Con permiso
El horizonte arde
Sendas que aún se ven. Pastos oscuros. Paisajes que tienen la calma muerta de después de la furia enardecida.
Por Luciano Debanne.
Hay huesitos de pájaros quemados,
y caracoles blancos vacíos de dolor,
y la tierra clara bajo lo negro,
troncos partidos de cicatrices rojas.
Sendas que aún se ven.
Pastos oscuros.
Paisajes que tienen la calma muerta de después de la furia enardecida.
Y un silencio de luciérnagas chispeantes, que ya no están.
Sin embargo el horizonte arde.
Ese humo, ese olor.
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Con sus comienzos cruzados y sus finales inesperados, con sus avatares de golpe y porrazo. Perpetuidades hechas de puro presente e insignificancias que tienen tanto cuerpo que terminan por perdurar.
Todo a punto de estallar. Como estalla el llanto contenido, o la furia sin regreso, o la última coda de la depresión. Como estalla la semilla en brote y el pimpollo en flor.
Se agita la savia y la sangre, y entra en celo el mundo, que de tanto desearse es como si todo fuera puro amor.