Porque no sólo fueron niños enviados a una guerra. Porque no sólo fue una guerra en medio del horror. Porque el único triunfo real es el de la memoria. Porque de caídos y de veteranos está conformado el entramado social que hoy conforman los adultos de nuestro país. Por eso y por mucho más es que compartimos este fragmento de un texto de Osvaldo Soriano que dice, con maestría, lo que nosotros quisiéramos decir en un día como “este”, a 32 años de “ese” día.
Fragmento de: “Los invasores de la isla imaginaria” de Osvaldo Soriano (en «Rebeldes, soñadores y fugitivos»)
“ … En aquellas tierras desoladas se jugó la última partida de la “Argentina potencia”. Los sueños de grandeza se quemaron con el desembarco de los británicos: los clientes de Miami y los campeones de las finanzas despertaron de golpe, azorados. No entendían por qué la dictadura que los había librado del peligro rojo empezaba a devorar también a banqueros y burgueses para celebrar, al fin, su propia extinción. Como antes con Uriburu, con los coroneles del ’43, con Aramburu y con Onganía, creyeron que el festín era gratuito. Que la sangre era extraña y apenas salpicaría las botas del coronel de turno.
En 1982, el balance del Proceso se reveló inquietante: treinta mil desaparecidos, mil jóvenes muertos en el Sur, cuarenta y cinco mil millones de dólares de deuda, la humillación de la “mayoría silenciosa” que se veía obligada a admitir ahora lo que no había querido ver antes.
La dictadura, cuando es festejada o tolerada, lleva inevitablemente a la guerra. Videla no llegó en puntas de pie: en un discurso como Jefe del Ejército había anunciado que correrían ríos de sangre. Viola había gritado su odio y hasta hubo un general que, antes del golpe de Estado, calculó que en Argentina sobraban dos millones de personas. Galtieri no hizo más que llevar al paroxismo lo que los otros habían practicado como política de subsistencia.
La de las Malvinas fue, por fortuna, la única guerra que enfrentaron las Fuerzas Armadas en este siglo y el resultado no debería enorgullecer a nadie. Aunque los militares sostienen que su victoria contra la guerrilla hizo posible esta democracia, la verdad parece más dolorosa: fue la derrota en Puerto Argentino la que abrió las puertas a un sistema de convivencia más civilizado.
Quizá los caídos en Malvinas sean los verdaderos héroes de la transición. Cuando se hundió el Belgrano, el mar estaba tragándose a muchos soldados anónimos, pero también se ahogaban allí los proyectos insensatos de una clase que despreciaba la vida y, en definitiva, la Patria que decían defender.
Y sin embargo allí están todavía, como una sombra ominosa. No acechan al invasor inglés, sino a cada hombre, a cada mujer que quiere vivir en libertad. Han olvidado una guerra real y reivindican otra, imaginaria. A fuerza de vivir en un mundo de noche y de tinieblas se han mimetizado con el invasor y no hay, por ahora, quién los saque de su irreductible isla de espanto.”