Solidaridad que arde

13-09-2013 / Política y Sociedad
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Tras los devastadores incendios de la última semana en Córdoba, compartimos el testimonio de un ciudadano que vive en una de las zonas más afectadas por la catástrofe. Su visión indaga sobre las verdaderas causas y pone en blanco sobre negro una problemática latente.


Solidaridad que arde

Por Gastón Casabella*

Fotos: Norberto Lorenti y Eva Coffaro

Tenemos que asumirlo, nos encanta regocijarnos en nuestro espíritu de solidaridad y en nuestro sentimiento de pertenencia a un barrio, a una ciudad, a un pueblo que le sale al cruce a la catástrofe. Sin importar las consecuencias corremos codo a codo, vecino a vecino a humedecer paredes y techos, juntamos monedas para comprar agua mineral, mandarinas, naranjas o combustible para los bomberos, nos mantenemos informados y atentos a cualquier pedido que circule por los medios de comunicación o las redes sociales, hacemos y compartimos cartelitos en Face para exacerbar ese sentimiento de pertenencia. Nada nuevo bajo el sol, la solidaridad es el condimento fundante de la argentinidad, la falta de previsión, la corrupción, la pelotudez también entran en el combo.

Con total sinceridad, sería fácil quedarme con el cuento de la solidaridad y cuando sólo queden las cenizas sentarme frente al noticiero a escuchar las innumerables anécdotas que reflejan el heroísmo del pueblo cordobés, pero hacer solo eso me resulta hipotecar lo poco de sierras que quedan para que se las cobre el próximo incendio.

Me cuesta entender que somos unos tontos capaces de creer que estos incendios son producto de un “boludo” que tiró un pucho encendido un día de campo, al menos me resisto a subestimar la capacidad de análisis de mis comprovincianos. Asumo sí, una carga de hipocresía importante en nuestro accionar y nuestro discurso que nos lleva a repetir como loros estas explicaciones de los hechos para no enfrentarnos a una realidad que en parte nos sitúa como responsables, para no hacernos cargo de lo la parte que nos toca, ahí tenemos la pelotudez.

Muchas de las personas que mostraron su solidaridad por estos días seguramente votaron a José Manuel De la Sota (digo muchas porque de otra manera los números no cierran), por tanto, han sostenido con el voto una nefasta política de prevención de incendios, que con una recaudación especifica fijada por ley ha hecho poco y nada para dotar a los cuarteles de bomberos con los equipamientos e insumos necesarios para hacerle frente a incendios de estas dimensiones. Se comieron la guita. Somos capaces de entender que puede un incendio superar la capacidad de infraestructura, pero en este caso hablamos de extremos, en donde los cuarteles pedían a la comunidad hasta el combustible para poder movilizarse, sólo como para citar un ejemplo superficial. Sumado a esto, tanto Josema como la Unicameral, con mayoría delsotista, nos privaron de una ley para proteger nuestros bosques nativos, dejando el camino libre para tala indiscriminada, tanto para guarecer emprendimientos inmobiliarios como para forestar con pinos, los dos motivos principales por los que el fuego alcanzo las dimisiones que padecemos hoy.

¿Podemos asegurar que De la Sota mando a provocar incendios para tapar los escándalos de corrupción que involucran a la ya cuestionada cúpula policial de la provincia, y que fueron develados por estos días? La verdad no creo, pero sino no cuesta imaginarlo deber ser por eso de “Hazte la fama y échate a dormir”, y como vimos estos días flor de siesta se echó el Gobernador mientras la provincia ardía en llamas. Las pocas apariciones televisivas fueron para realizar un pedido nefasto de “no ayuda”, una maniobra polemista de la que se prendieron algunos hepáticos medios chupa sangre para desinformar, tal cual es su costumbre: canal 12 a pleno y Mario Pereyra que buena tajada deben sacar con la Blanquita como candidata estrellada, los paspados del 8, que son eso… una par de pavotes que esperan que las noticias les golpeen la puerta. Los aviones aún sobrevuelan, pero los incendios ya no son noticia. Acá la cadena de corrupción.

Muchos salimos a dar una mano, fuimos a trasladar gente en nuestros autos, llevamos los insumos que requerían los bomberos ¿Sabíamos cómo hacerlo? ¿Estábamos preparados como sociedad para resolver una situación así?

Todos los años en Córdoba tenemos incendios, sin embargo, alguien puede asegurarme: ¿Cómo? ¿Dónde? ¿De qué forma? Se tienen que realizar las evacuaciones. ¿Los medios de comunicación tienen un protocolo de información al respecto? ¿Los municipios cuentan con un espacio en donde se asegure la integridad de evacuados? En Alta Gracia trasladaron a la gente a la Colonia José María Paz, en plena sierras, ¡rodeada de árboles! Luego las trasladaron a un club más céntrico en la ciudad, pero a 300 metros de donde ya había ardido un foco de incendio. El dilema de toda emergencia entre la urgencia por prestar una mano y la realidad de molestar las maniobras de quienes están verdaderamente instruidos como defensa civil, bomberos, policías etc., debería tender a reducirse al menos, educación mediante, porque los incendios son una realidad con las que lamentablemente conviviremos por varios años más.

Existen, por tanto, quienes demuestran un espíritu de compromiso social y lucha sostenida en el tiempo, que reclaman políticas públicas para prevenir estas situaciones y que previenen al resto de la sociedad las consecuencias de eventos como estos. Pero en la gran mayoría de la población el temperamento colectivo forjado a la sombra de la culpa propia de nuestra cultura judeo-cristiana inconscientemente nos hace aflorar esta supuesta solidaridad, vacía de autocrítica, vacía de contenido, como respuesta a la mugre que pretendemos mandar debajo de la alfombra y que en situaciones como esta nos tapa. Esta es tristemente la mayoría de la ciudadanía, de otra manera no nos estaríamos lamentando, no nos engañemos, como siempre estamos llegando tarde, ahora sí, vamos por lo que nos queda, hagámoslo como nos sale, no lo va a hacer el gobernador, pero le reclamemos que se haga cargo.

*el autor es ciudadano de Alta Gracia, una de las principales áreas perjudicadas por los incendios