Fernanda Juárez

Fernanda Juárez

2018

Foto: Ricardo Delcre.

En 2018, el sello editorial cordobés independiente Caballo Negro publicó el libro «Al rescate de lo bello», el cual reúne una serie de textos que Jorge Barón Biza escribió a lo largo de su carrera. Este escritor, periodista y crítico de arte tuvo la idea de hacer un libro con sus artículos y, en 1998, me contrató para que transcribiera algunos de esos escritos. En aquel entonces, yo era una joven estudiante universitaria y estaba entusiasmada con la idea. Pero debieron pasar veinte años hasta que esos artículos que dormían en cajas, archivos y estantes de hemerotecas pudieran finalmente salir del modo espectral en el que permanecían para alcanzar una forma accesible al lector.

Como en la búsqueda del tesoro, durante todo ese tiempo, fui siguiendo pistas, reuniendo piezas sueltas y frotando la lámpara de un lenguaje encantado que no me pertenecía. Ese viaje interno por las contradicciones de aquello que, antes de convertirse en palabra, late como sueño, fue al mismo tiempo revelación y confirmación. Por un lado, hubo que volver sobre las dificultades y aflicciones que el propio Barón Biza experimentó cuando quiso publicar su libro, al encontrarse lejos de Buenos Aires y de las grandes editoriales. Por otro, hubo que aceptar que «Al rescate de lo bello» guardaba una enseñanza sobre el ciclo de las ideas. Hoy sabemos que a las palabras no siempre se las lleva el viento –aunque es hermoso pensar que las palabras pueden volar- y que un proyecto formulado originalmente como deseo y semilla puede florecer en un tiempo distinto -tal vez un tiempo equivocado- cuando su autor ya no está entre nosotros.

¿Cómo es que un pensamiento llega a convertirse en libro? El interrogante conduce al recorrido que hacen las palabras desde la chispa que alumbra su nacimiento hasta que –mediante sofisticados procedimientos de aleación y pulido originados en los movimientos del corazón y las manos- consiguen transformarse en ese objeto cultural sorprendente que reconocemos como libro. El proceso incluye el ensamblaje de una variedad de piezas, ensueños y saberes. El viaje comienza, generalmente, con un pensamiento íntimo que aletea en lo profundo del escritor, para luego continuar con una conversación con el editor donde tiene lugar un intercambio de ocurrencias, conjeturas y tachones. Una vez superada esa instancia, el costal cargado de signos sigue su marcha hasta la comarca de los diseñadores en la que conviven maestros de la tinta y obreros del papel -tipógrafos, maquetadores, imprenteros y encuadernadores- responsables últimos de convertir ese material incandescente e informe en una delicada cajita de fósforos lista para ingresar al reino de libreros y feriantes.

El viaje de esas palabras no está exento de sobresaltos, contramarchas y emboscadas. El proceso requiere de una destreza particular para manipular dosis concentradas de sustancias peligrosas –caprichos y pasiones- que ante el menor descuido pueden ocasionar explosiones o incendios capaces de convertir un valle fértil en tierra arrasada. Con lo que resulte de esos experimentos realizados en el laboratorio editorial se irá formando la argamasa que dará sustento a la peculiar empresa de pretender transformar las ideas –aire y luz- en un material impreso accesible al tacto y a la vista.  ¿Cómo es que ese puñado de palabras sueltas que flotaban libres en el tiempo fueron atrapadas en una página y, tras pasar una temporada de apareamiento y multiplicación, llegaron a ser hiladas laboriosamente para conformar un texto? ¿Fue por efecto del relámpago y la tinta, de la brisa y de la prensa, que las letras resultaron ordenadas en cuidadas líneas y estampadas sobre el papel? Lo ensortijado del procedimiento requiere –para llegar a buen puerto- tanto del dominio de técnicas ancestrales de escritura y composición como de alquimias novedosas que prevén la circulación de las ideas por pasadizos lumínicos y escaparates digitales en los que discurre, intermitente y huidizo, el deseo y el interés del lector contemporáneo. Nunca sabremos a ciencia cierta cuál es el secreto de esas combinaciones: sabemos que no es sólo cuestión de inspiración, erudición, moda, algoritmos o voluntad de trascendencia. No es tarea sencilla lograr que esas palabras despierten, que logren atravesar a fuerza de machete la espesura del monte para llegar, rozagantes y perfectas, a las puertas del corazón del lector.

La fenomenal crisis por la que atraviesa la industria editorial en nuestro país enciende las luces de alerta sobre cuál será el destino del libro o, mejor, el destino de esas ideas que aún permanecen en estado embrional y que sin la ayuda, los cuidados y los estímulos necesarios, tal vez nunca vean el sol. Quizás queden así en su forma latente sin conocer jamás una forma definitiva. Quizás se transformen en suspiros o regresen a su anterior estado onírico o a su vieja morada en el inconsciente. Tal vez duerman como apunte en una libreta o permanezcan encriptadas en formato de archivo y en terminaciones alfanuméricas para luego ser consumidas por la erosión y la obsolescencia tecnológica.

O quizás, en 2019 vuelvan a encenderse las calderas donde se agitan las voluntades para que renazca la industria nacional del libro. Y así, con la fuerza de ese viento ardiente, con la energía del fuego y el amor, los libros vuelvan a aventurarse por mares embravecidos, arriesgarse por rutas desconocidas y enfrentar tempestades para arribar a nuevos territorios. Tal vez así los autores –aun los que se encuentran lejos de la gran metrópoli y sólo cuentan con una pequeña balsa para atravesar el pantano- logren llegar hasta lugares inhóspitos en la frontera o a esa isla abandonada donde aguarda famélico el lector apasionado junto al lector potencial que aún no se ha descubierto a sí mismo lector pero que igualmente sueña cada noche, bajo el brillo inocente de las estrellas, con ese barco velero que algún día pasará a buscarlo.

Fernanda Juárez – Comunicadora social y docente.