Redacción 351 no es un medio. Ufff… ¡Qué alivio! Que cada lector se ocupe de una clasificación, o mejor, se despreocupe.
Por lo pronto, se parece bastante a un espacio para compartir algunas cuestiones que suceden en Córdoba, Argentina.
Se publican eventos que surgen a pocas cuadras, por simple ideología. Ya hay demasiada gente pendiente de lo que viene de lejos en todas sus formas de expresión: música, cine, televisión, literatura, ropa, comida, idioma. Algo parece no variar de manera significativa: los sitios desde donde proviene la inmensa mayoría de los bienes culturales que recibimos, admiramos, comentamos, difundimos e incorporamos a nuestros días, siguen acumulando más y más recursos para alimentar su omnipresencia. Nosotros mismos la alimentamos, mientras caminamos nuestras calles, detonadas como nunca pero colmadas de nombres elegantes en las vidrieras.
La mirada puesta en Córdoba de manera casi excluyente descansa, entonces, en un pensamiento ridículo de tan simple: todo ser con dos o más neuronas pretende que su espacio vital sea una alegría, un motivo de felicidad. En otros términos, el mejor entorno físico y espiritual posible. Acaso dependa, esa felicidad, de sus propias energías al servicio de un puñado de propósitos colectivos, de corazones vecinos que pretendan más o menos lo mismo. De su aporte, en fin, por mínimo que sea, al desarrollo de proyectos que nacen a su alrededor.
Tal vez, una explicación posible de todos los males que nos aquejan provenga de ese desdén congénito hacia cualquier obra que podamos crear. Un desprecio que se refleja, por ejemplo, en la ignorancia de la inmensa mayoría respecto de sus artistas independientes (léase: artistas que viven la vida e intentan crear obras de arte no tan cerca de las miserias de la industria cultural de Córdoba).
Siempre, invariablemente, todo lo que venga de afuera será aceptado con mejor semblante. Un disco de una banda de país con poder económico suficiente siempre sonará mejor que un disco nacido a pocas cuadras de casa. Una película realizada con millones de divisas y omnipresente en las salas y plataformas siempre tendrá muchísimo más público que cualquier realización local. Toda producción cultural intercontinental, en fin, logrará mayor atención, y cada gesto de bienvenida será una gota más en el océano del sentido común que alimentamos, celebrando lo que recibimos, comentándolo, compartiendo, publicitando, polemizando, excluyendo de nuestro universo, por simple desconocimiento y desgano por combatirlo, todo lo que pueda surgir desde acá nomás. Hay un par de cientos de libros acerca de esta forma linda de ir por la vida, al salto por un bizcocho ajeno. Resumiendo, se llama cabeza colonizada.
Por acá se intenta ir a contramano, a favor de pensar que, donde vivamos, tiene que ser de lo mejor que exista en el universo. No es otra idea que la misma que sostienen quienes venden su cultura a quienes, alegres o impasibles, compramos y compramos.
Se trata de poner las prioridades en donde se vive, a riesgo de ver venir comentarios acusadores de «chauvinismo» de quienes entienden la cultura como un universo desprovisto de inequidades en sus formas de producción, distribución, difusión y consumo, elogiando la apertura a un mundo de placeres, siempre remotos, siempre ordenados por leyes más junadas que el chimi del Dante. Para entender desde qué elegancias opinan, alcanza con revisar qué difunden, qué comentan, qué elogian, qué ningunean. Sobra con tomar nota de la relación de contenidos a partir de la tan celebrada apertura, y observar que la cuenta dé más o menos cien a uno, más o menos siempre, a favor claro de lo que simplemente llega por algoritmos que nadie sabe bien cómo funcionan, o cuyo funcionamiento se intuye por un criterio universal, imbatible, descriptivo de cuanta lógica se deje entrever, abarcativa incluso de los márgenes por donde se pretenda alguna rebeldía: el dinero, la angurria, la ansiedad, la carrera, la impiedad. Lo de siempre, desde las cavernas y el garrote hasta aquello que prodigue o imponga la inteligencia artificial, varios pueblos más allá de cualquier cartel de bienvenida o buen viaje que podamos vislumbrar.
Redacción 351 no es periodismo. Nadie trabaja de periodista. No hay dinero. No hay horas pagadas para investigar, cubrir, entrevistar, reseñar, cronicar. No hay. Nadie cobra. No hay pautas de ningún tipo. Ni siquiera canjes. No hay organismo público o privado que financie nada de todo lo que aparece. No hay quien piense en convertir este espacio en un proyecto que genere alguna rentabilidad económica o permita al menos solventar gastos mínimos en pos de dignificar un oficio. Nadie ejerce ningún oficio ni se jacta de aportar nada por amor al arte. En los términos del capitalismo primero y de cualquier aroma de progresismo luego, es el colmo de la estupidez. Mejor así, en paz, sosteniendo la decisión de admirar a quienes sí ejercen con la mayor honestidad un oficio interpelado de manera constante por personas que pagan para que alguna información se multiplique en todas las pantallas o al revés, desaparezca. Se les dice intereses.
Se trabaja en fin de otra cosa y se escribe en los ratos libres. Periodistas de oficio que se ganan la vida con dignidad y le bajan el precio a los escritos aquí publicados: lo bien que hacen, aunque se queden cortos. Malo o bueno, cada escrito no es barato ni caro. No tiene precio. Nadie vende notas ni espacios. El único billete aparece una vez al año para pagar costos de mantenimiento del espacio en Internet.
En contadas ocasiones aparece una invitación. Sólo cuando sobra mes al final del sueldo, el descaro se las arregla para aceptar el despropósito de asistir al evento sin pagar.
Los textos publicados pueden ser originales o simplemente copias de cables, gacetillas o algún otro tipo de comunicado de prensa. Hay columnas fraguadas por textos rescatados de las redes sociales, cuando resultan valiosos para la mirada de un editor que siempre pide permiso. El resto de los escritos, cuando tienen firma, buscan formas diferentes. En ocasiones no las encuentran, pero la mayoría de las veces… Tampoco.
No es un espacio independiente. La independencia no existe. Redacción 351 depende, siempre, de las ganas de sentarse a escribir y de la extensión de los ratos libres de una cantidad de personas que puede variar entre ocho, cinco, tres y una. Hay algo que nos mata de risa: el concepto de primicia. Nadie quiere llegar antes que nadie a ningún lado. Nadie compite.
En un intento que viene logrando no pocas repercusiones cercanas a la nada misma, desde abril de 2011, algunas manos siguen con ganas de esconderse a desgraciar teclados. Otras manos, con toditos sus dedos, se van; al tiempo vuelven; se vuelven a ir; vuelven a volver; y así, en una procesión de vaivenes con pendiente hacia la retirada definitiva, para que incontables sucesos, perfectamente indiferentes a una posible cobertura, encuentren, con rotunda simetría, el más acabado desinterés.
El transcurso de los años fue arrimando personas queridas y admiradas, que compartieron o permitieron compartir sus experiencias, como el caso de la Fundación Alegría Ahora, cuyo espacio semanal se alimenta de testimonios convertidos en historias de amor político, rescatadas de todas las fuentes posibles, con el propósito de sumar a la visibilidad de un proyecto cuya dignidad nos deja sin palabras.
Es todo. ¡Por ahí nos vemos! Y si no, damos vuelta el casco.