Menos Mitos

Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 18 – Segunda parte

11-09-2017 / Lecturas, Menos Mitos
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Compartimos una continuidad natural, sin conservantes ni colorantes, de la entrega anterior. Aquí un diálogo en expansión, sometido a las fuerzas centrífugas de la historia, y una despedida incruenta.


Los Defensores de Causas Perdidas. Capítulo 18 – Segunda parte

Por Juan Fragueiro.

Capítulo 18 – Segunda parte

El canto primaveral de las ranas vivientes aturdía el solsticio y ahuyentaba los ortos consecutivos. Un croar de langostas en celo alucinaba a los chiquillos de la zona portuaria, evidentemente inactiva porque en Korvazwchofona no había puertos… ni mares.

Zabiantuvio recorría palmo a palmo las últimas baldosas que lo separaban de la puerta de embarque a ninguna. En ese sitio escuchó, distraído, una voz engolada y desafinada que cantaba:

«Para el pueblo lo que es del pueblo,
porque el pueblo se lo ganó.
Para el pueblo lo que es del pueblo,
para el pueblo un nuevo dios…»

Decidido a permanecer inmune a los atropellos y cantos de sirenos, Zabiantuvio se dirigió al mostrador imaginario del único bar acomodado. La voz volvió a cantar desafinadamente:

«No sé lo que quiero, pero lo quiero ya.
Si yo fuera tu esclavo te pedería más.
No sé lo que quiero, pero vení acá…»

Hasta su oído sensible iban acercándose los tonos:

«Dónde hay un mango, viejo, Gómez…
El mundo fue y será una porquería ya lo sé,
en el 506 y en el 2000 también…
De chiquilín te miraba de afuera,
como a esas cosas que nunca se alcanzan,
la ñata contra el vidrio… ¡Amame en cámara lentaaaaaaaaaa!

No tuvo tiempo ni forma de evitarlo. La voz, o mejor dicho el poseedor de esa voz, estaba encima suyo:

«Si cada gota de lluvia no es,
la misma gota de lluvia que ayer…
El pobre tiempo es algo que no va a volver…
y tiempo es todo lo que nos hace falta teneeeeeeer…»

-Perdón, ¿podría dejar de gritarme al oído?
-Tiempo es todo lo que vamos a tener… ¡Qué letra! ¿no?
-¡Mozo!
-Oiga… ¡aquí no se grita!
-¡NO HE GRITADO!
-Pues, parece que sí.
-Me irritan… ¡Cómo me irritan!
-Nos clavamos todos los días en una cruz de madera que sostiene el campanario de la Catedral y soñamos con la cara de sufrimiento de algún santo autoflagelado; los lirios se nos aparecen por los campos. Y ÉL se estrechó por nosotros, ingratos, malparidos, humanos al fin.
-Usted desvaría, como los otros.
-Los otros somos los unos. Ya lo dijo Michel Legrand: «Los unos y los otros»… Les unes et les autres…
-…
-«Silencio en la noche está en calma, el músculo duerme, la ambición descansa…»
– …
-He conocido un tío que murió atragantado de palabras. Todo lo que no dijo, lo que alguna vez quiso decir y no pudo, lo atropelló de atrás. A traición. Como sucede con todas las cosas que nos faltan. La zozobra no existe, es un mito. Y la poesía, tan clara, es un pretexto de los levantiscos moros evadidos de alguna prisión que oculta la libertad. Fuera del roce de sus muros no hay edad para los devoradores, ni Romeos para las Julietas. ¿Existió Julieta? ¿Existió Romeo? ¡Chi lo sá!
-Idiota.
-No. Políglota. Domino a la perfección treinta y cinco idiomas, con el lógico y debido respeto por su Santidad que sólo habla seis o siete. Leo en latín, declamo en griego, rezo en alemán, suplico en inglés, cuchicheo en francés, protesto en africano, ofrezco en portugués, solicito en idish… em, perdono en… castellano… Y… Mmm… Complazco en ruso (post-gorby).
-Usted debe ser algo de los otros tres tipos, el maestro, el antropólogo y el licenciado en Ciencias Ocultas.
-¡¡¡Acertó!!! Soy el vocero, el intérprete. Hermes Trimegisto, el tres veces grande (analogías anatómicas al margen), para servirle y hablarle a usted.
-¿El Tres Veces Grande? ¡Como el egipcio!
-Sí, bueno. Mi apodo se debe a que, en fin, uno es así y las mujeres lo saben. Mi vocación es la de cantor, mi profesión la de soplón, alcahuete y otras yerbas adyacentes a los placeres de la lingua mater. A veces, cuando la noche cae sobre las praderas de ciertos sitios lejanos pero cercanos en el afecto, recito baladas con estrofas milenarias, suspiro por los amores marchitos que dejaron mi corazón henchido de gloria vana y…Pperdón, ¿se aburre?
-No. Pero temo que sea tan hostil como los otros. Empiezan una conversación amena y después, de repente, zaz, se cagan en mis antepasados.
-Jamás de los jamases faltaría yo el respeto. Somos de una raza decadente pero ni guerrera ni altanera. Sin embargo, imagino que mis camaradas han sido con usted algo así como «transgresores del puritanismo hospitalario». Ellos, en el fondo, detestan a los huéspedes. Les huelen como a carroñas. Algo lógico si tenemos en cuenta los desertores que han pisado este mismo césped.
-A usted, ¿le gusta hablar?
-No sólo eso. Pronuncio las mejores oratorias del país; por algo fui elegido vocero oficial de la Fundación para el Fracaso. Tarea difícil, si las hay, con un antropólogo alemán que habla un castellano muy poco claro, con un maestro universal venido a menos (cuasi maestro municipal), con un licenciado en Ciencias Ocultas que pocas veces deja traslucir algo, con un psiquiatra freudiano… ¿Qué puede esperar usted del vocero? ¿Cordura? ¿Belleza? ¿Lucidez? ¿Megalomanía? No. No diga nada. Usted espera lo que esperan todos: que me calle.
-Yo sólo quiero irme.
-Irse. Para salir hay que entrar, para irse hay que venirse y otras similitudes más. Usted sólo ha pisado un sitio inabarcable para la mente humana; un lugar que está demasiado lejos y cerca de todo al mismo tiempo. Como si el sol se descompusiera encima nuestro, enrayando todo el siniestro lunar del país hecho a fuerza de fantasías y pérdidas. Acá hemos perdido hasta la vida. Y cuando no todo está perdido es porque algo quedó escondido en el bolsillo interno del saco sport de la temporada pasada.
-¿Quién dijo que todo está perdido?
-Un león a otro…
-Sin embargo en las casamatas de la última guerra supuraron corazones destrozados.
-Tal vez. Si el sargento ese, el Peper’s, no se hubiera demorado tanto para hundir el submarino amarillo mientras cantaba Lilí Marlene, esto sería diferente.
-…
-Ya se acostumbrará.
-Si bien puede tener razón, espero no estar para estarlo.
-Los cuerpos se sumergen en la noche, no salen de sus escondrijos. Y las tomas fenomenales se realizan con la capucha de ozono dando vueltas. Hay doscientos pingüinos fulgurantes, sin frac, clientes de la tintorería Tamashiro pero a nadie se le ocurriría culpar a los japoneses por el quiebre ecológico, ¿o acaso somos tan liberales como para inculpar al monje amarillo? No señor. Las patadas que le damos al cielo no son patadas, son reclamos, porque ninguno de nosotros pidió llegar y sin embargo lo tiran a uno y después, cuando se le está tomando el gustito a la cosa, ñácate. Otra vez arriba, abajo o al medio. ¡Así uno no puede vivir!
-Me gustan los cuerpos de las mujeres de Korvazwchofona.
-Justifican su sitio y su calma, sólo eso.
-¡Y más que eso!
-¿Lo dice por aquella rubia? No se engañe, es teñida y creo que es un travesti. En la última semana llegaron treinta o cuarenta. Korvazwchofona es libre y se convierte en casi libertina. Placer en el sexo, sexo con gusto a amoníaco y lavandina en gotas (por el SIDA).

El travesti se acercó a pedir fuego a Zabiantuvio. Este escudriñó en el interior de su chaqueta y sacó un encendedor de bronce a bencina. Encendió el pitillo de la dama, sin querer le rozó la mano y se vio impulsivamente obligado a sacudirse (las manos).

-Es comprensible tu aprehensión, papito. No sufras por eso, ¡machote!

Se fue tal como había llegado, sólo que esta vez con el cigarrillo encendido. Cuando Zabiantuvio se dio vuelta, Hermes Trimegisto ya no estaba. El era así, imprevisible.

-Pasión, ¡oh, pasión que destruyes la psiquis de los cuerpos mutantes que hoy están, mañana quién sabe y que pasado mañana habrán vuelto al polvo de donde, según estadísticas serias, han venido! Esta es la sublime satisfacción de la vida perra que llevamos a mal traer. ¿O es nada más que un instante de verborragia anodina en manos de un oscuro pensador homocéntrico?
-Disculpe señor, ¿podría quitar su pie de encima de mi mano? ¡Está pisándomela!
-¡Caballero! No soy el culpable de vuestra distracción. Mi pie estaba destinado a posarse sobre este veredón angosto, mas su mano… ¡su mano ha caído en él por antojo! ¿Quién le enseñó a sentarse en la vereda apoyándose en sus manos?
-Antojo o no, me duele la mano. ¡Quite su pie!
-Pero hombre, no se excite. ¿Por qué se sentó en la vereda? Además, non problem, para todo mal hay una cura y en cada cura se esconde el mal. ¿Capisci?
-Niente. Por favor, hábleme en castellano, sin farfullantes localismos.
-Todo tiene un porqué, ése es el sino de la estadía honrosa. Mi nombre es Segismundo Dimitrovich Plutarco Ponce. Médico y psiquiatra.
-Sí… Ya lo recuerdo. ¿Usted fue el que electroshoqueó a la anciana, ¿verdad? Y además ¡es otro de esos que andan jodiéndome la vida!
-Con respecto a lo primero fue una simple mansedumbre artificial. La violencia no es mi fuerte.
-Sin embargo, 500 voltios no se le enchufan a un ser humano sin un tizne de violencia antigeneracional.
-Fueron 220 voltios. Y en todo caso una violencia anónima.
-O nominal y registrada. Da lo mismo.
-Discutir más… no quiero.
-Yo tampoco.
-Vale. ¿De paseo por Korvazwchofona?
-Soy un simple viandante.
-Debe visitar el templo.
-¿Cuál templo?
-El de los viandantes. Nuestro doctor Bafometo ha construido un templo para vosotros, las visitas. Hay velas, estampitas, agua podrida, mendrugos de pan y hasta doncellas que se entregan por monedas.
-Un prostíbulo.
-Tal cual. No hay diferencia. Lo que pasa es que en Korvazwchofona los prostíbulos son templos de guarda y descanso. Mujeres que hacen con su cuerpo, mentalmente excitado, lo que ninguna prima, amiga, cuñada, amante, novia, esposa o tía soltera le harían (sin oponerse primero unos minutos). Acá usted pide. Ellas complacen. Desde un lifting peneal hasta una horcajada bien montada. Y no se asombre. He visto todo lo que hay para ver; he sufrido todo lo que hay para sufrir; y he reído. De aquí en más, ni los alerces en otoño son capaces de ruborizarme.
-¡Trompetas bellacas! ¡UUUAAAUUU! Por fin algo bueno en este maldito país.
-Tranquilo amigo, tranquilo. Dicen que quien a hierro mata, aunque sea a palos muere. Los onanistas andan reivindicando aquello de «Buey solo bien se lame» y los sexópatas retrucan con «Pero la bueya los lame mejor». Y están ahí, tironeando sus posturas anticlericales, pasiones más o menos, de tres cuartos y de veinte centímetros. Cuando era niño, mi madre, regenta de un prostíbulo enorme, solía decirme: «Segis, tanta paja te va a dejar las manos llenas de pelos». Mire, revise. Ni un vellito. Y de mi inteligencia ni hablar. He conocido los almidones de la madrugada, como resultado de noches de insomnio al lado de revistas pornográficas fidelísimas. Y nada viejo, no hay nada como una buena paja.
-Masturbación.
-Castellano: placer solitario, vicio. Manuela si quiere una figura metafórica más personalizada.
-Digo, por si acaso los chicos…
-Hoy los chicos nos dejan chicos a nosotros los grandes. Son tan desprejuiciados que si una legisladora democrática no los protege con leyes dictatoriales y contrarias a los derechos inherentes al ser humano libre, que puede y debe optar según su libre albedrío, se van de jeta a las bacanales. Ellos chupan y cogen donde quieren, con quien quieren y como les vengan las ganas. ¿Se enteró de los datos finales del censo «Para darnos cuenta… de lo nabo que somos»? Purretes desocupados y miserables, desorientados, distraídos con programas mediocres hechos para y por gente mediocre a la usanza de las mejores/peores tiranías. Meta manijita de video juego, todo el día con la puñeta cerebral encima. No pensar. No criticar.
-El desprejuicio no conduce a nada.
-Es el origen de todo.
-…
-No puedo detenerme ahora para analizar su silencio. En quince minutos debo reunirme con los muchachos.
-Pero, escúcheme… yo…
-Bye, Bye.

Plutarco Ponce es así. Poco solidario con la gente que quiere contarle sus problemas. Zabiantuvio optó por marcharse de Korvzwchofona sin importarle cómo, en qué. Se fue por el camino principal: un sendero de pedregullo y arcilla, bordeando un arroyito y con algunas señales indicadoras.

¿Cuál sería su informe a D. Diógenes del Suquía? Eso formaba parte de los misterios insondables, esas «diminutas cuestiones de fe».

Zabiantuvio jamás se sintió alegre por ser solamente el personero del Rey Moderno de la Corte del Águila Vencida, en el Norte argentino, pero eso era mucho, muchísimo menos complicado y traumático que vivir una hora en Korvzwchofona.

Antes de llegar a la frontera del país irreal, se cruzó con un vagabundo, harapiento y barbudo, con cara de árabe desolado.

-¡Hey! Alá te broteja.
-(¿Le contesto?)… Igualmente a tí, hermano.
-Usted no buede irse de este baís, excremento de dromedario, sin estos babeles. Hay una bersona, tu jefe, El Jefe, que te los agradecerá -y le extendió a Zabiantuvio una carpeta color marrón, con letras rojas apenas legilbles que decían:

Informe Psicológico del primer hombre Korvazwchofonés. Primeras razones de un fracaso más. 

-Pero… -intentó protestar Zabiantuvio.
-Cállate, berro cristiano. Andate con estos babeles… ¡jódelos, hombre!
El musulmán quería sabotear la historia de la Creación.