Por Luciano Debanne.
Imaginen si todas las palabras fueran redondas,
como los cantos rodados que el tiempo fue puliendo,
sería imposible, imposible.
Necesitaríamos algo con qué unirlas,
llenas de vacíos, de silencios, las paredes de nuestro hablar.
Tampoco quiero,
que sean todas filosas, como lajas,
apilables pero cortantes,
simétricas de tan planas,
quebradizas en su fragilidad.
Ni cuadradas todas, como bloques,
macizos, imponentes, rústicos,
toscas las pircas que armamos a mano,
apilables, eso sí,
pero poco más.
O si fueran arcilla, adobe, masa blanda,
moldeables, maleables, húmedas,
orgánicas en parte,
esperando quienes hablan que algún día lleguen a secar.
Imaginen si todas las palabras fueran iguales
en forma y función y tiempo,
pesadas además,
qué embole,
todo el cuerpo tenso de tener que cargar
las palabras de aquí para allá.
Y a veces es necesario que las palabras nos cuiden,
empalizadas, pircas, paredes,
chimenea, hogar.
O que sean armas, arrojadas con furia,
por quienes tienen poco más que arrojar.
Pero también quiero palabras suaves,
dulces, torpes, incipientes,
como cachorros de algo,
y nuestros discursos, nuestras diatribas,
nuestros canciones,
nuestros poemas,
y nuestros poemas como un animal.
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Si pudiera mi poema
Contaría de las tardes con amigos y familia, señalaría al perro, al árbol, a la luna, al canto del pájaro en su pluma, al café de la mañana y al cachorro durmiendo todavía su ternura.
