Por Candelaria Siles | csiles@redaccion351.com
El capitalismo
Desde el punto de vista del empleado
Imaginate que estás en tu casa con mucha hambre y hace meses que no ves más que un par de mangos que te arreglaste para conseguir por ahí. Un vecino te facilitó el diario así que entre mate y mate lo vas leyendo.
De pronto, en la sección de clasificados, ves un anuncio que dice: “Importante señor ofrece excelente asado, presentarse hoy antes del mediodía en la calle M. Moreno al tanto tanto”
¡Justo lo que estaba buscando! Pensás
Así que te vestís, te arreglas un poco más de lo normal y te vas hasta la dirección indicada. Al llegar, hay un gordo de traje en la puerta jugando con sus tiradores; te mira de arriba abajo y cordialmente te interroga:
– Buenos días, vengo por el aviso – decís vos, que por supuesto llevaste ridículamente el diario como evidencia de que el anuncio existe.
– Buenos días – responde el gordo mientras te sigue estudiando – Así que viene por el anuncio. ¿Usted sabe de asado? –
– Si –
– ¿Cómo es su nombre? –
– Rubén Morales –
– Muy bien Rubén… pero cuénteme ¿Tiene pasión, compromiso… con la carne que tira a la parrilla? –
– Si –
– Entonces para qué estamos hablando tanto, pase nomás, así le presento al resto de la gente –
El gordo camina dos pasos delante tuyo y te va introduciendo con unas caras que olvidás mientras saludás al siguiente y cuando termina de presentarte a sus amigos, toma la palita y el brasero, se da vuelta, te mira con una sonrisa y te las entrega:
– Manos a la obra amigo –
Vos que empezás lentamente a entender la invitación, te acercás a la parrilla, ponés el carbón como lo harías en tu casa y vas prendiendo el fuego. El gordito y sus amigos charlan y toman vino, ríen a carcajadas. Vos mientras, estás al lado del fuego, con mucho calor, sudando.
Apenas pasados unos minutos; un tiempo en el que evidentemente no se cocina un asado, el gordo se te acerca:
– ¿Y cómo va? ¿Ya sale? –
– No… apenas estoy empezando a bajar las brasas –
– Ehh… – abriendo los brazos en signo de decepción – Rubén, me extraña, allá afuera usted me dijo que sabía de asado –
– Es que necesita un tiempo para que agarre la brasa –
– Bueno… bueno… –
El tipo se retira y comenta algo con los amigos, siguen riendo a carcajadas, comen salame de la colonia con cubitos de queso Fontina, pican tostaditas con morcilla fría, un montón de delicias que vos ves de lejos.
El gordo se acerca nuevamente:
– ¿Y amigo? ¿Qué pasa con usted? ¿Va a hacer el asado o no? –
– Si, lo estoy haciendo –
– Bueno Morales, vamos apurando porque la gente está con hambre –
– No se preocupe que en un ratito sale, yo también estoy con hambre así que lo entiendo –
– Bueno, excelente entonces –
Metés un poco más de brasas bajo la carne – cosa que no harías en tu casa porque sabés que se arrebata el asado, pero… como el que invita es él… lo hacés -.
Sale el primer corte: lo ponés en la tabla, repartís en partes iguales y servís. El gordo te menciona que sería más cómodo para todos que vos comas cuando él y sus amigos terminen. Aceptás porque no es tu casa, no conocés muy bien las costumbres de la gente con plata y en definitiva, no te gusta pero no te importa tanto.
En este momento estás parado al lado de la mesa viendo comer al gordo y sus amigos cuan mozo en restaurante. No era para lo que habías venido, pero el hambre te ayuda a tolerar un poco más de la cuenta.
El gordo te llama con una seña con las manos, te indica que su corte está un poquito arrebatado, que a él le gusta más seco, de modo que te entrega su porción y te pide que la dejes un poco más en la parrilla. Vos repetís los pasos que te indica y de paso vas sacando otro corte.
Al llegar a la mesa el gordito te dice que “ése corte lo vamos a dejar para después, por ahora traeme las mollejitas”… Y así.
De pronto y en el arrebato, una cosa va llevando a la otra, y te encontrás sirviendo el vino, reponiendo canastitas de pan y hasta preguntando “¿Necesita algo más?”.
Cuando el festín termina, ya estás medio caliente y decís que querés tu parte del asado. El gordo te responde que tu pedido es de lo más justo, pero que no te impacientes, que ya va a llegar tu momento. Antes, no sería justo que él te invite la carne y vos no tengas la delicadeza de lavar la vajilla y pasar una escoba para recoger las migas.
Vos, ya completamente decepcionado de la invitación pero todavía con mucha hambre, fregás platos llenos de grasa.
– ¡Amigo…!- dice el gordito con una enorme sonrisa en la boca – ha llegado el momento tan ansiado por usted, aquí tiene su pedazo – y te entrega una bolsita con dos costillas – le deseo lo mejor… y ahora por favor, abandone mi propiedad porque tengo que ir a dormir la siesta y no hay nadie que se pueda quedar a vigilar mis bienes –
Vos no lo podés creer, mirás la bolsita una y otra vez, no sabés si reír o llorar. Vas caminando a tu casa a pasos lentos… decepcionado… te sentís estafado…
De camino, otro tipo viene de frente con la misma cara que vos… trae una bolsita con un poco de pollo, te mira:
– ¿Laburando? – y te muestra su recompensa.
– Laburando… -.