PENSAR CON HUMOR

Libertad, Igualdad, Fraternidad

11-06-2012 / Política y Sociedad
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Una de las consignas del Festival “Pensar con Humor” fue llevar adelante una maratón de más de 70 presentaciones en salas teatrales, desde luego, pero también en lugares “no convencionales”: museos, plazas, lugares judicializados. Entre esos espacios se incluyó a la cárcel de Bouwer y el Correccional de Mujeres. El relato que sigue es el intento, imperfecto pero dentro de lo humanamente posible honesto, de comunicar la maraña de sensaciones, confusiones, emociones y contradicciones que motivó esta experiencia.


Libertad, Igualdad, Fraternidad

Por Romina Scocozza*

Nueve de la mañana del día miércoles seis de junio de 2012. Una traffic nos espera en la entrada del Teatro Real, frente a la Plaza San Martín. Hace mucho frío. Es el día previo al que sería el día más frío del 2012. Destino: la cárcel de Bouwer. Llenamos una planilla con nuestros nombres completos y números de documento. Verificamos mutuamente el estar provistos de buen abrigo. Nos advierten que en Bouwer está helado. Esa es la palabra. Helado.

Unos cuarenta minutos después, llegamos. Era verdad. No tenía un termómetro ambiental a mano pero los huesos no mienten. El aire agrieta la piel, el sol se ríe de nosotros mientras brilla ahí arriba, plena e inútilmente.

Uno de los cronistas me mira. Sin decir nada nos comunicamos. Estamos nerviosos. Vamos a poner por primera vez los pies en una cárcel y todas las películas que vimos en nuestras vidas, los relatos periodísticos, las novelas, en mi caso todo lo que pude leer cuando cursaba Criminología en la facultad, se nos mezcla con una dosis algo alta de ansiedad y un inconfesable, pero existente, miedo.

No podemos llevar los celulares. Las carteras van a ser revisadas. Cámaras filmadoras y fotográficas, sólo las autorizadas. No se pueden tomar imágenes del rostro de los internos, las fotos se sacan al escenario y desde atrás, es decir, imágenes de la función, todas las que gusten, de los espectadores, espaldas y nucas solamente. DNI en mano.
En la entrada, todas las indicaciones para las visitas. Qué se puede llevar, qué está prohibido, cuándo, cómo, dónde. Es un monumento al reglamentarismo. Cada detalle de la vida está contenido en alguno de los cientos de incisos de los miles de artículos que rigen la vida en la cárcel. No de los internos, sino de todos, absolutamente todos los que de una u otra forma tienen algún contacto con Bouwer.

Se acerca el Director. Uno de los agentes que nos va mostrando el camino lo señala. “Ese que viene ahí es el director de este mundo”. Esas son sus palabras. Conclusiones, por el momento se las dejo a ustedes.
Siete puertas y rejas después, estamos “adentro”.

“Por un día”

Todo el personal del servicio penitenciario nos recibe de una manera sumamente cordial, amable, formal al extremo pero con cierta calidez. Las menos de diez mujeres presentes somos objeto del más absoluto respeto y gentileza. Después de todo, somos huéspedes, visitantes, trabajadores de la prensa, y “por un día” dos mundos van a intentar espiarse mutuamente. Como sucede siempre con las visitas, incluso cuando las recibimos en nuestra casa, lo que se nos permitirá observar es la mejor cara de este mundo.

El lugar es una desmesura. Afuera, un descampado sin árboles. Sólo pasto y más pasto. Adentro, espacioso, limpio, prolijo, silencioso, ordenado. Avanzamos por pasillos que me hacen acordar a mi escuela primaria, las paredes pintadas en dos tonos, blanco y amarillito, la única diferencia es que mi escuela tenía unos tapiales blanquitos en el borde del terreno y este otro espacio está delimitado por altas torres y alambrados, todos coronados con alambres de púas. El patio interno, la bandera azul y blanca en lo alto del mástil, los afiches por el día de la patria que se festejó hace unos días, todo eso es igual.

Estamos en el sector que llaman “la Escuela” del módulo MX1, en donde están “alojados” reincidentes y multireincidentes. Ninguno de los internos lleva uniforme, ni anaranjado, ni a rayas, todos están de jeans, con buzos y camperas por el frío. En las cabezas morenas no hay gorros de lana, ni viseras, ni aros. La mayoría de los que se dirigen al “SUM” (denominación de moda, ridícula como muchas modas, del salón de actos o patio cubierto) acaban de salir de clases. Algunos están terminando el secundario, otros recién aprendiendo las primeras letras, otros en medio de estudios universitarios. Todos tienen una carpeta, una lapicera y mucho frío. Las profesoras son también muy amables, se muestran complacidas por la visita y tienen una alta opinión de la actividad que se está por llevar a cabo.

Llegan los actores y el director de la obra. Son tres actores, Gonzalo Dreizik, Hernán Sevilla y Alejandro Orlando. El director, serio y concentrado, Marcelo Massa, llega junto a ellos e inmediatamente se abocan a verificar los aspectos técnicos necesarios para la presentación de “10 maneras de ser un hombre” la obra que presentarán en minutos frente a unas cien personas, quizás un poco más, o un poco menos.

Se escucha una melodía de Los Beatles en clave de karaoke, se repite una y otra vez la misma canción mientras ingresan de a pequeños grupos los internos, que van ocupando “de la tercera fila para atrás, las dos primeras son para las autoridades”, según las indicaciones de un agente que los trata con firmeza.

Son chicos. Ninguno, absolutamente ninguno, aparenta más de treinta años. De cada diez, nueve tienen el aspecto de un adolescente. Me llama la atención un detalle, pese a tanta juventud, muchos de ellos llevan alianzas de matrimonio.
Se sientan, obedientes. Ninguno realiza movimientos bruscos, ninguno levanta la voz.

La locutora oficial da comienzo a la presentación protocolar, previamente los instruye para que al nombrar a las autoridades de la institución, les brinden un aplauso respetuoso. Les habla de que por un día están invitados a este Festival, por un día pueden reír, por un día pueden soñar. Les dice que lo único que nadie puede arrebatarles nunca son los sueños, las ilusiones, la fe. En un momento, textuales palabras, les dice “por un día todos somos personas”. La escuchamos atentos. Nadie habla. Yo me quedo pensando. Sigo dejando las conclusiones para más adelante.

Fraternidad

En esta fría mañana de junio, una obra de teatro empieza al son de Nino Bravo. No es una obra liviana, aunque sea muy cómica. Fue escrita por Fernando Schmidt, un uruguayo que intentó de esta manera aportar desde su arte una pieza que sume una nueva perspectiva en la lucha contra la violencia de género. Hombres, varones, hablando de ellos mismos, los “machos”.

La dificultad de la obra estriba en tratar desde el humor un tema que de tan serio se vuelve peligrosamente solemne. La dificultad de presentar esta obra en un lugar como Bouwer se duplica y adquiere una densidad que motiva más de un análisis. Allí está un público eminentemente masculino, presenciando sucesivos monólogos, salidos de una pluma masculina, en voces y cuerpos masculinos que les hablan sin ningún preámbulo de la violencia machista.

Por unos buenos cincuenta minutos, todo es una risa. Nos reímos sin parar. Nos reímos como hermanos ante algo que es, ciertamente, muy gracioso. Las actuaciones y el guión combinan tan bien que es imposible no reírse. Es imposible no preguntarse de qué exactamente nos estamos riendo.

En el aplauso, sobre el final, recordé a dónde estábamos.

Igualdad

La desigualdad es la principal causa de la violencia social, cualquiera sea su clase. Esta tesis, expuesta magistralmente por Tomás Moro en “Utopía” (1516), cobró durante la presentación que aquí estoy compartiendo con ustedes, una extraordinaria vigencia. Llevar adelante la presentación de una obra de teatro humorística que tenga como tema principal reírse del estereotipo del “macho” y a partir de esa primera reacción provocar reflexiones más profundas conlleva riesgos considerables en un teatro convencional. En una cárcel de hombres es, innegablemente, una aventura de final incierto. Abordar temas como la sexualidad, la educación, la violación de un varón, la ignorancia respecto al mundo femenino, la venganza ante un agravio, la constante violencia verbal, etc. sin caer en un simplismo vulgar ni permitir el equívoco de que se esté haciendo una apología de tales realidades es una labor sumamente delicada que merece un sentido reconocimiento al director y a los actores.

Al finalizar la presentación, la locutora celebra y agradece el silencio, el respeto. El entusiasmo y el clima de fiesta están en el aire. Todo son sonrisas. Se destaca que ninguno de los actores ha cobrado por realizar esta función. La presentadora concluye diciendo: «La risa salva, sana, cura.» La escuchamos. No puedo dejar de pensar en cuán desiguales son los dolores de todos los que ahí estamos.

Libertad

Voy a tratar de hacer conducta aquí 
Para rajar antes que mis pulmones 
Si va a pasar algo conmigo 
Quiero que sea en libertad… allá afuera! 
Y nada más! irme y nada más! 
Pabellón Séptimo – Indio Solari

En el siglo en el que Tomás Moro describe cómo sería su Estado ideal, los castigos por la comisión de delitos incluían tormentos que en la actualidad ofenden hasta al alma más insensible. El mismo Moro fue condenado por traición y perdió la cabeza al persistir en su negativa de apoyar las decisiones que Enrique VIII había tomado en aquel entonces.

La actual ley de ejecución de las penas privativas de la libertad (24.660 y sus modificatorias, conocida como la ley del “régimen penitenciario”) contiene disposiciones que desde el artículo 1º y en consonancia con la finalidad expresada por el Art. 18 de la Constitución Nacional en su última parte (“…las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas…” ) habilitan la realización de este tipo de actividades. En el citado artículo se establece textualmente que “la ejecución de la pena privativa de libertad, en todas sus modalidades, tiene por finalidad lograr que el condenado adquiera la capacidad de comprender y respetar la ley procurando su adecuada reinserción social, promoviendo la comprensión y el apoyo de la sociedad. El régimen penitenciario deberá utilizar, de acuerdo con las circunstancias de cada caso, todos los medios de tratamiento interdisciplinario que resulten apropiados para la finalidad enunciada.”

Con este contexto normativo, actividades como las realizadas en el marco del Festival «Pensar con Humor» no sólo son beneficiosas para el “tratamiento” sino que debieran ser estimuladas no sólo para que los internos tengan la posibilidad de pasar un buen momento sino también para que la opacidad de la institución carcelaria vaya disminuyendo progresivamente y desde la sociedad se reciba a quienes han cumplido una condena con una actitud inclusiva y no de rechazo. Sin embargo, los internos perciben la posibilidad de asistir a este espectáculo como un “beneficio”, un especial “privilegio” al que no todos acceden. No lo perciben como lo que realmente es: el ejercicio efectivo de un derecho del cual no están privados por la pena que purgan: el derecho a la cultura, de los que, aunque se encuentren entre rejas, siguen siendo sujetos activos. Llama la atención también el hecho de que se destaque con tanta insistencia que los actores no cobren por esta función, como si fuera natural que todo trabajo en la cárcel fuera ad honorem.

Llegaba el mediodía y la visita estaba pronta a concluir. A las dos y media de la tarde estaba prevista la segunda función del día, en el Correccional de Mujeres. Decidí quedarme y asistir a esa segunda función.

Ríe con ellas

El ambiente en el Correccional de Mujeres fue un poco más distendido. Caben las mismas consideraciones estéticas que referí con respecto al penal de hombres. Los alambrados, los pasillos, la similitud con cualquier colegio público. El trámite para entrar fue idéntico. Nada de celulares, nada de fotos de frente, DNI en mano y “adentro” a través de rejas y más rejas.

La calidez del personal, esta vez femenino en su totalidad, contrastó con la fría cordialidad del personal masculino del penal.

Alrededor de cincuenta internas asistieron a la función. En su mayoría jóvenes también, de aspecto cansado, sin uniformes y todas con mucha ansiedad por ver el espectáculo. Las risas comenzaron a escucharse nuevamente, pero en diferentes instancias de la obra. Los momentos que en el penal habían hecho estallar carcajadas eran recibidos por estas mujeres con miradas serias. En otros momentos, las risas coincidían. Por último, humoradas que los hombres habían recibido con menos algarabía provocaban risas desenfrenadas entre este público femenino. Entre las risas se oía el llanto sofocado de un bebé de pocos meses, hijo de una de las reclusas, que vive con ella en el correccional.

“Ellas están más solas” me comentó alguien del personal. “Los hombres presos reciben la visita de sus madres, de sus novias, de sus hermanas, las mujeres que ingresan acá son dejadas de lado sin piedad. A veces viene una mamá, pero los hombres que siguen viniendo a verlas son los menos”. Más pensamientos seguían acumulándose en mi mente.

El final

De vuelta en la traffic, ya con el sol cayendo y la temperatura bajando aún más, emprendimos el regreso. “Afuera” el mundo seguía como si nada.

“Adentro” quedaban cientos de hombres y mujeres, muchos de ellos ni siquiera condenados sino a la espera de un proceso (es decir inocentes y esperando el juicio entre muros), ese niño de pocos meses, el personal del servicio penitenciario.

Imposible no celebrar el esfuerzo de llevar adelante este emprendimiento. De que año a año tenga continuidad y de que el capítulo de “extensión en la cárcel” se consolide tanto en este Festival “Pensar con Humor” como en el Festival de Teatro del Mercosur.

Inevitable no formularse también muchos cuestionamientos, irse de la cárcel con el alma cambiada, con preguntas que uno jamás pensó hacerse, con confusiones e inquietudes nuevas. Con ganas de hablar un poco menos, escuchar un poco más y comunicar mejor.

En el día del periodista, comunicar con más sensibilidad y menos sensacionalismo. Eliminar los relatos que se regodean en los aspectos morbosos de estas realidades y dejar de exaltar los ánimos hacia la violencia, las actitudes antidemocráticas y la hipocresía de poderes que mantienen discursos políticamente correctos pero llevan adelante prácticas completamente reñidas con los Derechos Humanos. En definitiva, emprender un camino de retorno a una comunicación más humana, piadosa, tolerante e inclusiva.

Las conclusiones, para más adelante.

 

Agradezco a Lucas Crisafulli, generoso colega y amigo, sus siempre agudas observaciones.

*Romina Scocozza. Abogada, docente y periodista. Productora y co-conductora del programa «Susana Curto y amigos», por Radio Universidad, am 580, sábados de 9 a 12hs.