
Por Luciano Debanne.
No acostumbrarse ni a las vetas de la madera en la tabla de la mesa,
ni a la panza llena y el corazón contento,
ni a la mirada del niño pidiendo la moneda,
ni al abrigo que nos defiende del frío,
ni a los deberes de pase usted y sí señor,
ni al brillo de las monedas,
ni al pan pan, ni al vino vino.
No acostumbrarse al aire que respiramos y nos da vida,
ni a la vida esta que hoy tenemos y mañana no está,
ni a los abrazos de quienes nos abrazan,
ni a la salud, ni mucho menos a la enfermedad.
No acostumbrarse a la luz que nos alumbra,
ni a nuestras tinieblas,
ni al miedo,
ni a la seguridad.
Ni al techo, ni al trabajo, ni a la ternura que nos es regalada,
como algo extraordinario en este mundo tan cruel. Ni a la crueldad.
No acostumbrarse.
Andar siempre transitando el asombro, la pregunta, el desconcierto, el agradecimiento:
Benditas las bondades que me fueron dadas.
Maldita inequidad.