Por Mario Díaz.
Cuenta Susana Dillon (1925-2012) en “El fuego de los fuegos”, una leyenda que arranca en las tolderías de los Ranqueles y recuerda los tiempos en que únicamente los volcanes y el rayo proveían el fuego.
Un gran cacique mandó a dos guerreros a buscar el fuego de un volcán cordillerano. Durante el viaje, los dos “Hueche” (muchachos), se pusieron a jugar con dos palitos, uno blando y el otro duro. A fuerza de frotar, brotó algo brillante. Sorprendidos y asustados, arrojaron aquella cosa que en el aire se convirtió en llama. Esta cayó en los pastos secos y los incendió. El viento hizo pasar las llamas al monte vecino, ardiendo los grandes árboles ricos en resina.
Los animales allí guarecidos murieron asados. Los ranqueles probaron de aquella carne y descubrieron el gusto de la carne pasada por el fuego.
Desde entonces, ya no tuvieron que subir a los volcanes en busca del fuego que venía de las entrañas de la “Mapu”. Con sólo frotar dos palitos podían encenderlo. Todos podían hacerlo: hombres, mujeres, chicos y grandes.
Algunos viajeros que anduvieron por estas pampas cuentan que algunos ranqueles solían prenderlo aún estando a caballo.
Bien, voy por mi domo y el huenchro (así se llamaban ambos palitos). ¡A ver si prendo el fuego para unos mates!
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