Por Luciano Debanne.
Si la patria es la infancia, como quería el poeta, la amistad es embajada, embarcación a destino, isla utópica que la recrea, o refugio en el exilio.
Vamos a la mesa de los amigos como vamos al recreo, a su encuentro como a un cumpleaños de globos de colores, velas encendidas y pequeños deseos.
Vamos a los amigos como a un destino sin causas, ni razones, ni necesidad, ni cálculo.
Un país sin capital. De fronteras difusas, móviles, oníricas, vivas en su tradición e historia, en sus formas cambiantes según cambia la vida en su sucesión.
Vamos como a pequeñas fiestas patrias, preñados de conmemoraciones y rituales, que no son para alimentar la fosa común de la nostalgia, sino para hacer de ese rescoldo, en ese rescoldo, simiente de fuego; donde se cocina el alimento y se arrima el calor.
Vamos a lo común, como el pan milagroso que siendo a veces poco igual alimenta, los unos a los otros, levántate y anda, la otra mejilla, el camello por el ojo de la aguja, la prédica sin predicador.
Vamos como se vuelve.
Y no es cuestión de tiempos, de antigüedad en el cargo, de distancias, ni rangos, de la ubicación de las sillas en la mesa y quién en qué lugar según la ubicación de un señor.
Vamos como se vuelve a un lugar en el que, por no haber interés más allá del cariño, por ser apenas gajos de algo más grande, somos en los amigos; somos en los amigos, como en otros amores, nuestra mejor versión.