» «Quasar» en Quinto Deva redaccion 351

Por Alejandra Migliore.

Foto: Rodolfo Osses.

En tiempos donde el teatro se piensa, explicita sus reglas o las esconde mejor, cuando coquetea con correrse hacia otras artes y mostrar/violentar así sus propios límites, ahí donde la pregunta vuelve una y otra vez: ¿Qué es el teatro? ¿Qué es la teatralidad? ¿Dónde radica? ¿Cuándo se muere? ¿Cómo vive? En estos tiempos, aparecen “los irreales”, como les decimos quienes los conocemos o el “Colectivo Irreal Academia”, como les gusta nombrarse a ellos.

Pero como siempre, el nombre otorgado configura un hecho diferente que tiende a captar mejor lo que uno es ante los ojos ajenos… ¿Dialéctica del reconocimiento? Más bien intuición: ellos son irreales. Lo que hacen, lo que logran, lo que comparten, lo que dicen es lo imposible. Tampoco son imaginarios y definitivamente no son naturales, ellos son irreales.

Sus obras no son teatrales en el sentido convencional. Son acciones, performances, pero los rótulos les quedan chicos. Rosana Fernández, Diego Trejo, Rodolfo Ossés y Tachi Pizarro Luna hacen trampa, habitan los límites, vuelven regla el azar.

Cuando el teatro se piensa en sus formas de producción y circulación, ellos juegan y en el juego construyen nuevas formas de producción y circulación. Están en la sala Quinto Deva, que está más linda que nunca y los cobija y nos contiene en ese acto mágico que ellos producen, en un ritual sin palabras, donde sus cuerpos casi desaparecen para dejar ser al ser y eso que pasa ahí, en ese encuentro, se vuelve lo único real.

En “Quasar” eligen trabajar con vajilla, arrancarla de su banal utilidad y convertirla en un conjunto de objetos sonoros. Sólo que los objetos de la vida cotidiana, y fundamentalmente su sonoridad, ya han dejado huellas en la memoria inconsciente y han devenido cicatrices corporales. El sonido de platos, copas y cubiertos arrastra consigo un caudal de sensaciones que indefectiblemente conmueve. En esa sonoridad, los irreales diseccionan la fragilidad, de los objetos y con ellos de nuestra sensibilidad. Los irreales juegan con nuestra propia fragilidad, como niños que experimentando descubren un mundo.

Es un trabajo en proceso, dicen. Es teatro, una acción sonora, una performance, dicen otros. Pero es una experiencia lo que proponen y eso, ESO no tiene nombre.