Por Pablo Arietti | redaccion351@gmail.com
Después de toda una vida dedicada a la combinación de los sabores; después de aprender cómo algún mayor preparaba manjares multitudinarios, cómo ciertas recetas podían ser alteradas para escándalo de las escribanías culinarias; después de viajar por el mundo y conversar con paladares versados en los más excéntricos maridajes; después de abrir, cerrar y reabrir restaurantes y más tarde escribir libros, ganar premios y lograr la gratitud del prestigio internacional; con la delicadeza y la sabiduría en cada hombro de los años y la posibilidad de reafirmar giros insolventes de un lenguaje afectado por la necesidad de la elegancia, un gran cocinero argentino concluyó riéndose del ceremonial en que se ha convertido el acto de disfrutar una copa de vino. Los frutos rojos y notas de vainilla, los finales redondos y demás filigranas, pueden ser remplazadas por no más de tres comentarios sobre un vino: está bueno; está más o menos; está malo.
La simpatía del reduccionismo invita a pensar en los niveles de complejidad que nuestros sentidos suelen canalizar a través de la palabra. El gusto y el olfato para un plato o un té; la vista para un libro, pintura o fotografía; el oído para la música -y demás combinaciones de sentidos para demás expresiones-, todo, operación intelectual mediante, trasunta en ideas que nos agrupan a favor de, en contra de, ni tanto ni tan poco de. Capa sobre capa, los rubros ordenan sus bibliotecas y comentaristas.
Lo que aquí nos moviliza, la música, tiene sus deidades académicas, grandes orejas seculares con sus pabellones aleteantes, en un gesto de amenaza inminente hacia quienes solemos contentarnos con citar algunas referencias sobre los artistas que nos emocionan.
Haciendo gracia de las críticas que sopesan una obra en la constelación de géneros y referentes donde se podría abrir un legajo de inscripción, avancemos con las palabras que nuestros oídos, vaya a saber cuán preparados y autorizados, nos dictan.
Esta noche de domingo, en Cocina de Culturas, cantará una artista cuya voz no encaja en los anaqueles de ninguna escribanía. Si cada voz tiene un registro clasificable, la voz de Pelu Mercó sigue su curso, libre de sellos y folios. Es rara, como la vida que Lenine le hace cantar.
Aunque nos sepamos las letras de sus discos y la primera reacción invite a acompañarla, las interpretaciones de Pelu nos llevan como de la mano al silencio. Cuando canta «Las golondrinas de Plaza de Mayo», cada verso es una imagen diferente a aquella que presentimos. No podemos menos que celebrar el hecho de poder disfrutar de un estilo que no se parece a nada.
Su belleza, como la de grandes referentes de nuestro tiempo, se alimenta además de una mirada sobre la música popular que exalta el rol inabarcable de la mujer.
«Cántaro», su último disco, editado en 2010, con todo el esfuerzo de una producción independiente y la bendición del Chango Farías Gómez y Suna Rocha como músicos y amigos invitados, es un vino de los buenos. En los créditos aparecen autores y compositores que mejoran con los años: Fandermole, Spinetta, el Negro Aguirre, el Barbudo Castilla y el Cuchi, entre otros. Entre esos otros, Chico Buarque. El repertorio nos pensamienta las sienes y despena la soledad.
Además de los temas de «Cántaro», Pelu interpretará obras de su próximo disco. La acompañarán Manuel Pelliza en guitarra; Sebastián Ferreyra en bajo; Pichi Pereyra en percusión y como artistas invitados, Mauricio Pizarro en charango, saxo y aerófonos; Costanza Prieto en tambora y voz y Carolina Herrera en alegre, chico y voz.
Una oportunidad imperdible para reencontrarnos con esta gran intérprete.
Cocina de Culturas queda de Julio A. Roca 491. Las mesas se reservan llamando al 4862689. El derecho de espectáculo cuesta $30.
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