Imperdible

Barro en concierto

6-10-2017 / Agenda, Reseñas
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El trío formado por Gustavo Barrera, Javier Daghero y Andrés Salvador se presenta este viernes 6 de octubre a las 19 horas en la Ciudad de las Artes con entrada gratuita. Recorremos su gran disco «Hic Svnt Leones».


Barro en concierto

Por | redaccion351@gmail.com

«Gracias a todos los involucrados directa o indirectamente en la manifestación de nuestra música.»

Involucrados en la manifestación de nuestra música. Eso dice el comienzo de los agradecimientos de «Hic Svnt Leones», el nuevo disco de Barro. Y después los nombres. Hay que recorrerlos. Aparecen por ejemplo «Teté y Olga, por aceptar el ruiderío de domingos…»

Lo que suena de este lado y sería tan increíblemente genial que también suene del otro, es un EP de cinco obras instrumentales extraordinarias, grabadas en el Estudio Liverpool de Chinchu Guerra y mezcladas y masterizadas por Andrés Ordoñez en Theremin. Sería conveniente asegurarse de que esta gente sigue más o menos bien de salud. 

Publicado hace pocos meses, «Hic Svnt Leones» tiene dos antecedentes. «Barro 1» grabado en 2006 y «Barro 2», de 2010. A diferencia de la formación histórica de guitarras de Gustavo Barrera y Fabricio Morás, batería de Javier Daguero y ruidos de demonios varios, amigos de todos, el disco presenta una nueva formación de trío, con Barrera, Daguero y la incorporación de Andrés Salvador Vallejos en bajo. Como invitados, Morás en guitarras, Pelu, Belu y Aye en palmas y Nico D’Alesandro en máquina, sintetizadores, efectos y samplers. Dice así: «máquina, sintetizadores, efectos y samplers». ¿Qué será la «máquina» del comienzo de la lista? Hay que escuchar el disco. Escuchemos, pues, las cinco obras instrumentales. 

Haarp

Google: cosa fulera. Ciencia aplicada a la guerra. Barrera: Arma climática. Una melodía inicia y se repite desde la guitarra «congestionada». No llega a distorsión. Apenas vibraciones de base. Una batería reposada inicia a los 40 segundos. Los platos comienzan a imponerse. Ya suenan cosas inclasificables, todas esas cosas que simplificadas se dejan llamar «ruidos» por quienes retozamos en la ignorancia de tantos detalles de este mundo y preferimos «Ruido» a «Noise». Pasando el minuto la batería crece a golpes crecientes de platos y bombo. Se toca golpeando como para romper, sin romper. Hay que saber tocar así, claro. Una primera detonación controlada a los 2,03, con el bajo como una campanada lúgubre. La guitarra no ha variado la línea melódica ni el tempo. El corte de la batería devuelve esa línea al primer plano por unos segundos y todo estalla a los 2,08. Maldición cómo estalla. La distorsión que atraviesa, la imagen de los platos castigados y una primera variación de la melodía a los 2,17. Una segunda a los 2,29 para doblar el tempo de la batería por algunos segundos, mientras crecen los ruidos, como gritos remotos. La secuencia de la melodía y su variación desde la guitarra se mantiene mientras se multiplica la tensión de los parches y platos, con el bajo gravísimo, hijo de un malón de gripes. A los 3,46: corte. Cambio de clima. Sólo los platos, sólo unos efectos desde la guitarra como auroras boreales (escuchá y aportá una imagen superadora, por favor, que las auroras boreales no suenan), sólo el bajo como una lluvia de capots de Chevys, por decir una pesadez. La vuelta del bombo y el redoblante a los 5 minutos, desde el cielo. La perfección misma para volver, con un tempo reposado entre todas las cosas que suenan a lo largo del minuto cinco. Las escalas de la guitarra. La belleza del bajo que recomienza suave, sin perder nunca la distorsión, y recrudece llegando a los siete minutos con una línea de alerta meteorológico mientras también aumentan los platos, la tensión de la guitarra y sonidos como estelas de disparos hasta los 7,30 donde los agudos se prolongan y desvanecen para dejar a la guitarra y su melodía inicial, a los 7,43, sonando con una nueva variación hasta los 7,50 donde todo explota en una línea que se repite enloquecida y de la distorsión se desprenden acordes rasgados que regresan a la idea madre, a los 8,25 y resuenan más crudos a los 8,29 con cortes abruptos de la batería, hasta el impacto final, en la cima de la tensión, a los 8,32.

Maldición, qué maravilla. Primera obra de un disco que se va a presentar con entrada gratuita en un espacio público y tal vez, alguien más que pueda escuchar todo esto desde acá mismo, también quisiera, a contramano de las lógicas inmundas de este mundo, que estos tres músicos reciban el dinero suficiente para no hacer otra cosa en la vida más que música.

Piel de Foca

Secuencia en quinta a fondo desde el comienzo. Mano de piedra y locomotora. Esos agudos apenas por debajo de toda la bendita condena que suena hasta el vuelo de la guitarra que inicia a los 14 segundos y retorna 15 segundos después. La secuencia que se repite y los ruidos que suben entre los cortes que aceleran y cambian a los 45 segundos y se ríen de todos nosotros a los 53 segundos con un la aparición insólita de palmas (Pelu, Belu y Aye) y funk, con un bajo de moño, bronquitis y bola de espejos. Claro que están locos, qué novedad. Pero antes de que el ritmo se pegue en el cuerpo, regresa la locura anterior, la locura más Barro, al minuto doce segundos, con un pasaje para gritar «¡¡¡Metal!!!», hasta el minuto treinta segundos. Una melodía cenital bendice, sinfónica, a la guitarra que despotrica sola y la batería que se desata y el bajo que entiende todo y lo que suena es la libertad del rock, ahí mismo, con una pureza gloriosa de manantial, allá arriba, cerca de la naciente, antes de las incalculables toneladas de apreciaciones vertidas sobre una música que pareciera tener que vivir dando explicaciones de si se murió o no se murió, de si se puso la gorra o mudó a rebeldías más o menos inocuas. Basta por el amor de Dios, la Virgen y San Marcos Sierras. Escuchen Barro. Sigan la guitarra de Barrera y vean si consiguen etiquetas en sus cajas de herramientas. Seguro las van a encontrar, muertas de fiaca, y se van a despegar, justo entre esos cuatro segundos de silencio, pasados los cuatro minutos, antes de la demencia del final, con la guitarra partiendo el asfalto.

Abaddón (el exterminador)

Sudamericana. Segunda edición, 1974. Citas preliminares:

“Y tenían por rey al Ángel del Abismo, cuyo nombre en hebrero es Abbadón, que significa El Exterminador”. Apocalipsis según el apóstol San Juan.

“Es posible que mañana muera, y en la tierra no quedará nadie que me haya comprendido por completo. Unos me considerarán peor y otros mejor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona; otros, que era un canalla. Pero las dos opiniones serán igualmente equivocadas.” Mijail Lurevitch Lérmontov – “Un héroe de nuestro tiempo”.

Espiral de notas. Cinta de Moebius de notas. Abrelatas de notas. Presentación del redoblante y aparición del bajo mano de piedra. Efectos, ruidos, halos, brumas, herrumbres, montañas de porquerías oxidadas sacudidas por un huracán de platos y parches que resisten.

Ernesto, página 528:

Es el alma un extraño en la tierra?
Adónde dirige sus pasos?
Es la voz lunar de la hermana a través de la noche sagrada
lo que oye el peregrino
el sombrío
en su barca nocturna
en los estanques lunares
entre podridos ramajes, entre muros leprosos.
El delirante está muerto
se entierra al extraño.
Hermana de tempestuosa tristeza
mira!
Una barca angustiada naufraga
bajo las estrellas
el rostro callado de la noche.

Un letra posible para los pasajes que se oyen, con Fabricio Morás de invitado en guitarra. Estallido a los 3,37. No tiene sentido escuchar lo que suena sin volumen digno. O hay parlantes copados y unos 500 metros de distancia hasta los vecinos más cercanos (o gente noble como Teté y Olga) o unos auriculares valerosos para atravesar los minutos que trepan hacia los ruidos-efectos-desmadres-incendios del final. 

Lua Bank

Una pena no poder usar “Sinfonía de la destrucción” para esto, por razones obvias. ¿Cómo gritar “Aguante Barro” en alguna de las variaciones? Una vibración persigue a la guitarra hasta el minuto 1 y 51 segundos y suena casi una marcha contra las cuerdas del bajo, porque el bajo es un ring size. ¿Cómo sonará todo esto con un bombo, un contrabajo y una criolla? ¿Hasta qué punto la distorsión espantará oídos antes de atraerlos por la complejidad estupenda de cada fragmento de cada creación? ¡Si algo no habrá nunca es un “set acústico” de Barro! ¿Cuánta gente se pierde la obra de artistas enormes por “no bancarse el ruido”? ¿De dónde vendrá esa intolerancia? ¿Cuántos pensarán que una música como la de Barro está hecha por y para alterados? ¿Conocemos personas alteradas que no escucharían jamás música como la de Barro porque los espantaría “la bola de ruido”? Interjección de cantidad: Puff. Mapa mental: la fila dobla en la esquina.

No habría correlación posible entre la paz interior o la violencia acumulada de un espíritu andariego, con sus gustos por músicas entre algodones celestiales o alumbradas por la llama buena del maligno.

Sí habría una certeza: como ciertas lecturas de frentes atravesadas por venas y arrugas cavernosas, la distorsión no es para cualquiera. El ruido sagrado no juega en todas las canchas. La sobrecarga eléctrica no sirve de comodín para salvar distancias. Y sin embargo se está tan bien entre semejantes abismos. Ahí suena ese cambio de clima a los 2,40 de «Lua Bank», con ese contraste de graves torvos y agudos prófugos, con un nuevo ataque a los 3,08 y otra vez la calma hasta los 3,54, y otra vez hasta los 4,09 y otra hasta los 4,39, y otra hasta el amague de los 4,54. Y ese final reposado, con la baqueta exhausta contra el aro. Maldición, qué felicidad. Justo ahí podés mirar el disco, esos dibujos hechos por el mismo señor que viene dándole a la guitarrita. Si alguna vez te lo cruzás, preguntale si le gusta más tocar la guitarra o dibujar. Te va a sonreír en silencio.

Hic Svnt Leones

Cortázar rebotando en los tubos sonoros del comienzo. «Continuidad de los parques». Lo tendrás en tu biblioteca y no te levantarás a buscarlo para releer. Por favor, son sólo un par de minutos. Por favor. El mundo es una cloaca ahí afuera y sin embargo esta perfección. Por favor: 

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

Sabrás de los cuentos completos, en dos tomos. Si no los tenés, compralos. Si no tenés plata, robalos. No sé mirá, hay canallas que roban décadas de felicidad para millones de personas y ahí están, ganando elecciones. Mirá si no te vas a poder afanar los cuentos completos de un tipo que ya se murió y las regalías deben estar engordando bolsillos de los mercaderes de siempre. O pedilos prestados y no los devuelvas. Mentí, decí que te los robaron… Perdón, le falta agarre a la banquina. 

Una guitarra rebotando contra el redoblante, bien al frente, disparando estelas hasta el corte de los dos minutos y sí, Acá Hay Leones del lado de la jaula que quieras. Cuando llegues a los 3,10 quedate a vivir en esa cuerda cristalina de vibrato lento rayando al aire y cruzándose en las alturas con bestias sonoras que gritan y despiertan al bajo y a la batería para marcarles un desfiladero imposible, trizado de relámpagos. En medio de toda esa locura lúgubre, de esta música ideal para cortar el césped de los jardines del Castillo de Otranto, una melodía de niños en la guitarra a los 4,37, para merendar a las apuradas y salir corriendo por pasadizos y túneles de los minutos que siguen y desembocan al paisaje final del final, del tema y del disco.

La vida no tiene demasiado sentido. No hay mucho por descubrir. Desde una ventanilla de avión, mucho antes de alcanzar los diez mil metros de altura, ahí nomás, a los pocos segundos del despegue, ya somos invisibles. A quienes ames y sientas que algo de ese amor vuelve, tirales Barro por la cabeza. Que te acompañen a ver semejante banda en vivo. Este viernes es una posibilidad. La entrada es gratis. Gratis… Fijate las cosas que venís pagando.

Llevá plata igual, así les comprás el disco. 

Agendá: 

Barro en concierto. 

Viernes 6 de octubre – 19 horas. 

Ciudad de las Artes. Concepción Arenal y Richieri.

Entrada gratuita.