Cuento Breve

La remera de Inglaterra

6-12-2011 / Lecturas
Etiquetas:

«Por un momento, pensé que se trataba de una invasión de zombies colonizados. Pensé que si te tocaba una persona con la remera de Inglaterra, automáticamente pasabas a defender los intereses de ese país»


La remera de Inglaterra

Por Facu Martínez l fmartinez@redaccion351.com

Cuando la vimos, tan oronda, caminar por las veredas de nuestro vecindario, pensamos que se trataba de una broma de pésimo gusto. Carlos, el panadero, incluso arriesgó que “seguramente” se trataba de una chica extranjera. Eso nos tranquilizó un rato, aunque no pudimos dejar de hacer comentarios sobre el pacto Roca-Rucinman, los negocios nauseabundos y los típicos argentos casos de corruptela. Un cliente, tímido, citó a la mano de Dios, pero el ánimo general fue de poca cosa.

Ezequiel, el hijo más chico de la doctora Gutiérrez, defendió a los Beatles, Cold Play y los Artics Monkeys. Todos estuvimos más o menos de acuerdo con su argumento, aunque no era el punto.

– No pasa por estar en contra de los artistas ingleses, ni siquiera de los ciudadanos- opinó Amanda con su típica voz de caverna manchada con las pictografías que le dejó el cigarro en todos sus años de docencia.

Dudo si el pequeño comprendió la totalidad de la idea, pero asintió con la cabeza, recibió el vuelto de los criollitos de hojaldre y salió del negocio. La puerta le contagió el ruido a un llamador de ángeles que los tradujo en un sonido melindroso.

De pronto, se nos volvió a ir el aliento. La congoja nos tomó de rehén justo cuando la balanza marcó 993 grs. de palmeritas. Otra vez cruzó la calle la misma remera del otro lado de la vitrina, enrostrándonos lo acríticos y superficiales que somos. Sólo que esta vez la bandera estaba en el cuerpo de un muchacho.

Por un momento, pensé que se trataba de una invasión de zombies colonizados. Pensé que si te tocaba una persona con la remera de Inglaterra, automáticamente pasabas a defender los intereses de ese país. Tuve miedo. Todos, en la panadería, tuvimos algún tipo de miedo.

– Será cuestión de ponernos la camiseta de Argentina, murmuró “el Chino” mientras espolvoreaba las facturas.

Nadie le contestó. Seguramente, Amanda quiso explicarle que no se trataba de ponernos nacionalistas sin sentido, ni tampoco de exacerbar sentimientos racistas.

Por un rato, nadie compró nada. Todos simulaban estar decidiendo, aunque a veces espiaban por la ventana para ver si otro zombie se hacía de la calle.

Carlos no tuvo mejor idea que prender el gran televisor sostenido en la columna arriba de la caja. El noticiario afirmaba que los líderes más importantes de la región pujaban para reconocer la soberanía argentina de las islas. El eje de la nota hacía hincapié en que los británicos hacían caso omiso al reclamo. Incluso, hasta osaban mandar buques de guerra y apostarlos en mar argentino.

La tensión fue interrumpida cuando un hombre de cincuenta años entró agitado, con las manos en la cara, con los dedos tapándose los ojos. Ingresó a la panadería como si afuera se hubiera desatado el holocausto, como si hubiese explotado una bomba nuclear. Pero, nada de eso.

Quisimos asistirlo con un vaso de agua y supimos que estaba llorando como un chico, casi pidiendo clemencia. Era un veterano de guerra, un soldado de Malvinas. Se había vuelto loco. Estaba perdido en incoherencias. Amanda lo sujetó del cuello, con instinto maternal, pero no sirvió de nada. Intentó hablarle, pero no sirvió. Buscamos tranquilizarlo, pero no.

Al comienzo, apareció como una moda inocente pero, gangrena mediante, se convirtió en un humor negro y gorgojeante.

En la calle, los descerebrados se contagian la peste simbólica.