Por Pablo Arietti | redaccion351@gmail.com
Te habrá pasado de encontrar artistas por simple andar los días con las ganas un poco a flor de piel. Y de recibir cada música nueva como una gracia concedida, un pedacito de mundo que irá creciendo en los pliegues, esos juegos que sabrás desperezar, si es que dejaste alguna ventanita abierta para las infinitas magias que esperan ahí, a la vuelta de tus repeticiones y anecdotarios.
La música no podrá ser tu rutina. Serán tal vez los gestos cotidianos de escucha. Alguien se sienta en los mismos tres o cuatros espacios, frente a los mismos parlantes, auriculares y plataformas. Y por las mismas pantallas, aparecerán trabajos compartidos, recomendaciones, reseñas, anuncios de conciertos, invitaciones y demás variantes de una experiencia que podrá regalar, en el mejor de los casos, la maravilla de ir al encuentro con quien nos ha emocionado, en su espacio irreemplazable: el escenario, frente al público, es decir nosotros, sin más aire que el que se respira en la comunión de sonidos y miradas.
Habrá que dejar abiertas las ventanas. Despojarse por un momento de todo aquello que vuelve como una liturgia autosuficiente. Desatender mediaciones consagradas y andar nuevos surcos que han nacido mucho más cerca de lo esperado.
Por caminos de escuchas brotados de corazones compañeros, llegan nombres y músicas que nos traspasan. Esos momentos, esos instantes, esos minutos que pasan volando y demoran nuestra presencia en cualquier obligación menor (y mayor también, si lo sabremos), conjugan nuestros mejores verbos para lo que resta de las horas.
Si fuera posible calcular un promedio de vida por vivir de posibles visitantes a este espacio, un resultado optimista arriesgaría medio siglo. De cada uno de los 18.250 días que quedan, podríamos disponer un buen rato para descubrir un nuevo disco de alguien cercano o remoto que ha entregado lo mejor de sí en todo eso que dejaremos sonar. Habrá gestos de felicidad sostenida en la intuición de tantos hallazgos por venir, o habrá oídos cansados, menos atentos a las claridades de cada día, girando en órbitas sujetas a glorias consabidas, expandiendo conos de sombra y silencio.
Y habrá quienes salgan a pasear, de vez en vez, con una soltura imprevisible, al encuentro involuntario de sorpresas.
Por alguna de esas veredas aparece la extraordinaria búsqueda de Nadia Szachniuk, cantante salteña radicada en Buenos Aires desde hace varios años. Su andar sumará el escenario de Cocina de Culturas, este viernes 30 de junio, para respirar el mismo aire que nos tendrá inmóviles de emoción.
Nadia Szachniuk. Tal vez sepamos de su nombre por la claridad que un día asomó desde «Criollo», esa locura espléndida de Martín Bruhn, donde su voz aparece en la copla de «Katardis o Fiesta de mi corazón».
Tal vez hayamos dado con «Vidala», un registro maravilloso grabado en 2011 junto a su coprovinciana Eva Sola, que recorre cielos del Noroeste argentino, junto a Facundo Guevara y Juan Falú como invitados de lujo.
Nadia y Eva – «Serás libre palomita»
Abierta a los repertorios de la tradición académica y popular, la voz de Nadia plasma una definición de Leda Valladares que aparece en Apuntes sobre el cantar, un espacio para atesorar, dedicado al canto, sus dimensiones y técnicas, como mapa de vida.
«Cantar no es gobernar un caudal aéreo o melódico. Es algo profuso y subterráneo. Caer en concavidades desconocidas y volver a la superficie con fuegos y metales, con picos y planicies, con savias y arenas.”
El tiempo nos regala una nueva claridad, esta vez reposada en la mansa penumbra de la noche que suena en «Luna atrás», un trabajo admirable de exploración y aprehensión de texturas hilvanadas con profunda sensibilidad. La cantante ha reunido artistas enormes y en apariencia remotos, como Cuchi Leguizamón y Robert Wyatt, Dominic Miller y Juan Falú, Debussy y Edu Lobo, César Isella y un canto sefaradí que nos rebota en «Música de Mundos», ese resplandor inicial de las De Boca en Boca. Y tanto más en catorce piezas para ofrecer una definición posible del gesto primario y universal de la música.
Las teclas de Bruno Moguilevsky, las guitarras de Alejandro Starosielski y la percusión de Facundo Guevara, acompañan a Nadia en un registro de poco más de 40 minutos, donde cada segundo nos ilumina. Desde el comienzo con una canción de cuna de Granada, sobre una instrumentación de pequeños sonidos que mudan en cajita musical, arpegios y pequeños golpes en «Canción de cuna para un niño ansioso» de Miller, guitarrista de Sting, nacido en Argentina, quien nos visitó en dos oportunidades.
Las alturas en «Y aún»; las sorpresas de los arreglos de «Confesión del viento»; el sonido leve de la guitarra y el vuelo del canto, suspendido en el final de la canción que nombra al disco, como contraste perfecto al «feroz vendaval» de la poesía; los juegos de voces y percusiones en «Canción para despertar a un negrito»; la melodía de «Greta», de Falú, desdoblada en el canto, el piano y la guitarra; el paisaje ensoñador tramado por las múltiples capas de teclados en «Oruga», con sus cuerdas entre coros que se desvanecen; el clarinete del gran Marcelo Moguilevsky y el canto sublime en «Nani Nani» fundidos en un pasaje absoluto, con un respiro final de madera que decanta en el piano de «Canción de cuna para el vino».
Nadia Szachniuk – «Oruga»
Otro clima en «Upa negrito», interpretado en español, pleno de ritmo; otro arrullo en las teclas y versos de «Canción de cuna para Lautaro» de Juan Pablo Piscitelli; otra sorpresa en las guitarras eléctricas y en el bandoneón de Santiago Segret para «Lullaby for Hamza» una belleza en inglés de Alfreda Benge con música de su compañero, esa inmensa claridad llamada Robert Wyatt, derramada en más de 50 años y discos de todos los colores.
En el final, «Llévame afuera», de y con Ignacio Vidal, coproductor de «Luna atrás». Los versos de cierre, para atesorar:
«Ya durmámosnos…
No importa el olvidar,
para qué…
Si mañana las penas volverán.
Y si vuelven, las haré cantar.»
Nadia Szachniuk – «Luna atrás»
Nadia Szachniuk – Palabras sobre si disco
“Luna atrás es mi canto a la noche, mi oscuridad confesa en canciones desveladas, en seculares nanas y tímidos arrullos que empañan la noche de mis entrañas. Es la memoria de la canción primera, los días que son de noche y las ausencias que se arrastran como oruga ciega anochecida. Canciones que se cifran en lunas abriendo los ojos de las aguas nocturnas, sonando la noche del que canta y del que escucha.
La noche vacila entre el sueño y el desvelo revelando los tesoros de la sombra”.
Este viernes, Nadia alumbrará su música en Córdoba junto a Bruno Moguilevsky, Alejandro Starosielski, Ignacio Vidal y como invitado el querido Diego Marioni. Será un encuentro único para cerrar otro mes de grandes presentaciones en el espacio de la avenida Julio A. Roca.
En la apertura, una propuesta a la altura de la noche, Milton Arias y Malu Maldonado, con sus bellas versiones de autores contemporáneos, entre otros, los Aguirre (Carlos, el «Negro» del Litoral, y José Luis, el «Chuncanito» de Traslasierra), Ana Robles y Florencia Cosentino.
Milton Arias y Malu Maldonado – «Huella la luna»
Agendá:
Nadia Szachniuk en Córdoba.
Viernes 30 de junio – 22 horas.
Cocina de Culturas – Julio A. Roca 491.
Entrada anticipada: $100 – En puerta: $130.