Teatro

Llórame un río

31-10-2011 / Crónicas
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Las personalidades de Tita Merello y Billie Holiday se funden en la piel de Camila Sosa Villada. Un unipersonal y un homenaje a esas dos grandes mujeres.


Llórame un río

Por | mmuniz@redaccion351.com

Fotos: Facundo Martínez l fmartinez@redaccion351.com

A orillas del Mississippi suena un blues y la voz de Billie Holiday estremece las entrañas. Mientras tanto, a la vera del Río de la Plata, se escuchan las pisadas y el timbre nasal de Tita Merello. Dos historias que, al mismo tiempo, se funden y se bifurcan en el lienzo celeste que brilla bajo las luces del escenario, se dobla y se estira en el cuerpo de Camila Sosa Villada.

Así como el exuberante florecer de los días primaverales, la actriz despliega sobre las tablas del Cineclub Municipal Hugo del Carril las personalidades de estas mujeres. Personalidades, cuyas características las definieron como virtuosas, imponentes, trascendentes, admirables.

Durante más de una hora, Camila entra y sale, varias veces, del biombo que recrea los camarines de principios del siglo XX. Y de un atuendo a otro va de una Tita, que taconea por las calles porteñas y se ofrece como bailarina, a una Billie, la afroamericana que canta por pocas monedas en clubes nocturnos, donde la señalan por ser negra.

Camila Sosa en la piel de Billie Holiday

¿Por qué será que sus interpretaciones tocan las fibras más íntimas? Quizás porque las letras de las canciones relatan sus sufrimientos, tristezas que nacen desde la panza y explotan en el canto, se traducen en la expresión del rostro o se plasman en el modo de andar. Las lágrimas que derramaron por amores no correspondidos, hombres que se enriquecieron a expensas de su trabajo y la miseria que enfrentaron son las gotas de ese río en el que anduvieron sumergidas durante sus vidas.

No obstante, brillaron y lucieron sus talentos ante miles de personas. Una por su modo dulce y triste de cantar jazz. La otra, por su desempeño como actriz de teatro y de cine, como cantante de tango y milonga. Ambas, desafiantes y pasionales, fueron las frutas extrañas de su época.

En la obra, hay momentos que rozan la melancolía e instantes en los cuales la personalidad de la protagonista se cuela entre los vestidos de Holiday y las batas de entrecasa de Merello. En muchos de ellos, Camila interpela oportunamente al público a través de preguntas, gestos o comentarios autobiográficos. Pero, también abundan los pasajes que terminan con insultos. Es un recurso que, sin dudas, imprime comicidad y logra con éxito distender escenas de dolor. Aunque, su efecto se diluye un poco más cada vez que se repite.

Si bien la actuación de Sosa Villada se debate entre la argentina y la estadounidense, las palabras de Holiday parecen silenciarse en un determinado punto. Punto que muestra a la cantante sumida en la pobreza, en estado depresivo luego de largos años bajo los efectos del alcohol y las drogas. Allí, un quiebre en la dualidad desorienta a los observadores, acostumbrados al vaivén de experiencias a un lado y a otro del continente americano. Esto le otorga protagonismo a la figura de la arrabalera, la que no se arrepiente de todo lo que hizo, la eterna enamorada de Luis Sandrini y la que llora a solas su alejamiento. Pero, también la que eligió vivir y sentir el dos por cuatro como siempre hasta sus últimos días.

“El tango se ha clavado como una garra en mi vida”, dice la letra de Apología del tango y así es como estas mujeres defendieron sus sentires por la música, el teatro, la interpretación. Probablemente, por eso, Camila Sosa Villada haya elegido terminar su obra envuelta en un vestido rojo, erguida, bien adelante en el escenario, con una rosa roja en la mano y la mirada en alto.

Un homenaje para revivirlas. Un libreto para recordar sus historias, exaltar su femineidad y celebrar la fortaleza, la transgresión y la humildad de sus actos.