Literatura

«La curandera» por Fabio Martínez

9-06-2015 / Lecturas
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Fabio Martínez es Salteño. Como los escritores publicados, reúne condiciones que nos acercan a su obra: es un compañero más de la ECI. Es profesor, y un gran escritor. No se queden sin leerlo.


«La curandera» por Fabio Martínez

Por | csiles@redaccion351.com

La curandera

Era una mujer que había crecido en Ciudadela, el mismo barrio de los Ales. La mayor parte de su vida tiró las cartas y realizó trabajos por encargo. Engualichaba a suegras odiadas, a nueras de familias acomodadas, a patronas injustas, enfermaba a esposos infieles, adivinaba el futuro y también trabajaba para los Ales. Si a los Ales los perseguía un fiscal con aires de héroe y no convenía amenazarlo, ellos recurrían a Carmen María. Si un periodista se había emponzoñado con ellos y no se querían ensuciar las manos, Carmen María lo arreglaba. Si algún prostíbulo andaba mal, ella iba y hacía su trabajo.
Sus gualichos eran certeros y rápidos.
Jamás fallaban.
Vivía sola. Tenía una única amiga que la visitaba a menudo. Se llamaba Sandra y tiempo atrás había sido su clienta. A Sandra se le imposibilitaba tener hijos, se embarazaba y los perdía. Su esposo la quería dejar, su suegra la odiaba, su vida se desmoronaba de a poco. Recurrió a la curandera. Carmen María tardó cinco semanas en solucionar el problema. Tejió un cinto con la lana de los escarpines que Sandra había preparado a sus otros bebés y se los ató en la cintura. A los nueve meses nació una niña. Sandra la llamó Carmencita como agradecimiento. El esposo lo mismo la dejó, a Sandra eso ya no le importaba.
Si Carmen María sintió alguna vez cariño o amor por alguien fue por Carmencita.
La niña creció y se convirtió en una joven hermosa. Tenía piernas firmes y largas, su cintura era pequeña y su tez morena. Usaba el pelo suelto y sedoso que le rozaba las caderas.
Una noche de verano, a la salida de un boliche, Carmencita se subió a un remís y desapareció. Sandra recorrió cada una de las comisarias, hospitales y albergues públicos. Se entrevistó con policías, fiscales y jueces. Lloró frente a periodistas y otra vez sintió que el mundo se le venía abajo.
Recurrió a su amiga.
Carmen María fue hasta la casa de los Ales y golpeó la puerta hasta que la atendieron. Habló con Alejo, uno de los primos de la Chancha. Pidió por Carmencita. Alejo se hizo el desentendido.
Discutieron.
Carmen se enojó.
Lo amenazó con la guadaña de San la Muerte. Alejo sacó el revólver, era plateado y las luces de la araña, que colgaba en medio del living, se reflejaban en el cargador. Le quitó el seguro y la echó de la casa.

Carmen María le pidió a Sandra ropa interior de Carmencita y un cepillo de dientes. En su cuarto, con olor a sahumerio y luces tenues, adivinó el paradero de Carmencita. Estaba en un prostíbulo en el interior de la provincia de Catamarca. La policía allanó el lugar y liberó a varías jóvenes. Detuvieron al encargado y los Ales se sintieron traicionados.

La bruja debía morir fue el mensaje.
Dos hombres siguieron a Carmen María y la subieron a un remís viejo, le vendaron los ojos y la llevaron a las afueras de la ciudad. Le cortaron los cinco dedos de la mano derecha y la golpearon hasta dejarla moribunda. La arrojaron a un descampado, cubierta de su propia sangre y yuyos. Luego regresaron al barrio y quemaron la casa de la curandera.
Era invierno, el cielo estaba cerrado y helaba.

Esa misma madrugada Carmen María llegó a la guardia.
Dicen que una vieja la trajo y que cuando quisieron preguntarle qué había pasado ya no estaba. Dos meses estuvo en terapia intensiva y cinco más en el hospital. Los fines de semana Sandra y su hija la visitaban.

El día que le daban el alta, la vieja que la había acompañado volvió al hospital y se pasó la tarde entera hablando con Carmen María.
Cuando salió no regresó al barrio. Con un dinero que le quedaba compró un rancho en las afueras de la ciudad, y se dedicó a la sanación. Nada de gualichos, ni cartas, ni maldiciones y menos magia negra. Dicen que no cobra, porque lo que ella tiene es un don divino, y que tuvieron que pasar muchas cosas para que se diera cuenta.

Los Ales le temen.
Se dice que la bruja es inmortal.

Fabio Martínez

Este fragmento de cuento forma parte del libro «Dioses del fuego y otros relatos».