Facundo Martínez. «Esnifar»

28-04-2011 / Lecturas
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Cuento breve: Esnifar


Facundo Martínez. «Esnifar»

Por | fmartinez@redaccion351.com

La casa estaba en sus estertores. Toqué varias veces la puerta, y decidí entrar sin permiso.

Te encontré en la cocina. Estabas esnifando en la mesa de vidrio como quien patina en un lago congelado horas antes de que empiece la primavera. Me miraste. Me culpaste gravemente por haberte asustado, reíste al fin y luego me besaste con gusto a cocaína.

Tal y cómo los hombres primitivos encendían antorchas para refugiarse del miedo a la oscuridad, uno por uno, durante toda la noche, vos prendiste cigarrillos para alejar  tus pesadillas vivas.

“Cuando era chica soñaba con tener una familia grande, ser una buena esposa, tener mascotas en el jardín, estar llena de ollas essen. Ir a misa los sábados y hacer pasteles de manzana los domingos”.

Hoy implorás que te convoquen de algún reality televisivo y, con suerte, morir joven, rica y bonita.

Te propuse una vez más que me contaras qué te estaba pasando. Era una rutina asfixiante fingirnos que eras una diva. Me pediste que te hiciera fotografía y empapelara las paredes con tu imagen. Y, otra vez, tu rimel se desbarrancó como un río crujiente y acuareloso depredando las pupilas esmeriladas.

Te liberaste de las botas altas y me confesaste que hacía tres días que no dormías. Yo realmente, por más que hacía un esfuerzo sobrehumano, no entendía cómo lograbas un pelo tan limpio, sedoso y aún toda rota, no se me quitaran las ganas de acostarme con vos.

“Me hubiese gustado ser una estrella de rock, ir de gira con mis músicos en una van, que nos pare la policía por fumar marihuana y que nos multe por excedernos de velocidad. Dar entrevistas en la radio, putear a los de seguridad cuando los fans quieran subir al escenario. Ser tapa de revistas, que los paparazzi se desesperen para tener una primicia conmigo, arrojarme en un recital sobre la gente, firmar millones de autógrafos…”

No apagué la luz del cuarto ni te arropé antes de irme. Bajé las escaleras sin percatarme de no hacer ruido. Cerré la puerta y dejé las llaves debajo del angelito de piedra.

Camino a casa advertí, a la vera de la ruta, que el lago empezaba a romper la delgada superficie. El amanecer era implacable, el hielo crujía estrepitosamente, y las aves, en corta carrera, lograron despegar hacia tierra firme; pero vos quedaste patinando en los filos, riendo de tus piruetas, nadando entre falsos tesoros escondidos, haciendo las últimas burbujas dentro de la azul palidez.