Por Luciano Debanne.
Hay una tensión en el aire. Una tensión.
Se siente en las noticias, en los mensajes de las redes sociales, en los comentarios de la cola de la panadería, en el modo de dar vuelta entre las paredes de la casa, de decir hola a la mañana, cómo dormiste, mal.
Esa tensión está hecha de melaza, de aire denso, de energía contenida, de incertidumbre y desesperación.
Es individual y colectiva, subjetiva y social.
Y está. Está.
Se irá acrecentando a medida que se acerque diciembre.
Porque diciembre es cierre y comienzo, revuelta de cosas, síntesis e inicio de planificación.
Y hace calor.
Y los cuerpos bullen.
Y se necesitan, muestran, y desean.
Y se llaman.
Y se recuerdan.
Y se convocan los fantasmas alrededor de las mesas familiares.
Y tienen otro peso, mayor, las ausencias, las carencias, y percepción de las injusticias del mundo.
Y entonces es posible que esas tensiones se suelten, incapaces las personas de pelear en tantos frentes.
Espero que estén pensando diciembre, quienes deben pensarlo.
Seamos, cada quien, entretanto, liberadores de tensión.
O se va a poner difícil.
Y lo difícil se vuelve imparable, ni bien agarra un envión.