Cuento I

Súper-Chango, el joven héroe que pudo

12-06-2011 / Lecturas
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Iniciamos la presentación de “Súper-Chango”, una serie de cuentos del cordobés Federico Monsú Castiñeira. En esta ocasión, presentamos “Súper–Chango, el joven héroe que pudo”.


Súper-Chango, el joven héroe que pudo

Por Ana Cielo Sciascia | asciascia@redaccion351.com

Cuento: Federico Monsú Castiñeira | literatura@redaccion351.com

Foto: Santiago Cantera

La idea de publicar los cuentos surgió de una conversación, donde se habló de ficción y realidad al mismo tiempo. Entre juegos de palabras y la espontaneidad del diálogo, los límites entre autor y personaje se confundían. Fede, digo Súper-Chango, digo Federico Monsú Castiñeira, me envió los textos. Seguí su juego y me convertí en partícipe de la presentación de la serie de cuentos que no buscaron ser cuentos, pero lo son.

Primera foto tomada de Súper-Chango como tal. Algunos dicen que es mentira, que la primera foto se la tomó él frente al espejo

Súper-Chango, el joven héroe que pudo

Por Federico Monsú Castiñeira

Sin dinero, sin trabajo y sin amor, la madrugada del 17 de octubre, Juan Carlos Chango puso sus zapatillas de punta blanca en la ventana para airearse, y el despertador a las 7:30 para ver el sol y volverse a dormir.

A la mañana siguiente, se despertó y buscó sus zapatillas. Arriba de ellas, para su sorpresa, había un bolso térmico como los que usan los farmacéuticos.  Juanca se fijó la fecha en su despertador de la mesa de luz. No, no era 6 de enero; era 17 de octubre. Dentro del bolso había harapos de muchos colores: un jogguin azul, un boxer a cuadros rojo y verde, una remera verde con un logo naranja en el pecho que tenía las siglas “SCH”, unos guantes de limpieza naranjas, una bandera argentina con forma de capa, unas antiparras azules… ¡Ah! Y sus zapatillas de punta blanca que ya estaban, ¿no?

Con todo puesto, para que los vecinos no lo vean desnudo, subió a la terraza a buscar la ropa limpia. Cuando llegó, vio que su calzoncillo se había volado y estaba arriba del tanque, para alcanzarlo tenía que saltar, efectivamente saltó  y descubrió  que la gravedad ya no le ganaba, Súper-Chango estaba volando.

Algo estaba comprendiendo siguiendo la lógica de las historietas y películas que nos venden los “patrones” nórdicos.

Súper-Chango, olvidó los zoncilloca y salió volando por las calles a averiguar qué pasaba con él mismo. Voló por la calle Ayacucho y en un balcón de un piso 4, con una fachada antigua y muchas plantas, encontró el segundo indicio de que lo que le sucedía definitivamente era un sueño.  Algo nunca imaginado para él, una mujer muy hermosa con aires de timidez y solitaria. Algo hacía con sus manos. Él la miró un rato largo hasta que ella levantó la vista y también se asombró, no tanto por ver a un hombre vestido medio de payaso volando por los aires. Le llamó la atención algo más, algo había bajo esas antiparras azuladas que convierten a todas y todos los príncipes en azules. Súper-Chango, tal vez buscando una excusa para su timidez, se convenció de que era una ilusión y siguió volando.

En la calle Belgrano vio, desde arriba, cómo un niño se accidentaba andando en patineta (no en skate). Olvidando los episodios que le estaban sucediendo, bajó a ver qué le pasaba.

–¡Hola papá! ¿Qué te paso?

–Me caí, señor payaso; me lastimé la rodilla.

–Afortunado seas, un niño no es un niño sin lastimarse la rodilla. Pero no te preocupes, en seguida busco una curita en un kiosco . Andá a lavarte la rodilla a aquella canilla.

Súper-Chango le pidió a un kiosquero medio viejo una curita. Y a la hora de pagar descubrió que no tenía ni 10 centavos, explicándole lo sucedido, el kiosquero amablemente le obsequió la curita.

–Acá tenés, viejito –le dijo al niño– y tratá de tener más cuidado ¿No deberías estar estudiando?

–Sí, pero no tengo ganas.

–Tienes que dedicarte a jugar y a estudiar también. Más allá de que te conviertas en un buen abogado, leer te va a ayudar a levantar minas.

–¡Uacale! Yo voy a ser soltero toda mi vida.

–Afortunado seas, otra vez. Cuidate, debo irme.

Súper-Chango despegó imitando el salto del calzoncillo en el tanque de agua.

–Uuaauuu, puede volar. ¿Cómo se llama señor?

–Súper-Chango, el héroe de tu ciudad. Dijo mientras se alejaba.

–¡Suerte, señor payaso, voy a llegar a mi casa y voy a estudiar!

Después de mucho volar, volar también cansa, Juanca se metió a la confitería de siempre, a la misma hora de siempre, en la mesa de siempre y le pidió al mozo lo de siempre, por supuesto.

–¿Y qué es lo de siempre señor?… si le puedo decir señor.

Humildemente Juanca, Súper-Chango le dijo:

–¡Oh!, perdón, es que estoy acostumbrado al otro local donde voy siempre.

Juanca había olvidado la vestimenta que llevaba puesta, quizás fue la costumbre de “lo mismo de siempre” lo que le hizo olvidar.

–Tráigame un té de hierbas naturales, dijo con total seguridad.

–Muy bien, solo una persona pide eso en este lugar y es un infeliz. El mozo volvió a buscar la infusión. Juanca quedó medio ofendido.

Mientras terminaba el té y recordaba que no llevaba dinero, miró por la ventana y vio que la kiosquera del puesto de diarios y revistas, una mujer mayor, estaba descargando unas cajas de un camión, sola y con dificultad.

Y claro, Súper-Chango tomó el último sorbo de té y fue a ayudar a la señora.

–Gracias, ¿cómo podría agradecerle señor…?

–¡Súper-Chango!

–… Señor Chango.

–Todo bien… ¡Ah! si no es mucha molestia, podría prestarme algo de dinero para pagar mi desayuno, olvidé la plata en mi casa.

–¡Cómo que no Chango!

Mientras la señora se dirigía a la caja, Súper-Chango, para matar su timidez y abrir una conversación, le preguntó si no escuchaba la radio.

–No, es que está rota, respondió la kiosquera.

–Yo podría arreglársela, algo entiendo de electrodomésticos.

–¡Oh, sería mi héroe!

(Ahí Súper-Chango se sintió orgulloso)

–Sí, no hay drama. Está haciendo mucho por mí señora.

–Usted no me debe nada y estamos a mano.

–Me parece correcto.

Súper-Chango no tenía ninguna deuda, tenía un té en el estómago y, lo más importante, una nueva amiga.

Al regresar a su casa con la radio, volando por supuesto, vio unos adolescentes tomando cerveza en La Cañada. Bajó a la calle para hablar con ellos.

–Chicos no les conviene tomar acá, están muy donados, pueden venir los cobanis y se los llevan presos.

–Na Robin, si nos ven nos la hacen tirar nomás, todo bien.

–Se los advertí.

–Daaa vola de acá, hombre maravilla.

Y efectivamente, Súper-Chango salió volando y los muchachos se asombraron atribuyendo la responsabilidad de sus ilusiones a las sustancias que estaban bebiendo. Desde los tejados, Súper-Chango esperó, y al rato vio como la policía le ganaba de mano y se llevaba a los muchachos. Un golazo en contra.

Mientras arreglaba la radio de la kiosquera comprendió algo. En la mañana había ayudado a muchas personas, ya tenía un enemigo y las cosas que sentía y le sucedían no eran un sueño ni alucinaciones del té de la confitería.

Pero algo había olvidado, quizás por la hora que lo vio, quizás por conveniencia. Ustedes saben a lo que me refiero, por suerte olvidó lo que es más difícil de olvidar.

Después de comer algo que compró con dos pesos que le sobraron en la confitería, decidió que la tarde la iba a pasar en el Parque Sarmiento. Ahí seguro había muchos episodios típicos de las películas de Spiderman, Batman y esos tipos. Y sí, se pasó la tarde ayudando y sin recordar algo.

El 18 de octubre comenzó a salir todos los días encarando pal parque y nunca más pasó por la calle Ayacucho…

¡Ah!, me olvidaba de algo, la mujer muy hermosa, el día que vio a Súper-Chango le arrojó un beso desde el balcón. Y desde aquel día, se fue a tomar sol a la terraza mirando siempre para arriba por si volvía a pasar.