Por Luciano Debanne.
Ser ingenioso está sobrevalorado.
Chiste ácido, cinismo de toma y daca, dedo listo para señalar.
Quizás por esto de rompe y raja que tienen las redes con su remolino de opinión, venta de heladeras usadas, vanidad, militancias varias, redactores de ocasión.
Hay una cosa ahí de hacerse el banana, y después tirar la propia cáscara al piso para ver quién se resbala.
Un humor de picantes de esquina con la barra alrededor, una altanería de adolescente hormonando, una chanza de bar de vagos.
Quizás solo sucede que nadie te pone un sopapo en el ida y vuelta digital. Que cuando estás a una mirada de distancia las relaciones se vuelven más amigables y todo es más normal.
Pero son lejanas las pantallas y es siempre externa, y por eso extrema, la opinión digital.
Pululan entonces los comentarios altaneros, desde la respuesta política hasta la opinión sobre qué tan esponjoso te salió el postre que hiciste o el pan.
¡Qué necesidad!
Qué lindo el ingenio, qué aburrido cuando es lo único que hay.