
En una ceremonia emocionante, con números de danza a cargo de la agrupación Paganas y de la academia infantil Corazón Peruano, y con las presentaciones musicales de Ingamandinga junto a Valeria Molinari, de Zurdo Roqué y del proyecto Palabración de la Tierra, integrado por Paola Bernal, Mery Murúa, José Luis Aguirre y Juan Iñaki, la Universidad Nacional de Córdoba entregó a la gran artista afroperuana Susana Baca el premio Cultura Cuatrocientos Años.
Entre aplausos de pie de todos los presentes, la cantante y luchadora por la cultura del continente leyó su discurso de agradecimiento, antes de regalar una copla a capella, dedicada a los poetas que no sabían escribir, pero llegaron con su poesía a los corazones de la gente. Allí estuvimos y tenemos el gran gusto de compartir sus palabras.
Susana Baca – Miércoles 14 de octubre de 2015 – Sala de las Américas – UNC.
«Señores de la Universidad Nacional de Córdoba, decana de Latinoamérica; amigos; compañeras; compañeros; amigas y amigos todos. Déjenme comenzar celebrando estar aquí, celebrar desde el corazón, por tan especial acontecimiento, celebrar desde la razón, por lo que significa este reconocimiento; celebrar estar en una tierra cálida, acogedora, terca en su afirmación de la libertad y generosa en heroísmo.
Déjenme también celebrar estar aquí, entre académicos, artistas, entre estudiantes que afirman su derecho a la esperanza y su fe en el poder de las ideas, para fecundar la tarea transformadora de la realidad a la que estamos llamados.
Para todos los aquí presentes, gente sensible, conscientes de que el propósito fundamental de la cultura, de nuestra cultura, es promover valores, ampliar la sensibilidad, llamar a la empatía y a la contemplación, con sentido heroico de la fortaleza.
Somos pueblos que bailan, que cantan, que transforman el barro, que se enamoran, que escriben poemas de amor y desamor. Que tenemos multiculturales maneras para hacer y decir, y que todo esto está amenazado por la pobreza de lo utilitario, de la alineación a un patrón de conducta muchas veces pobre y chabacano, sin raíces, sin pertenencia a lugares propios.
Por todo esto, el reconocimiento que recibo en el día de hoy, pero fundamentalmente a los muchos años de mi trabajo como artista y una luchadora cultural, me reafirma en que lo caminado tuvo sentido y que aún tiene desafíos y caminos a seguir. Y el camino seguido tubo momentos de gran soledad; también muchos de alegrías y chispas, y por esto debo reconocer la solidaridad de quienes, como yo, consideraron que la querella con lo cotidiano era definir y afirmar una noción de vida, que no se quede atrapada por sólo aquello que se considera útil y produce beneficios, disociando la exploración, la intención, la creación, porque no son rentables y autosostenibles.
Puedo dar fe que en el transcurso de mi vida se ha dicho más y mucho desde esta rebeldía, que lo popular logró amistades incondicionales y reconocimientos políticos y entonces, sostengo que para todos los creadores, el propósito fundamental del arte, de la cultura, debe ser promover valores, ampliar la sensibilidad, llamar a la empatía y a la contemplación, considerar un sentido heroico de la fortaleza.
Por eso déjenme confesar que, últimamente, mi reflexión cultural se diente desafiada e interrogada por tres manifiestos de vital importancia: que nos cuidemos los unos a los otros; que cuidemos el planeta que es nuestra casa común; que usemos los talentos para producir desarrollo y riqueza pensando en el bien vivir social y en acabar con la pobreza.
Soy una mujer negra que vive en un país y vive en un continente racista. En un continente con centenas de culturas y lenguas menospreciadas y en riesgo de extinción. Con pueblos cuyos territorios son despojados en nombre del progreso. Entonces creo que debemos luchar para que la sociedad, a través de sus instituciones, cumpla en generar las condiciones de convivencia intercultural, y que las mismas atraviesen la actividad preexistente y permeen la administración del conjunto del estado.
Vivo en un continente donde, todavía, miles de niñas y niños, hombres y mujeres son marginados y escondidos por la intolerancia del reconocimiento del valor de los unos a los demás, por falta de respeto.
Entonces creo e invoco desde esta palestra, donde lo que está enaltecido es el conocimiento y el saber, para que las enseñanzas nuestras lleven adelante las nociones de la diversidad de todos y de cada uno, el sentido del derecho, la exigencia de los derechos y la obligatoriedad del deber cumplir las propias responsabilidades con sentido solidario.
Creo que en la carrera por hacernos un sitio y por ganarnos la vida, si no estamos atentos, podemos olvidar a los demás, y el tiempo sólo nos mantiene como en una competencia.
Entonces, nuestra cultura educativa debe renunciar al espejismo del progreso individual. La historia nos enseña que los pueblos pagan con violencia social y delincuencia, la falta de solidaridad y el egoísmo de los más codiciosos.
Invoco al cuidado de nuestra casa común. Nuestro ajetreado y frágil planeta. Me siento interpelada porque vengo de un país donde la minería informal e ilegal, la tala indiscriminada, el tráfico de especies biológicas preciosas, depredan el ambiente, envenenan los pueblos amazónicos ribereños, y deja huellas siniestras que perduran por decenios.
Invoco a que los desafíos culturales deben incorporar nuevos valores para progresar apoyando la afirmación de nuestros ecosistemas y derrotando la falacia de que no siempre el progreso llegará a todos y que no será posible reparar los daños ecológicos. Por eso hay que promover una educación de austeridad, de transformación, de re-uso de las materias, de aprecio a la calidad más que a la cantidad, aprender del disfrute de las relaciones interpersonales más que de la competencia del sólo tener dineros que contar.
Estimados todos, entonces, y para finalizar, convoco desde aquí, desde este recinto académico, sensible a la luz y el conocimiento, a luchar por la afirmación de la cultura, de la solidaridad, de la paz, conmovida por ser desde ahora la portadora de una de las más valiosas medallas y estandartes de la dignidad que me confiere ser una artista, con el premio universitario de Cultura Cuatrocientos Años, de la Universidad Nacional de Córdoba, que me hace sentir más grande y más aún en medio de estos grandes y libres pensadores que consolidaron este recinto como el más importante de nuestra América Latina y hoy, como en todas las épocas de las transformaciones, para manifestarnos en contra de la degradación de la cultura y más bien en su defensa como camino más grande de la libertad.
Gracias.»