Por Luciano Debanne.
Acá en la plaza del frente empezaron desde temprano a armar un pesebre.
Son unos cuántos palos bien clavados en medio de la canchita que, aunque precario, simula bien a los fines escénicos el pesebre de Belén.
Como todos los años el espectáculo está armado a partir de postas, y en cada una sus personajes principales: Herodes, el ángel Gabriel, soldados romanos… La narración va acompañado las desventuras de José y María, y la aventura del nacimiento.
Revolotean por la plaza angelitos de varias edades con alas papel barrilete y aureolas de guirnaldas doradas.
Hay un chivo atado en un corral de palet, algunas antorchas, telas blancas que fueron colocadas bajo un calor terrible y pagano.
Y un sonido modesto, pero suficiente, conectado peligrosa e ilegalmente a un poste de luz; y que empezó temprano con música religiosa y melosa que se peleaba con algunos gritos de gol de los sátrapas que jugaban al fútbol en los rincones no ocupados de la plaza.
En la explanadita donde está la virgen, aprovechando el adoquinado, habían traído, fieles y familiares, sus sillas de plástico y reposeras, dispuestas en forma de platea, que era bonito de ver.
Cuando fui a comprar una gaseosa recién comenzaba la obra y ya a la vuelta estaba avanzada. Un poco apurada quizás por unas nubes gordas que taparon el sol antes de tiempo y adelantaron un poco la noche, y por unos rayos cada vez más cercanos que fueron cruzando el cielo en medio del relato bíblico.
No había nacido Jesús cuando estalló la lluvia.
Primero unas gotas gordas y aisladas, después un aguacero de verano, de esos que caen sin piedad.
Corrieron los angelitos mojados, el sonido prestado, el dueño del chivo, los abuelos que vinieron a ver la obra, los romanos, Gabriel y algún que otro santo más.
Corrieron bajo la lluvia impiadosa que caía con la fuerza que deseamos todos los que sabemos lo que es que no llueva, y quedarse sin agua; sin agua y con incendio forestal.
Ya no quedaban fieles cuando alguien desataba, bajo la lluvia torrencial, las últimas telas blancas; y corría, fantasmas en la noche llovida de la plaza, un día antes de navidad.
A veces dios es ingrato y te tira agua mientras lo celebras. A veces dios sabe que aunque lo celebres cada tanto, en la cotidiana estás en cualquiera, no amando a tus hermanos y deseando mal.
Y entonces manda lluvia.
Y tal vez le avisa a los justos: menos pesebres conmemorativos y más arcas, quizás les dice, busquen a los suyos y pónganse a trabajar.