Vale Arévalo

Vale Arévalo

2019

Leer en el colectivo.

Tomar un colectivo en la ciudad de Córdoba se convierte en un momento donde uno en la espera practica todas aquellas disciplinas de relajación ante el incumplimiento de horarios falsos, unidades destrozadas, como así también el valor del transporte ante tan mal servicio, y el tratamiento a los pasajeros como si fueran animales de carga. Pero no los voy a aburrir con ese tema y no es el momento que nos sumerjamos en la depresión del sistema del transporte urbano de nuestra querida Docta.

Aquella mañana, preferí ir en colectivo hacia el centro, pero antes de salir fui en busca de un libro. En mi casa el valor de ellos es muy importante. Por más que los tenga leídos están ordenados a modo decorativo en una biblioteca que va de pared a pared, como seguramente lo hacen todos los amantes de la lectura. Con un recorrido variado están todos aquellos que representan cada momento de mi vida, cada sueño, nostalgias, alegrías, fracasos, y aquellos que compré sin saber muy bien por qué, como así también alguno que otro que heredé, o me apropié.

Me costó elegir, recorrí con mi mirada cada rincón, cada estante, y así como cada uno de ellos me hacía recordar, pensar, sonreír, fue como realizar un pequeño viaje retrospectivo de mi vida. Debía elegir uno al azar, uno que me acompañara en aquel viaje en colectivo rumbo al centro, algo que me permitiera pensar en otra cosa, y así fue como encontré a “Mi planta de naranja lima” de José Mauro de Vasconcelos, una de las más importantes obras de la literatura brasileña, aquella historia de un niño que descubre el dolor y se convierte en adulto rápidamente.

Lo cargué en mi mochila y me dirigí a la parada de colectivo. Por suerte la espera no fue tan larga, quizá se debía a la ansiedad de ir hojeando nuevamente aquel libro que tantos recuerdos bonitos traía a mi mente. Subí al ómnibus, me senté y rápidamente saqué el libro para sumergirme en la lectura una vez más.

Me dispongo a disfrutar sin antes hacer pasar las hojas frente a mí para sentir el olor añejo del libro y descubro todos los recuerdos que puede conservar , no sólo aquellos que llevamos en nuestra mente y corazones, sino también aquellos recuerdos materiales que con el paso de los años olvidamos como señaladores, entrada a recitales, dibujos realizados en servilletas, una pequeña flor seca, boletos de colectivos, como así también aquellas puntas dobladas que indicarían en dónde se había detenido la lectura, párrafos subrayados, y algunas palabras envueltas en círculo.

Todo ello me llevo a mirar cada uno de esos recuerdos de manera pensativa, nostálgica, y con felicidad de poder conservar tan bello tesoro que formaba parte de mi vida y de mi relación con la lectura.

Esa mañana, y de manera contradictoria, disfruté el viaje en colectivo, “Mi Planta de Naranja Lima” hizo ida que todo fuera diferente.

 

2018

Paula.

Hago equilibrio como una malabarista, sorteando los obstáculos de los escalones ocupados por jóvenes que hacen caso omiso al llamado de ingreso, así como también los restos de sándwiches pisoteados, alguna que otra botella aplastada y aquellos inquietos que suben velozmente como si tratara de una carrera.

Me había propuesto ser la primera en llegar desde que Paula se había tomado el atrevimiento de filmar una clase en la que me encontraba casualmente, revisando unos mensajes de mi celular. Quería hacerle saber lo molesta que me encontraba, el reto que había tenido por parte de los superiores con apercibimiento de por medio. No lo había considerado justo ya que, si estaba prohibido el uso de celular en clases, tenía que ser para ambas partes iguales.

Por el largo pasillo que conduce a la última aula los veo venir.

-¡Buenos días!

-¿Trajo los trabajos prácticos?

-¡Hora libre profe!

Son las primeras voces de aquellos entusiastas y los no tantos. Sonrío, los saludo. Al ingresar todos, pregunto:

-¿Alguien sabe si Paula va a venir?

Gestos  de incertidumbre. Nadie sabe de ella. Era fundamental que estuviera para el desarrollo de la clase. El cuatro como resultado de su trabajo sería motivo de queja y reclamo, luego mencionaría  su frase:

-¡Es injusto Profesora!

Se caracteriza por su verborragia e insistencia en discutir de mal modo lo que considera injusto. Es la típica adolescente que se manda las mil cagadas y que casi siempre el canchero del padre y la boluda de la madre tratan de justificar con argumentos que carecen de coherencia intentando avalar lo que hace la chiquita.

Comienza el despliegue, entrego los trabajos y comienza el show. Algunos se quejan, otros festejan victoriosos, los apáticos de siempre sin manifestaciones y aquellos expertos en hacer analogía con las hojas de sus compañeros. En el medio del espectáculo se abre la puerta, ingresa intempestivamente, me mira de reojo, mueve su larga cabellera y emite un sonido gutural que no logro entender. La detengo diciendo:

-Me parece que sería bueno, golpear y decir permiso, o simplemente “buenos días”.

Se da vuelta, me mira de arriba abajo y con su típica expresión de oliendo mierda, pronuncia un leve «Buenos días», habituada a sus llegadas tarde, a ingresar de esa manera, acompañada de sus malos modales. Pero la cosa había cambiado y las consideraciones habían expirado desde aquella mañana que tuvo la maliciosa idea de grabar  el momento en el que me encontraba con el celular en mano.

Se ubica en su banco y desde ahí escucho:

-¡Falta mi trabajo práctico!

-Lo que pasa que llegaste tarde y ahora vas a tener que esperar hasta el final porque comienzo con el desarrollo de la clase.

Me alegro por hacerla esperar. Dispuesta a comenzar, todos en silencio, menos ella. La escucho quejarse y decir el cantito que la caracteriza:

-¡Es injusto Profesora!  

-Hay muchas cosas injustas Paula, vas a tener que esperar, igual para calmar tu ansiedad te comunico que no has aprobado, te sacaste un cuatro. Tu trabajo ha sido insuficiente y vas a tener que hacerlo para mañana. Luego te lo entrego.

Se pone de pie, levanta la voz y me exige que le dé su trabajo. Trato de no responder, sólo la miro, por dentro se venían millones de respuestas posibles. Dejo que descargue su ira, en breve cruzaría la línea de lo que no se debe. Sus compañeros intentan calmarla. A punto de derramar lágrimas de cocodrilo, me acerco y le digo:

-Estás muy nerviosa, deberías aprender a tolerar que no siempre las cosas salen como lo esperás. Pero esta vez te pasaste del límite. Gritar de esta manera no corresponde. Andá con la preceptora y explicale lo sucedido y ya que estás pedile el talonario de amonestaciones ya que considero que este atropellamiento es propio de una falta más de respeto por tu parte.

Se aleja, emitiendo palabras por lo bajo, golpea la puerta fuertemente. Me dirijo al frente, miro a los alumnos,  sonrío y les digo:

-La vida es así chicos. Muchas veces las cosas no se dan como esperamos…

Vale Arévalo – Comunicadora – Docente – Conductora de «Vamos a un Bar».