Menos Mitos

Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 7

3-10-2016 / Lecturas, Menos Mitos
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Hay un cosa más melosa que los envoltorios de dulce de membrillo y de batata: el primer amor. En el presente capítulo de esta novela sobre el metejón y sus variopintos avatares, una vuelta por los comienzos.


Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 7

Por Juan Fragueiro.

Capítulo 7

El primer amor

Sigue siendo una poesía cursi e inconclusa que todos quisieran omitir pero ninguno olvida.

«La soga colgada de la punta amenazante y paciente.
Una ventana sin cortinas espera algo…
Y una puerta entrecerrada deja escapar un poco de pasión escondida.
De aquella soga colgará algún día otra ilusión.
Y mi amor con tu amor correrán entre los caminos del campo, cualquier campo (…)
Pero nuestro amor no corre; está detenido en el tiempo sin tiempo,
en los minutos eternos de la confrontación.
Esta vez no habrá uniformados, ni Ford Falcon con itacas que prohiban amarnos;
no habrá política en albergues estudiantiles, ni correrías en el centro.
Esta vez, esta única vez, la soga continuará colgada esperando por su última ilusión.
Ni vos ni yo veremos las imágenes alegóricas,
ni escucharemos los sonidos de la gaviota moribunda.
No tocaremos nuestros cuerpos porque ya no existirán.
Esta vez, nos iremos sin avisar.
Como el Primer Amor…»

Cuando uno pregunta a otro por su primer amor, éste responde con rapidez, como si tuviera la respuesta golpeándole los labios. Esta mañana, mientras esperaba mi desayuno en el Richmond cordobés, le pregunté a Miguelito, el mozo, sobre su primer amor.

-Mi primer amor -comenzó, con un tono de voz más parecido al de un filósofo trasnochado que al de un mozo matinal- lo tuve en mi barrio. Ella vivía frente a mi casa. Recuerdo su carita angelical, su manito regordeta, sus trenzas siempre largas; y jamás podré olvidar esa expresión, tan suya y tan pavota, cuando salía a pasear con su gatita bajo el brazo. Mi primer amor se llamaba (o se llama porque creo haberla visto trabajando de zorra gris (policía municipal de tránsito) Juana Prudencia. Nuca pude decirle cuánto la amaba. Vivía al frente de mi casa. Mi mamá no me dejaba cruzar solo la calle.

Después de este recuerdo, Miguelito se fue hacia la barra, llorando, para traerme un vaso con soda, un vaso con leche y chocolate Nestlé en barra y churros rellenos con dulce de leche. Mi desayuno.

Miguelito escupió dos o tres cafés de clientes pesados, los llevó hasta las mesas y volvió a su relato:

«Por esas cosas de la vida, Juana Prudencia no pudo ser computada entre mis amores de la niñez, ni de la adolescencia. Más bien podría ubicarse entre los sueños. Pero después de ella sí; mi primer amor. Gracias a ella conocí los instantes previos al suicidio, saboreé la amargura y el desencuentro.

Recuerdo aquellos años… La televisión sólo transmitía telenovelas a la hora de la siesta. Yo las miraba absorto tratando de aprender algunas técnicas amatorias y amoriles, inspirándome antes de llegar a la casa de Deborah Anahí con una docena de facturas. Un día la tomé del brazo y la arrastré hasta su habitación donde le exigí de inmediato una prueba de amor… Desde la pieza contigua apareció el padre con una carabina de aire comprimido calibre 5 y medio. Sin más preámbulos obligó a mis piernas a no diferenciarse una de otra. No pude evitar desgraciarme y mis pantalones se tiñeron de marrón. Marrón sucio. Marrón caca.»

Para borrar tan nefastas imágenes de su primer amor, Miguelito se escabulló entre las copas de la barra y se mandó un trago de grapa dulce. Eructó el vacío de su estómago y prendió el quincuagésimo cigarrillo de la mañana. Los primeros amores son desastrosos, pero son peores los hombres que no logran superarlos. Pueden significar muchas cosas. Y ninguna a la vez, con igual esfuerzo. Son como una metáfora incoherente, una pluma que vuela sobre la punta de la nariz y penetra por la oreja. Son una inteligente manera de alternar tiempos feroces y otros. Una membrana obturada, eso son.

Hay quienes comparan al primer amor con una pava que hierve hasta ponerse al rojo vivo o con un mate que espera por un poco de yerba. Los golosos dicen que es un chocolate sin sabor o una figurita con altas dosis de LSD. Para los boys scouts es una cantimplora pinchada en medio del desierto, una bala impregnada con agua de estanque medieval…

El primer amor es una poesía cursi, inconclusa, a la que nadie puede resistir la tentación de acercársele.