Poeta hasta el final: Vicente charla con su discípulo

23-03-2012 / Lecturas
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Vicente Luy, a un mes de su muerte, compartimos historias, encuentros, obras y fotos del poeta cordobés.


Poeta hasta el final: Vicente charla con su discípulo

Por Cezary Novek

Fotos Victoria Lagos

 

D- Vos, no tenés plan.

V- Yo creo que hay un plan

que todavía se está gestando.

Está bajo la superficie.

Y estamos mucho, mucho más locos de lo que piensan.

 

La primera vez que supe de él fue en una reunión. La dueña de casa tenía dos libros: Aviones (una cosa inclasificable y hechizante que incluye informes psiquiátricos, páginas del diario íntimo de su abuelo, una foto de él desnudo, y poemas, claro) y La vida en Córdoba (su libro más grande y ambicioso) Me contaron su historia y los libros los leí completos- whisky en mano- durante esa noche, cuando el resto de la gente se fue a dormir. Algo en esos libros me llegó dentro; como la primera vez que escuché Nirvana. Así.

Lo conocí una semana después. Asistí a un evento de cabotaje que reunía un cocoliche de artistas locales. En la puerta, me lo topé de frente. Alto, delgado y fantasmagórico, como el Espíritu de las Navidades Futuras. Hizo un comentario aprobando mi corbata, la única esa noche. Le dije que lo había estado leyendo. Sacó de su campera un ejemplar de La sexualidad de Gabriela Sabatini y me lo regaló. Le ofrecí vino, me dijo que no podía tomar alcohol por un tiempo, que había estado internado porque había tomado veneno para ratas y ahora tomaba medicamentos.

Soy bipolar; tengo un 80% de discapacidad aceptado por la provincia.

Pero me declaro imputable.

A todos los efectos.

No soy testigo de mi ser; participo.

 

Su lectura estuvo buena y fue genial el momento en que mandó a callar a los que hablaban, so pena de echarlos a patadas. Dominaba su instrumento- la voz- hasta el mínimo matiz.

La segunda vez que lo vi fue hace dos años. En casa de Mariela Laudecina, amiga en común y casi una madre para él. Estaba en el living, con las piernas cruzadas, en ojotas, con lentes de sol, viendo Revolver de Guy Ritchie en la PC. Andaba afligido porque se acercaba el otoño y no conseguía cierto tipo de medias que era la que podía usar “Es que soy fifí”, decía.

Por esos días, la casa de Mariela era frecuentada por mucha gente: los muchachos de Química Abreu, amigos poeta, etc. Trabajábamos en el libro de El Vaso Ruso, haciendo fotos de personajes, redactando textos y una fotonovela.

Había un texto (escrito por Mariela, Javier y yo) sobre un poeta trágico mendocino, cuya vida se había gastado escribiendo etiquetas de vinos. Era una parodia de los poetas malditos, secretos. De los poetas, bah.

Le propusimos a Vicente encarnar el personaje para las fotos. Aceptó con entusiasmo. Se caracterizó a sí mismo con boina, lentes y una camisa manga corta cerrada hasta el cuello. Posaba parodiando la imagen de lo que popularmente se entiende por un poeta. También se reía y renegaba de los pésimos poemas que le atribuimos a su personaje. La camisa le gustó tanto que se la quedó. Después, la perdió.

Paraba en el departamento de un estudiante de medicina, a metros del puente Santa fe (“te presento a Néstor, él me asila”) Pero vivía en lo de Mariela. Estaba trabajando en un libro nuevo, ambicioso, mesiánico (le encantaba esa palabra para sí mismo y sus proyectos) Por un tiempo, Mariela lo ayudó en tipeo y corrección. Después, por falta de tiempo, tuve que reemplazarla. Pasaba a buscarlo por el departamento y caminábamos hasta la casa de Mariela. Antes, pasaba por un almacén y compraba queso untable, grisines, cigarrillos y un vino blanco. Y nos sentábamos a trabajar. Podía estar ocho, nueve, diez horas completamente abstraído, buscando el lugar para una coma, un espacio, una letra, un sonido. Hiper meticuloso y absolutamente seguro de sí mismo, podía alterarse y gritar por una corrección automática del Word; así como también era muy abierto para sugerencias y correcciones. Total, él sabía lo que quería decir. En el medio, contaba anécdotas de la vida con su abuelo (“una vez vino Manucho a visitarlo, en compañía de dos mancebos… me vio y dijo: Juan, tu nieto tiene una belleza renacentista”) Me habló del Athletic, de María Angélica, de Hernán, de los Verbonautas, de cuando produjo el disco de una banda, del método de apuestas virtuales que patentó pero nunca explotó, de su último perro, de su última novia.

Si nadie te escribió una canción de amor hay algo que no funciona.

Ese es el parámetro.

 

Tenía entre manos una nota polémica sobre una disputa entre Charly García y Spinetta (por una chica, claro) Quería venderla a la revista La Mano. Se había escrito con Petinatto y todo. No sé en qué quedó eso.

Decía que haber cambiado todo tratamiento psiquiátrico por un prozac diario le había mejorado la calidad de vida. Se lo veía de un humor excelente. Era magnético y destilaba entusiasmo hasta en los días más apagados. Era muy divertido, sabía hacer reír con cosas simples, comentarios ingenuos pero filosos. Era un niño de casi cincuenta que aún no se asumía cuarentón.

Del mal envidio su capacidad para generar negocios

(lo que lo hace fuerte).

 

Parecía que su vida repuntaría con el tiempo. Tenía un trabajo fijo en su club, una pensión por invalidez, había conseguido un pasaje especial para viajar gratis por todo el país y se ponía feliz cuando lo invitaban a leer a Buenos Aires. O a cualquier otro lado.

Vicente habla con su discípulo.

 

D -¿A qué más aspirás; porque vos vas a por todas?

V -A que este libro sea material de estudio en el último año del secundario.

      Aunque a veces pongo ejemplos de una realidad que no vivieron

      con los chicos contacto inmediatamente.

D  -¿Y a qué ardid u ocurrencia recurrirás? Porque eso no se logra sólo con habilidad…

       ni con contactos.

V  -Yo no tengo contactos.

D  -Quiero decir, eso va a ser difícil.

V  -Lo sé, lo sé. Y me angustia.

Vicente Luy

La última vez que lo vi, fuimos a un cyber a imprimir el borrador del libro. Se iba a leer a Cosquín con Mariela y otra gente. Lo iban a pasar a buscar en quince minutos. Me saludó con un beso y me dijo (levantando las manos) que estábamos siendo testigos del alumbramiento de “el libro de poesía más importante de los últimos treinta años”

No tengo imagen de la nueva aurora.

Ni la voy a tener.

Trabajo sin el don.

¿O ustedes creen que estoy iluminado?

Lo demás, el siguiente año y medio, supe cosas de rebote: que estaba en el Borda, que se había escapado, que había vuelto a refugiarse en lo de Mariela, que tenía Facebook, que tenía otro Facebook, que tenía novia, que después no, que se fue para siempre.

Mayo 4

El día que sorbete destronó a pajita

¿dónde estabas?

¿Adónde se remonta tu pasado?

¿a la génesis?

¿o venís del más allá?

En tal caso, ¿qué tenés para decirnos?

Acá estamos hambrientos de un hombre

que, como a la cuerda las chicas,

salte su destello.

Un tipo con timing

sexual y espiritualmente realizado

con olor a estrellas.

¿Dás el perfil?

¿le physique du rol?

Hablá, puto, que estamos interesadísimos.

 

Su voz poética tiene la magia de quien sólo sabe hacer eso y lo hace más genuinamente que nadie. La política, el fútbol, la tele y las mujeres eran sus temas favoritos. A partir de su quinto libro (La sexualidad…) se dedicó a antologarse a sí mismo; como si toda su vida y obra (es lo mismo) fuera un único libro que hay que perfeccionar y ampliar, año tras año. “¿Como Hojas de hierba de Whitman?”, le pregunté “Claro… una onda así”

“CUANDO EL ARTE ATAQUE”

¿Cuándo el arte ataque?

El arte ataca.

 

El jueves 23 de febrero, Vicente Luy cerró su obra concretando el salto que hacía tiempo venía postergando. Miraba los edificios, preguntaba precios de alquileres, pero algo en esta ciudad no se lo permitió. El amor de toda la gente que lo conoció y lo quiso, supongo. Fue en Salta, en casa de un viejo amigo que intentaba ayudarlo. Envió por mail algunos poemas nuevos a amigos y allegados. El mejor homenaje posible es recomendar su poesía a amigos, pareja y conocidos.

Poeta hasta el final

le dije que no me iba a enamorar

a la persona que más amo.

Y la perdí.

Salgo a caminar.

 

Vicente Federico Luy Nació en Córdoba el 3 de mayo de 1961. Quedó huérfano a los pocos meses de vida y fue criado por su abuelo, el poeta ultraísta español Juan Larrea (que da nombre a una calle de barrio Juniors) Publicó su primer libro a los treinta años y fue parte del colectivo de músicos y poetas  Verbonautas. Murió en Salta el 23 de febrero de 2012. Esperemos que Barrio Jardín Espinoza le dedique una calle.

 

Bibliografía:

Caricatura de un enfermo de amor (Ediciones Último Reino, Buenos Aires, 1991)

La vida en Córdoba (Edición de Autor, Córdoba, 1999)

Acción poética (con el colectivo Verbonautas; Editorial Eudeba/Libros del Rojas, Buenos Aires, 1999)

Aviones (Edición de Autor, Córdoba, 2002)

No le pidan peras a Cúper (Edición de Autor, Córdoba, 2003)

La sexualidad de Gabriela Sabatini (Edición de Autor, Córdoba, 2006)

Vicente habla al pueblo (Editorial La Creciente, Córdoba, 2007)

¡Qué campo ni campo! (Editorial Llanto de Mudo, Córdoba, 2008)

Poesía Popular Argentina (Editorial Casi Incendio La Casa, Buenos Aires, 2009)