Tesoros encontrados

La noche de los Museos

30-10-2011 / Crónicas
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Organizada por la Universidad Nacional de Córdoba, la Noche de los Museos fue una verdadera fiesta. Crónica de un evento que abre las mejores perspectivas.


La noche de los Museos

Por Romina Scocozza.

¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
sobre nuestra cabeza
Federico García Lorca

 

Las noches del mes de octubre suelen ser las más impredecibles del año. Por diversos motivos, pero esencialmente debido al clima. Quiero decir, al tiempo. El clima es la sucesión periódica de tipos de tiempo, conviene no olvidarlo.

Decía, entonces, que el tiempo de las noches de octubre es algo que cambia rápida y abruptamente. Tardes soleadas se convierten en noches apacibles o, de un momento a otro, en tempestades que sorprenden ingratamente a los desprevenidos de sandalias y remeras de algodones livianos.

La noche del último viernes de octubre no fue la excepción. Luego de un día en que el sol y el viento sur se turnaron para confundir a la ciudad, densas nubes cubrieron el cielo y la humedad reclamó protagonismo.

Alrededor de las siete y media de la tarde, algo empezaba a llamar la atención en la ciudad de Córdoba. El tiempo de esta aldea mediterránea marcaba una temperatura justa pero ni el más avezado de los meteorólogos, ni el más prevenido de los astrólogos, hubiera podido predecir lo que en esa noche del último viernes de octubre del año 2011, estaba por ocurrir.

 

Noche de los Museos

Lo que sigue es la crónica, breve, limitada, recortada por la mirada de un simple observador, de la Noche de los Museos. Una idea que llevó adelante el Programa de Museos de la Secretaría de Ciencia y Tecnología y de la Subsecretaría de Cultura de la Universidad Nacional de Córdoba. La coordinación del programa está a cargo de Mirta Bonín, subsecretaria de cultura de la Secretaría de Extensión de la misma Universidad, y el evento fue llevado adelante por un equipo formado por más de un centenar de personas que brindaron a todo aquel que aceptara la invitación la oportunidad de conocer de una manera diferente el patrimonio de los Museos de la UNC.

 

Gente, mucha gente, gente por todas partes

Decenas, cientos, miles de personas habitaron los museos en la noche del viernes. La idea era sencilla. A partir de las 20 hs., diez de los museos de la Universidad Nacional de Córdoba abrirían sus puertas de manera libre y gratuita para que, hasta las dos de la mañana del sábado, es decir a lo largo de exactas seis horas, pudieran ser recorridos en lo que sería una fiesta urbana sin precedentes.

Y lo fue. Las expectativas fueron ampliamente superadas por la afluencia de una marea de gente interminable, entusiasta, ávida de meterse hasta por los resquicios más impensados de cada una de las unidades académicas y científicas que generosamente abrían sus puertas y brazos para cobijar a un número de visitantes asombrosamente mayor al esperado.

Familias enteras, grupitos de estudiantes, parejas de todas las edades, niños acompañados de sus padres, tíos, hermanos o abuelos, todos se dieron cita para aceptar gustosamente la propuesta. Los museos podían ser recorridos libremente o conocidos en visitas guiadas. Además, en cada uno de ellos se planificó una actividad especial: obras teatrales, presentaciones musicales, danzas, proyecciones de videos, espectáculos corales, entre otros.

 

Uno de los recorridos

Muchos eran los espacios a visitar. Imposible (o casi) ver todo en una noche. Los organizadores propusieron circuitos alternativos que comenzaban en un museo, seguían a tal hora en otro, después en otro y así sucesivamente. Según el lugar en el que uno estuviera,  según el propio interés, era posible armar un itinerario con libertad.

En el Museo Histórico de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, en la manzana jesuítica del centro de la ciudad, las puertas se abrieron puntualmente y a las 21 hs. estaba prevista la primera de dos visitas guiadas teatralizadas: “Historia en 7 actos de la Universidad” bajo la dirección de Raúl Sansica. La segunda función era a las 23.30 hs.

Fue tal la cantidad de gente que llenó el patio presidido por el monumento del Obispo Trejo que la organización se vio obligada a cancelar la presentación de la Orquesta de la Facultad y no solamente eso sino que, lo que iban a ser dos funciones, se transformaron en presentaciones rotativas cada quince minutos. Desde la primera a la última, que tuvo lugar llegando la medianoche, fueron presenciadas a sala llena.

La historia de la Universidad contada por sus propios protagonistas: Victorino Rodríguez, Diego de Torres, los Jesuitas, Deodoro Roca e incluso el actual Decano de la Facultad el Dr. Yanzi Ferreyra (interpretado por él mismo, lo que para muchos fue la nota de la noche) Nicolás Avellaneda, daban cuenta del origen, evolución y cambios que a lo largo de los siglos experimentó la Casa de Trejo.

Una vez finalizado el recorrido, podía continuarse hacia otro museo. En este caso, fue la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño. Allí, un Museo Virtual mostraba la Córdoba de antaño y la Córdoba actual, a través de una plataforma que era explicada por un muchacho ya a esa hora exhausto pero con la adrenalina al tope, mostrando apasionadamente cómo acceder y explorar las diversas páginas.

Enfrente, el Museo de Botánica, Paleontología, Mineralogía y Zoología de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales daba la bienvenida a sus visitantes con una pantalla gigante que proyectaba imágenes en medio de música clásica que mezclaba cuerdas, pianos, y violines con los bocinazos de la Vélez Sarsfield.

Un poco más lejos, el Museo del Observatorio Astronómico recibía a los transportes que gratuitamente trasladaban desde el centro a los caminantes de museos y los llevaban después hacia el final del recorrido, que tendría lugar pasadas las dos de la madrugada en el Centro de Divulgación Científica (aún en construcción) en el Parque de las Tejas.

No alcanzó la noche para el Museo de Antropología, el de Anatomía, la Casa de “La Reforma”, el de Ciencias de la Salud. Vimos tanto y tanto quedó por ver.

No fuimos los únicos, la frase más escuchada de la noche fue “acá hay que volver”.

 

Multiplicar es la tarea

La actividad extensionista en las universidades ha sido desde siempre uno de los tópicos más debatidos y polémicos. Cuál es el rol de la universidad en la sociedad; que relaciones deben tejerse entre el adentro y el afuera de las casas de altos estudios; qué lugar ocupa en la universidad la gente que no estudia ni enseña en ella; qué lugar ocupa la universidad en las barriadas. La Noche de los Museos es, en la humilde opinión de esta cronista, la expresión más acabada y cercana a la perfección si es que tal cosa es posible, de lo que una actividad de extensión universitaria debería ser.

En primer lugar, porque fue una actividad inclusiva. La gratuidad de la entrada contribuyó, mas no fue la razón excluyente, a que la propuesta tuviera tan masiva repercusión. La difusión amplia, clara e insistente, llevada a cabo en numerosos medios de comunicación e incluso por “agitadores culturales” que, ubicados en puntos estratégicos, determinó que una opción se transformara para muchos en cita obligada.

En segundo lugar, porque sin desnaturalizar los espacios académicos se logró transmitir una gran cantidad de conocimiento especializado de alto nivel y se despertó el interés de muchas personas de saber más, de investigar, de aprender.

En tercer lugar, porque no se subestimó al público. La Noche de los Museos supo desafiar y salir victoriosa de algo que se repite hasta el cansancio, esa idea que justifica la oferta culturalmente mediocre en los deseos nunca expresados de una masa anónima e inconsulta. Al final, resulta cierto eso que sostenía el gran Atahualpa: “al pueblo no hay que darle lo que supuestamente quiere, al pueblo hay que darle lo mejor”.

Lograr que el conocimiento sea repartido y no impartido verticalmente, abrir la puerta y confiar en que la participación colectiva será la mejor de las alumnas porque justamente no se ceñirá al rol pasivo al que comúnmente se la relega. Fomentar y recuperar la sana costumbre de hacer preguntas sin vergüenza, de recibir con humildad y sentido crítico la respuesta del estudioso. Derribar las fronteras invisibles que se construyen entre el que sabe y el que supuestamente no sabe nada. Desdibujar esas distinciones y volver a la comunidad del conocimiento compartido en condiciones de igualdad que posibiliten el encuentro de distintos tipos de saber.

El comienzo, quizás, de un cambio en la cultura urbana que incorpore a los museos como destinos válidos para la recreación no de unos pocos, sino de todos los que así lo quieran.

¿Qué son las estrellas? ¿Cómo se mira a través de un telescopio gigantesco? ¿Qué es el amate? ¿Quién fue José Figueroa Alcorta? ¿Cómo era la Catedral hace cien años? ¿Cuántas preguntas caben en una noche?