
Por Luciano Debanne.
A veces, cuando empiezo temprano, grabo en el teléfono los sonidos de la calle: el alboroto de los pájaros, los motores a lo lejos, el vaivén de las hojas movidas por el viento, los gatos de la noche retirándose, la llegada de los perros. El sol saliendo como marco silencioso y eterno.
Grabo y pienso: así suena el mundo viniendo. Como si sacara una foto. Click.
Así suenan las mañanas vivas, este breve momento.
Yo ahí, mis pasos, mi respiración, mi cuerpo deambulando en este universo prestado.
Pedazo de carne, sangre, aire, tiempo.
Y cargo notas de audios llenas de amaneceres, durmiendo en la memoria del teléfono junto a los mails del trabajo, varios poemas, los wasap del barrio y su pequeño infierno, las fotos de quienes quiero.
Están ahí. Y tal vez nunca lo oigo de nuevo.
Las llevo como quien lleva una estampita: salvaguarda y amuleto sonoro, para cuidarme la sonrisa en los ratos más feos.