Aristimuño toma un respiro y repasa su obra. Ya tiene cuatro discos. Repasa la lista de canciones de cada uno. Algún título le hará sonreir despacio. Pensará en las carambolas de la vida para explicar los rebotes de alguna melodía en tantas vivencias al otro lado del parlante. No le será fácil marcar la escena bisagra de la película. Miles de caminitos anudados en sueños se desenredan en viajes y más viajes de repartidor de flores. Crecen ramilletes en las dos banquinas: el público y la crítica. Levanta una ceja: esas categorías… Como si nunca se mezclaran.
Pasan los veranos, los otoños. No hay heladas que frenen los tallos. Sus discos parecen limoneros cuatro estaciones. Cada canción es una rama abarrotada de connotaciones. Los que saben, piden permiso y juntan los limones que acaban de caer. Los más gordos, para perfumar alguna historia rallando cascaritas. Viajan limones a otras ramas, interpretaciones de artistas que ya son viveros andantes. Lloviznan invitaciones. Soplan nuevas miradas. Un cuarteto de cuerdas para podar gajos. Una guitarra de canasta. Una voz que le canta a los brotes. Limones acústicos.
Este fin de semana, Córdoba lo recibe nuevamente. Con entradas exprimidas para la función del sábado, se agregó una más, esta noche. Los últimos tickets se vendían en Edén. No quedó una semilla.