Por Luciano Debanne.
Si hoy viniera tu fantasma a esta tierra,
tuya patria madrecita estampa felicidad,
solamente sus ojos niños de juguetes regalados,
y de quienes ya trabajan para ayudar el pan,
y las manos ajadas del ladrillo y la pala,
y el mango del hacha,
y la buena madera, dura, negra, embolsada marrón
del carbón;
y las costureras en barrios que cosen elásticos,
parches y cierres,
y las abuelitas que remedan con agujas viejas
e hilos baratos su calzón,
y los mendigos en las peatonales y las estaciones,
y los pares de medias del vendedor,
y las que viven tan dentro que ya queda lejos,
y los enfermos de muerte en los hospitales públicos,
y los huerfanitos del mundo en instituciones prestadas
con su alegría de nadie, y su dolor
las chapas al cielo,
el caballo y los perros,
el mate lavado dulzón,
si tu fantasma viniera por las fábricas que quedan,
tus gremios fuego memoria vestigios creación,
solamente los últimos, las últimas,
y sus montoneras,
andando y andando, llegando primero;
la manta de olvidos sobre los hombros cansados
excluidos, ajenos, desterradas, sufrientes,
los hijos en brazos, la piel de cartón
solamente ellas, ellos, te vieran;
solamente en sus oídos tu voz.
Y el resto…
el resto un silencio,
un silencio hondo, un silencio atroz.