La cultura como camino de la libertad.

Susana Baca recibió el premio Cultura Cuatrocientos Años

19-10-2015 / Crónicas, Política y Sociedad
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El miércoles 14 de octubre, en la Sala de las Américas, la gran artista peruana recibió la prestigiosa distinción de la Universidad Nacional de Córdoba. Compartimos su discurso de agradecimiento.


Susana Baca recibió el premio Cultura Cuatrocientos Años

En una ceremonia emocionante, con números de danza a cargo de la agrupación Paganas y de la academia infantil Corazón Peruano, y con las presentaciones musicales de Ingamandinga junto a Valeria Molinari, de Zurdo Roqué y del proyecto Palabración de la Tierra, integrado por Paola Bernal, Mery Murúa, José Luis Aguirre y Juan Iñaki, la Universidad Nacional de Córdoba entregó a la gran artista afroperuana Susana Baca el premio Cultura Cuatrocientos Años.

Entre aplausos de pie de todos los presentes, la cantante y luchadora por la cultura del continente leyó su discurso de agradecimiento, antes de regalar una copla a capella, dedicada a los poetas que no sabían escribir, pero llegaron con su poesía a los corazones de la gente. Allí estuvimos y tenemos el gran gusto de compartir sus palabras.

Susana Baca – Miércoles 14 de octubre de 2015 – Sala de las Américas – UNC.

«Señores de la Universidad Nacional de Córdoba, decana de Latinoamérica; amigos; compañeras; compañeros; amigas y amigos todos. Déjenme comenzar celebrando estar aquí, celebrar desde el corazón, por tan especial acontecimiento, celebrar desde la razón, por lo que significa este reconocimiento; celebrar estar en una tierra cálida, acogedora, terca en su afirmación de la libertad y generosa en heroísmo.

Déjenme también celebrar estar aquí, entre académicos, artistas, entre estudiantes que afirman su derecho a la esperanza y su fe en el poder de las ideas, para fecundar la tarea transformadora de la realidad a la que estamos llamados.

Para todos los aquí presentes, gente sensible, conscientes de que el propósito fundamental de la cultura, de nuestra cultura, es promover valores, ampliar la sensibilidad, llamar a la empatía y a la contemplación, con sentido heroico de la fortaleza.

Somos pueblos que bailan, que cantan, que transforman el barro, que se enamoran, que escriben poemas de amor y desamor. Que tenemos multiculturales maneras para hacer y decir, y que todo esto está amenazado por la pobreza de lo utilitario, de la alineación a un patrón de conducta muchas veces pobre y chabacano, sin raíces, sin pertenencia a lugares propios.

Por todo esto, el reconocimiento que recibo en el día de hoy, pero fundamentalmente a los muchos años de mi trabajo como artista y una luchadora cultural, me reafirma en que lo caminado tuvo sentido y que aún tiene desafíos y caminos a seguir. Y el camino seguido tubo momentos de gran soledad; también muchos de alegrías y chispas, y por esto debo reconocer la solidaridad de quienes, como yo, consideraron que la querella con lo cotidiano era definir y afirmar una noción de vida, que no se quede atrapada por sólo aquello que se considera útil y produce beneficios, disociando la exploración, la intención, la creación, porque no son rentables y autosostenibles.

Puedo dar fe que en el transcurso de mi vida se ha dicho más y mucho desde esta rebeldía, que lo popular logró amistades incondicionales y reconocimientos políticos y entonces, sostengo que para todos los creadores, el propósito fundamental del arte, de la cultura, debe ser promover valores, ampliar la sensibilidad, llamar a la empatía y a la contemplación, considerar un sentido heroico de la fortaleza.

Por eso déjenme confesar que, últimamente, mi reflexión cultural se diente desafiada e interrogada por tres manifiestos de vital importancia: que nos cuidemos los unos a los otros; que cuidemos el planeta que es nuestra casa común; que usemos los talentos para producir desarrollo y riqueza pensando en el bien vivir social y en acabar con la pobreza.

Soy una mujer negra que vive en un país y vive en un continente racista. En un continente con centenas de culturas y lenguas menospreciadas y en riesgo de extinción. Con pueblos cuyos territorios son despojados en nombre del progreso. Entonces creo que debemos luchar para que la sociedad, a través de sus instituciones, cumpla en generar las condiciones de convivencia intercultural, y que las mismas atraviesen la actividad preexistente y permeen la administración del conjunto del estado.

Vivo en un continente donde, todavía, miles de niñas y niños, hombres y mujeres son marginados y escondidos por la intolerancia del reconocimiento del valor de los unos a los demás, por falta de respeto.

Entonces creo e invoco desde esta palestra, donde lo que está enaltecido es el conocimiento y el saber, para que las enseñanzas nuestras lleven adelante las nociones de la diversidad de todos y de cada uno, el sentido del derecho, la exigencia de los derechos y la obligatoriedad del deber cumplir las propias responsabilidades con sentido solidario.

Creo que en la carrera por hacernos un sitio y por ganarnos la vida, si no estamos atentos, podemos olvidar a los demás, y el tiempo sólo nos mantiene como en una competencia.

Entonces, nuestra cultura educativa debe renunciar al espejismo del progreso individual. La historia nos enseña que los pueblos pagan con violencia social y delincuencia, la falta de solidaridad y el egoísmo de los más codiciosos.

Invoco al cuidado de nuestra casa común. Nuestro ajetreado y frágil planeta. Me siento interpelada porque vengo de un país donde la minería informal e ilegal, la tala indiscriminada, el tráfico de especies biológicas preciosas, depredan el ambiente, envenenan los pueblos amazónicos ribereños, y deja huellas siniestras que perduran por decenios.

Invoco a que los desafíos culturales deben incorporar nuevos valores para progresar apoyando la afirmación de nuestros ecosistemas y derrotando la falacia de que no siempre el progreso llegará a todos y que no será posible reparar los daños ecológicos. Por eso hay que promover una educación de austeridad, de transformación, de re-uso de las materias, de aprecio a la calidad más que a la cantidad, aprender del disfrute de las relaciones interpersonales más que de la competencia del sólo tener dineros que contar.

Estimados todos, entonces, y para finalizar, convoco desde aquí, desde este recinto académico, sensible a la luz y el conocimiento, a luchar por la afirmación de la cultura, de la solidaridad, de la paz, conmovida por ser desde ahora la portadora de una de las más valiosas medallas y estandartes de la dignidad que me confiere ser una artista, con el premio universitario de Cultura Cuatrocientos Años, de la Universidad Nacional de Córdoba, que me hace sentir más grande y más aún en medio de estos grandes y libres pensadores que consolidaron este recinto como el más importante de nuestra América Latina y hoy, como en todas las épocas de las transformaciones, para manifestarnos en contra de la degradación de la cultura y más bien en su defensa como camino más grande de la libertad.

Gracias.»