá vos cómo se une esto!» Ahí nomás pim pum pam y listo, los pongo a los dos. Y cuando arranca, el arreglo del piano hace un pedacito de «La mariposa» de Pugliese. «In my Life» ocupa un poco más de espacio que «Recuerdo», pero están las dos. Era una forma de tenerlo a Pugliese, como un santo en el disco.

-¿Te pega esa idea?

-Sí, totalmente. En casa, en la puerta de entrada, está San Pugliese… Pero bueno. La letra de «In my Life» es un tango.

-Si te parás frente a los discos que tenés en tu casa y sacás todos los de tango. ¿Qué es lo que más queda?

-Queda un quilombo tremendo. Hay de todo.

-Dentro de ese todo, capaz que hay algo que salvás de un incendio.

-Cualquier disco de Tom Jobim. El del Chango Farías Gómez con La Manija, «Rompiendo la red»… Algo de RavelFrank Sinatra me vuela la cabeza. Tony BennettBjörk me encanta… Alfredo Ábalos, Hugo Díaz

-¿De rock?

-Tengo un montón. Divididos me gusta mucho. Soundgarden, Living Colour… No sé, muchas bandas… Por eso es lindo meterte en You Tube… Por un lado está bueno y por otro decís: «Al final no terminás escuchando nada…» Por ahí te pasan un pen drive con la discografía de siete grupos viste. Te sobrepasa. ¿Cuándo vas a escuchar todo eso?

-Nunca. Jajaja. Pero seguimos acumulando. Bueno ahora con internet ya no sería necesario… Pero están los discos físicos y es lindo tenerlos… No sé… Volvamos. ¿Hay planes para después de la presentación del jueves en el San Martín?

-Hay cosas dando vueltas. El 28 de agosto en Cocina de Culturas. Después Villa del Rosario. En octubre con la Orquesta Municipal de Cuerdas, primero con Pablo Di Giusto vamos a hacer el Concierto doble de Piazzolla y después el Quinteto y la Orquesta. Después, creo que para fin de año, un homenaje al Quinteto de Piazzolla. Y un par de cosas más. La idea es salir a mostrar el disco por todos lados.

-¿Cuándo sale el disco con Horacio Burgos?

-Falta grabar un tema de Bill Evans que vamos a hacer con Luis Lewin y con Christian Esquivel, que fue como lo tocamos una vez en el San Martín. Lo que pasa es que yo estoy tan al palo, y Horacio está tan al palo, que por ahí no nos podemos encontrar. La mecánica es diferente. Con el Quinteto y la Orquesta pasa por algo que yo escribo, distribuyo las partes y tocamos. Con Horacio nos juntamos y le damos vuelta a un tema más tiempo. Pero va a salir…

Lewin – Burgos – Torres – Esquivel

 

…Otra cosa pendiente es un disco con Trío y Orquesta de Cuerdas, con temas como «Al parque de los deseos» de Jorge Martínez, que lo adapté ahora para el Quinteto.

-¿Cómo es hacer música con Martínez?

-Jorge es un compositor superior. Está en una esfera en la que yo no llego ni cerca. Lo de Jorge es maravilloso. Hace mucho que le digo que haga un disco con su música, él solo con el piano. Ganó hace poco un premio con una obra para cuerdas. Tenerlo en el Quinteto significa poder nutrir la música desde otro lugar. Bueno, Jorge además integró el Trío desde 2013, después de «Buena Vida», en reemplazo de Aldo Cerino.

-¿Cómo es componer de a dos? Es como romper el esquema del acto creativo del compositor concentrado en lo que va escribiendo.

-Con Pablo Jaurena tenemos tres cosas compuestas así. En uno, él hizo la primera parte y yo la segunda, y cuando se unieron quedaron hermanadas perfecto. A «Borravino» y «En pampa y la vía» las compusimos juntos desde el comienzo.

-La última. ¿Qué te pasa en vivo? Hace poco, charlando con otro bandoneonista, Martín Ellena de los Toch, me decía que ellos ensayan como perros para que en vivo todo salga solo, para que no tengan que estar pensando en no equivocarse y puedan disfrutar de lo que pasa con el público. ¿Qué te pasa a vos arriba del escenario? Sos el compositor, el arreglador, el que dirige. ¿Estás pendiente de que todos hagan su parte y que nadie se equivoque, o te relajás?

-No soy obsesivo con eso. Salvo que sea muy evidente. Pero todos incluso tenemos lugares como para improvisar. Confío mucho en mis compañeros de grupo y confío mucho en la técnica. Tratamos de que todo esté perfecto para no tener que andar pensando en eso a la hora de tocar. Entonces, que fluya viste… Y lo disfruto al ciento por ciento. Hay un video que colgué hace poco, donde tocamos «Con la pinta del viejo». Antes del solo de piano hago un cierre y cambio la manera de tocar. Y se ve que me doy vuelta y el pelado me dice una cosa y me entro a cagar de risa… Me dice: «¿Qué es esto? ¿Un chamamé?» Esos momentos son los mejores del mundo. O acercarme a Leandro y decirle alguna pelotudez para que se ría y se suelte más.  O mirarnos con los otros, con esa cosa cómplice sobre algo que pasó. Si no disfrutás eso… La música es muy importante en mi vida, pero más importante es la relación con la gente con la que hacés música. Si salís a la calle pensando que porque algo te salió bien ya sos Gardel, estás en el horno. Siempre tenés que estar un paso adelante tuyo para poder mirar para atrás y corregirte y superarte. Vos sos tu propia competencia. No el resto. Yo veo gente que se pone como el orto cuando a otro le va bien. Una cagada ¿entendés? Yo me quiero divertir. Yo quiero jugar a la pelota. Para jugar a la pelota no podés jugar solo, necesitás un equipo. El Quinteto no es sólo una usina de música sino de mucho amor también. Nos juntamos a comer más que a ensayar. Nos emborrachamos y nos cagamos de risa y eso es lo que hace que el disco suene como suena, y sobre todo en vivo. Es energía pura porque la energía viene por todos lados. Y jamás la solemnidad. Nos vivimos riendo. Yo me río de mí mismo.

«Con la pinta del Viejo.»

Agendá:

Damián Torres Quinteto presenta «Abriendo Cancha»

Jueves 30 de julio – 21.30 horas. 

Teatro del Libertador – Vélez Sarsfield 365.

Invitados: Eugenia Menta (violoncello) – Pablo Jaurena (bandoneón) – Gustavo Visentín (voz).

Entrada: $100. Estudiantes y jubilados: $70.

 

¡Sorteo!

Gracias a la generosidad de Damián, tenemos dos ejemplares de «Abriendo Cancha» para regalar. Dejando un comentario aquí mismo con los últimos tres dígitos de tu DNI, participás del sorteo. El jueves 30 de julio publicaremos los ganadores.