¿Y ahora?

Seguir o no seguir

14-03-2017 / Política y Sociedad
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Las dos muertes vinculadas al recital del Indio en Olavarría liberaron todo tipo de comentarios en los medios y en las redes sociales. Este es otro.


Seguir o no seguir

Por | redaccion351@gmail.com

Ficha personal.

1992. Flop. Villa María. Presentación de «La Mosca y la Sopa». 15 años de edad, con mi hermano de 18. La cola para entrar es un amontonamiento asfixiante. Adentro, me sentí muy mal varias veces. El lugar atestado de público. Se podría haber muerto alguien. Por ejemplo yo. Al día siguiente, todos mis recuerdos eran alucinantes. Inicio de mi fanatismo. Al poco tiempo, todos los discos, cassettes inéditos, revistas, posters, etc.

Huracán. Presentación de «Lobo Suelto, Cordero Atado». Delirio. Ingreso con mi hermano en medio de un malón. Nadie me cortó la entrada, que perdí junto a, maldición otra vez, mi DNI. Fabregat cita el mismo dato: en Huracán entró mucha gente sin entrada. Quedamos bastante adelante. Pasaron cientos de chicos y chicas por encima del público, algunos mal, otros simplemente para “disfrutar el pasamanos”. Antes del comienzo, salió el Indio y habló sobre unos chicos que habían sido golpeados. Si no recuerdo mal fueron Los Navarros. Puedo equivocarme.

L’etoile. San Carlos. Ingreso con mi hermano. Un caos. Boliche atestado. Chicos subidos a columnas metálicas del lugar. Indio pidiendo varias veces que se bajen. Cualquier desperfecto hubiera causado problemas graves. Muertes, claro. Un pendejo electrocutado.

L’etoile. San Carlos. Año siguiente o por ahí. Mismo escenario. Mismo riesgo. Misma locura. Mismo amor. Misma inconciencia. Nadie, absolutamente nadie cuestionó nada. Otra fiesta (lectores que conecten este raconto a posibles argumentaciones, abandonen ahora. El que avisa no traiciona).

Unión de Santa Fé. 28 de diciembre. Ingreso complicado. Un camión atestado funcionando de guardacintos. Lluvia (creo que fue en ese recital). Pogo bajo la lluvia. Inolvidable. Banderas. Amor por la música, por la vida, por estar ahí. Avalanchas, estampidas, tirados en el suelo del campo, embarrados. Imágenes inolvidables. Hermosas, espantosas. No lo sé.

Villa María. Presentación de «Luzbelito». Ingreso tranquilo como nunca. Todo el recital parado sobre las butacas del Anfiteatro. Bengalas por doquier. Banderas como siempre, imágenes inolvidables. Nueva declaración de amor con «Juguetes perdidos». Dos tipos matándose a trompadas y varios a cada lado tratando de separarlos. “Qué boludos que son, qué boludos que son, no parecen Redondos la puta madre que los parió.” Fin. Regreso feliz.

Villa María. Año siguiente o por ahí. Ingreso con incidentes. Policía montada. Desastre. Desborde. El lugar quedó muy chico. Una avalancha nos arruina el recital. El peor de todos.

Chateau. Último recital. 2001. «Momo Sampler». Campo. Centro, a 15 metros del escenario. Varias estampidas antes del comienzo. Estampida: de bien que estamos todos tranquilos, algunos parados, otros sentados, de repente todos corren no se sabe por qué. Varios de los que estaban sentados no alcanzan a pararse y resultan golpeados. Antes del comienzo, la postal de la vieja platea del Chateau, desde el campo, es inolvidable. Muchas bengalas. Mucho de todo. Después, alguien muere por caer desde una platea. Los Redondos en Córdoba. Una maravilla, a pesar de los últimos discos, que como a muchos, no me gustaron. Pero un muerto, sin tapa en todos los diarios.

Jesús María. Indio solista. Cambios de todo tipo. Yo, padre, yendo solo a un recital, por primera vez, solo al recital de quien ya no es mi ídolo de la adolescencia. Cambio absoluto de la mirada. No me lo banqué. No lo sé. Vi muchísima gente rota. Acaso la misma que antes no había visto o sí pero no la consideraba “rota”. Rotos: tirados en la calle, borrachos, sucios, fumadísimos. ¿»Sucios» dije? ¿Ahora tengo problemas con los sucios? No. Tampoco con los borrachos, ni con los fumados… ¿Y entonces? ¿Qué me pasó? ¿Me puse careta? No lo sé. Me quedé un largo rato mirando a una banda de 20 locos cantando “Escuchenló escuchenló escuchenló (bis) Ni el Pepsi Music, Ni el Quilmes Rock, esto es el Indio la puta que lo parió”. Cantando eso sin parar durante por lo menos media hora. Pensé: no se canta así en un recital. El cantito se arma, se repite un par de veces y se desvanece hasta que se arma otro cantito. No: estos pibes media hora cantando lo mismo, como las barras de fútbol. Recuerdos estúpidos, sí, a diferencia de las preguntas iluminadas por estas horas, acerca de si un recital del Indio, en las condiciones reinantes, es o no es rock. ¿Quien va o deja de ir a un recital porque se pregunta si lo que va a ver y escuchar es o no es rock y se responde alguna cosa? Aplausos para quienes deciden a partir de ese procedimiento. ¡Qué se yo si el Indio sigue siendo rock! ¡Pagué los sesenta pesos de ese momento porque quería volver a escuchar las canciones de los Redondos en vivo, cantadas por el original y no por una espantosa banda tributo! Quería escuchar «Salando las heridas» o «Música para pastillas» o «Fanfarria del Cabrío» y decenas más. ¿Quién filtra su asistencia a un concierto con la pregunta por lo que representa, en ese momento, el artista en cuestión? Vas o no vas si te siguen emocionando o no sus canciones. Y si prevés condiciones tolerables, claro.

Entonces Jesús María, desde la tribuna, esperando que toque alguna de los Redondos, como, arriesgo, el 90% de la concurrencia. Sólo bajé para el pogo de «Ji Ji Ji», como hizo la mayoría de los que estábamos en la tribuna.

Nunca más fui. Cada vez que aparecía la noticia de un recital del Indio, las mismas dudas: ¿lo voy a disfrutar? Y la misma respuesta: Ya no. En el medio, Cerati con “Siempre es hoy”, con “Ahí vamos”, la vuelta de Soda y “Fuerza Natural”. Y el Flaco. Me fui para ese lado otra vez. Alguna canción de los Redondos en la radio me sorprendía pensando cuánto hacía que no ponía cualquier disco de esos que tanto escuché, en mis auriculares. Las vueltas de la vida: fanatismo por Soda hasta «Dynamo», viraje a Los Redondos hasta su separación, vuelta a Cerati. Si se hubiera dado la circunstancia de que ambos hubieran tocado el mismo día, no habría dudado en la decisión: Cerati. No se trata de rivalidad. Se trata de que Cerati solista me terminó gustando mucho más que el Indio solista.

Nunca dejé de escuchar comentarios, de leer las coberturas, de ver La Viola para ver el único tema permitido y demás boberías y después los videos de distintos recitales, emocionándome con “Pabellón séptimo”, con “El Tesoro de los inocentes”, con “Y mientras tanto el sol de muere” y creo que con no mucho más.

No escuché siquiera el último disco. Me dejó de interesar el tipo que me había hipnotizado a los 15 años.

Vi el video de Vorterix en Tandil. La entrevista de Pergolini y el saludo del Indio en el fin del recital: “Gracias, es imposible abarcar esto. No sé de qué se trata. No me quiero hacer cargo”.

Hasta aquí mi experiencia personal, que no es una argumentación, como algunos concluyeron sin conocerme, y me trataron de imbécil en los comentarios de la publicación de La Tinta, que compartió un texto movido por el dolor, bajo mi autorización, como este, en un momento donde parece que todos exigen explicaciones mientras muchos, muchísimos de los mismos, no tienen reparos en justificar estragos mucho más graves que involucran no a miles de personas, sino a millones.

La lista de mis recitales pretende dar a entender desde dónde se escribe. Escribo desde ahí. No desde los libros de cultura rock que leí ni desde los otros cientos de libros que también leí y acaso me ayudan a pensar para picarle el boleto a tantos oportunistas o “profesionales”. Tampoco escribo desde las decenas de otros recitales de rock masivos a los que también fui, ni desde los otros cientos de otros recitales de otras músicas a los que también fui. Escribo desde la vida, eso que los profesionales ocultan porque un profesional tiene que abstraerse de su vida y pensar y escribir con frialdad. Por suerte hay muy buenos.

Lecturas

Entre todo lo que leí, antes del 11 de marzo de 2017, casi no encontré artículos que hablaran de la locura, del descontrol de los que entran sin entrada, de todo lo que hoy se dice en cataratas porque se murieron personas. No puedo encontrar diferencias entre lo que leo y el mismo oportunismo miserable de los que analizan derrotas deportivas y resaltan errores que se guardan bien guardados si el equipo jugó horrible pero ganó al final con un gol agónico a lo Palermo contra Perú.

Resulta que uno de los artistas que hasta el sábado a la tarde era un ícono de la cultura musical de este país, ahora es un hijo de puta millonario que se caga en su público.

¿Es un hijo de puta millonario? Si lo es, lo es desde hace mucho tiempo, exactamente el mismo tiempo relatado en crónicas periodísticas encandiladas por la masividad, donde cualquier alusión a la falta de organización fue menos que insignificante porque siempre todo fue una fiesta.

Más allá de los análisis del personaje, de su historia, de sus ambiciones, de sus codicias, de la cultura del aguante, de todo lo malo que ahora abruma a la circunstancia de que cientos de miles de personas decidieron ir a ver a un artista en busca de emoción, en condiciones mejorables, como siempre lo fueron para quienes decidieron seguir yendo, e insoportables para quienes decidieron dejar de ir (como yo), pienso de nuevo y ojalá me ayuden a encontrar variables: ¿Cómo se organiza un recital del Indio Solari? Más específicamente: ¿Cómo se controla el punto, según mi parecer, decisivo de este recital, a saber: el ingreso?

¿Cómo lo harían productores que han organizado estadios para 60 mil personas con todas las de manual, con público de manual?

¿Cómo lo harían productores que han organizado espectáculos para no más de 5 mil personas? ¿Sólo se trata de multiplicar a escala?

¿Cómo se asegura un recital para un público que en una proporción más que significativa no se banca a la policía y que, en su totalidad, multiplica la población estable de la ciudad que aceptó, con no poca audacia (atribuya el juicio de valor que se le antoje) de sus autoridades, el desafío?

¿Qué es eso de que una gran parte del público del Indio no se banca a la polícia? ¿Por qué no se la banca? Hay que retroceder décadas para entenderlo. Ahora bien: con entenderlo ahora ¿se puede resolver de un recital a otro? Es casi tan estúpido o miserable como pretender eliminar la pobreza creando más pobres, y después meterlos presos a todos.

Esto es más que real: la existencia de policías uniformados en un recital del Indio tiene una altísima probabilidad de incidentes. Lo sabemos todos. ¿Esto es tan así? Creo que sí. ¿Creen que no?

A propósito, ¿tiene sentido ponerse ahora a analizar como sociólogos la cultura del aguante? Todo lo que digan los preclaros de ocasión ya se sabe. Muchachos, de nuevo: ya se sabe. No eran necesarios los muertos para lucir tanta agudeza intelectual sobre el árbol caído, porque antes que agudeza es miseria.

Los invito a sacarse los anteojos y ayúdenme a pensar cómo producimos, cómo organizamos un recital del Indio Solari para 200 mil y pico de personas. Ese pico podría acumular unas 100 mil más. Una inmensidad que nadie acostumbra pensar. Cualquier más-menos de un pronostico de asistencia se calcula en cientos, o en pocos miles. Objeciones previas, una muy repetida: ¿Por qué no hace varios recitales? ¿No los hace porque el costo es mayor y haciendo un solo concierto ahorra guita (y toda la teoría del Indio famélico de guita)?

A ver, pensemos posibilidades (las que enumero no clausuran la lista, pretenden abrirla):

Hacer dos o tres recitales seguidos en una misma ciudad del interior. Muy bien: ¿Cuántos irán la primera noche y no se quedarán para la segunda y tercera? Resultado probable: caos multiplicado, extendido por más tiempo. Si algo salió mal la primera noche y se suspenden las posteriores: infierno.

Hacer varios estadios en River o La Plata. Misma probabilidad. Acaso peor. Mayor convocatoria por la cercanía. Más caos en plena ciudad. De tránsito, de todo. Más prensa cubriendo el caos. ¿River sin control policial? ¿La Plata sin control policial? ¿Es posible? Claro que no. 

Hacer una gira por el interior. Un recital en la región centro, otro al mes en el Sur; otro al mes en el Norte; otro al mes en Cuyo. Programarlo con tiempo para que la gente se pueda organizar. ¿Alguien recuerda una gira de los Redondos o del Indio? No existe. Nunca sucedió. Si las fechas se estiran demasiado, pues ya no será una gira y entonces la probabilidad de que los mismos que fueron al Sur vayan al Norte será, otra vez, altísima. Resultado: misma cantidad de gente, con las mismas complicaciones.

No tocar más. Listo. Que no toque más. O hace una gira o no toca más. Fin del problema. Procedimiento intelectual cercano a combatir la pobreza por lo más simple: eliminando a los pobres, corriéndolos de la vista, o a resolver el problema del fútbol eliminando el deporte. No existe más el fútbol. Fin.

Otras posibilidades

Tocar gratis. Argumento de los que lo corren por izquierda. Bueno. Que toque gratis. Ahora el problema sube de 200 mil a un millón de personas repartidas en decenas de recitales. Todos contentos. Cuando se le termine la fortuna, que pague Macri. Ya largo la ginebra.

Cobrar más barato. Si es imposible controlar 300 mil (200 mil con entrada más 100 mil sin entrada) ¿Cómo controlamos 500 mil o más personas?

Cobrar más caro. ¿Se imaginan las críticas? El artista más popular cobrando entradas prohibitivas. ¿Dejarán de ir los que quieren entrar gratis? Tal vez no, tal vez se multipliquen.

Controlar el ingreso para no dejar pasar a los que no tienen entrada, como sucede en cualquier recital normal. Este es acaso todo el punto: Hay quienes siguen comparando un recital normal con un recital del Indio. ¿Cómo hacerles entender que no es lo mismo? ¿Que, análisis sociológico aparte (bah, el de ahora, el de los oportunistas lúcidos), el público del Indio se compone de gente que paga la entrada y de gente que no y entra igual?

¿Cómo lo evitamos?

Ponemos guardias civiles. Muy bien. ¿Cuántos? De repente hay mil personas que empujan para entrar gratis. Remo. Desmadre. Viene la orden. “Liberen”. Entran los mil. Detrás, cientos, miles más.

Entonces, ponés policía. Cientos, miles de policías. Infantería y montada. Carros hidrantes. Miles de personas que durante años esperaron en cada recital para entrar gratis, ya no podrán. Ahora hay policía. “El Indio se puso la gorra loco. Eeeh loco… ¿Mirá que te rompemo todo gato eh?” ¿Hay una parte del público del Indio así? ¿Alguien podría negarlo? Sí. Hay público así. El riesgo de que salgan a romper todo en las inmediaciones del predio es alta. Altísima. Saldo: La policía reprimiendo, incidentes, balas de goma. Ups, se escapó una bala de las otras: un muerto. Fin. Lo que querías evitar acaba de suceder en las afueras del predio. Muertos + detenidos + daños materiales + heridos= Nunca más.

Entonces, no lo evitás, como desde hace décadas. Entonces, el predio se calcula cada vez más grande para bancar la concurrencia, de proporción estimada entre quienes ingresarán con entrada paga + quienes ingresarán gratis.

¿A alguien se le ocurre que la organización no sabe y no calcula de antemano que ingresará un porcentaje de público sin entrada y entonces dimensiona el predio en función de ese cálculo? ¿Una locura? Y sí. Una locura. ¿Por qué dejé de ir?

Parece que en Olavarría se desbordó todo. Conexión lineal multiplicada en los medios: dos muertos.

¿Por qué en Olavarría se desbordó todo? ¿Corrió el temor del último concierto por la enfermedad del Indio? ¿Existe la enfermedad del Indio? ¿Le creen al Indio? Cada cual sabrá responderse.

¿Podría haber mejorado todo en la organización? ¿Más planificación? ¿Más salidas? ¿Más controles? ¿Más de todo? Sí, claro. ¿Las fallas en la organización originaron las muertes? Es toda la discusión. Acá nos dividimos entre los que creen que sí, y entre los que creemos que no, a pesar de todas las falencias repetidas en las últimas horas y los análisis brillantes que conectan errores globales de organización con muertos por causas específicas. Ejemplo: alguien superó todos los límites de ingesta de alcohol y se muere. ¿El contexto de un recital desbordado es la causa? Antes de pensar en justificaciones por adoración o en análisis preclaros con la televisión encendida, hay que volver a pensar. En todos los recitales, o en casi todos se vende alcohol. ¿Quién controla? ¿Había suficientes puestos de atención médica? ¿Alguien que no puede más de alcohol se banca un pogo? ¿Una avalancha? ¿La causa de su muerte es el desborde? ¿A quién le interesan los detalles de cómo murieron? Se murieron en medio de una locura que podría haber cobrado muchas más vidas en todo este tiempo y no se las cobró hasta Olavarría. ¿Hasta Olavarría? Se murió una persona en Córdoba, hace 16 años, en pleno «recital normal», con policía, ergo, con muchísimos detenidos. ¿Por qué nadie habla de esa muerte hoy? Hay que releer las noticias. Filipi se cayó. Se rompió la cabeza. Otros también cayeron y resultaron heridos. ¿Se podrían haber muerto? Claro. En el Chateau Carreras, con todas las de manual, se murió una persona y podrían haber sido más.

No puedo comparar con Cromagnón. No tiene que ver con gustos musicales, como también pensaron varios. ¿Es comparable una bengala que pasó los controles porque los controles fallaron y se incendió una tela en un espacio cerrado con puertas de emergencia increíblemente cerradas, y un predio abierto pero desbordado, donde entraron miles de personas sin control, que podrían haber ingresado con pistolas, armas blancas, drogas, cataratas de alcohol y todo eso podría haber matado a cientos de personas y en por lo menos dos décadas no mató a nadie hasta que se murieron dos en Olavarría aparentemente sin relación a eso que pudo ingresar? No lo sé. Francamente no lo sé. Y “no lo sé” significa eso: No lo sé. No es una forma de decir “No”. Es la manera literal de decir, justamente, no lo sé.

En este mismísimo momento, estoy pensando, como si alguien me preguntara qué pienso, que el Indio no puede tocar más. Que el límite es la muerte. Pero ya se había muerto Bulacio y se había muerto Filipi en el Chateau, por causas diferentes. ¿Tan diferentes en el fondo? Y si siguió tocando después de esas muertes, ¿por qué no puede seguir tocando ahora? ¿La muerte es el límite en otros ámbitos de la vida social donde nadie aprende nada?

Les acerco un ejemplo: la ruta de Córdoba a Río Cuarto es un caos, una invitación al choque de frente. Como la autopista no está terminada, tiene desvíos por todos lados. De tantos que hay, en algunos tramos es autopista, en otros te vienen autos de frente. En otros tramos, el carril izquierdo tiene flechas pintadas que indican la dirección contraria a la que se transita. Pero no: los dos carriles están habilitados para transitar en la misma dirección. Una locura. En algunos tramos está todo señalizado, en otros no. Un desastre. La confusión es más que probable. Alguien se va a mandar a pasar un camión y le va a venir un auto de frente. Muy bien, en todo ese trayecto hay tres puestos de peaje que cobran por esa ruta. ¿Cobran a roban? Hay millonarios ladrones con los pies en el plato de esa ruta. Pero como las muertes serán por cuentagotas, como todas las muertes evitables de todas las rutas desastrosas del país, nadie renunciará ni irá preso. Alguien va a morir en esa ruta. ¿Va a morir o ya murió? Los invito a que googleen «Accidente en la ruta 36». Verán cómo se muere la gente según los medios. Esa gente se murió en «accidentes». Las noticias son policiales, redacciones de manual. Nadie habla de si la ruta estaba pintada o despintada, de si los desvíos estaban señalizados. Nada de nada. La gente se muere en la ruta por accidentes y en un recital por fallas en la organización.

Periodismo basura: Acá investigo y voy contra todo. Acá no. Acá tengo intereses. Donde hay intereses que me perjudican: fue un accidente. Donde no: vía libre para demonizar.

¿Podrá seguir tocando el Indio? ¿Debería seguir tocando? En lo que va de las últimas horas, cambié de opinión una docena de veces, todas enredadas y aturdidas por tantos sucesos cotidianos donde la gente se muere por causas menos complejas de desentrañar y definitivamente invisibilizadas. ¿Pero a quién le importa lo que yo piense? Sólo a quien me haya seguido hasta acá para ver si finalmente surge un dedo acusador que atribuye responsabilidades o un simple fanático intentando justificar muertos. Disculpas si se van con nada. O al menos con una certeza de medio punto: esto no es periodismo. Es sólo basura. Para saber qué pensar, están ustedes mismos frente a sus recuerdos, o frente a los medios serios, con sus profesionales que opinan en tercera persona.