
Por Luciano Debanne.
Foto: Daniela Araujo.
Acá me van a encontrar, cuando vengan acá voy a estar, parado en el final del camino donde termina el asfalto y empieza la senda, donde desayunan los amaneceres y los gallos le silban canciones a los madrugantes.
Cuando vengan acá voy a estar, donde descansan los cansados, junto a la guitarra y el acordeón, bajo el árbol de la sombra en el verano, en el margen de las hojas donde escriben sus versos los presos y quienes empiezan a amar.
Cuando vengan díganle que me busquen en las terminales, y en los bares donde descansan los huesos las arrugas y las anécdotas mentirosas de quienes aprendieron a contar los olvidos como si fueran cuentos de fogón; que me busquen en la ruta donde los ojos miran a los autos que nunca van a llevarlos y se conforman con los que quizás vayan a parar.
Cuando vengan acá voy a estar, junto a quienes han hecho de la rutina un oficio de amor y de pan, junto a quienes viven en medio de los despojos y allí cultivan una dedicación de mate dulce y harinas. Junto a quienes marchan, y paran, y vuelven a marchar.
Cuando vengan que me busquen donde nació el porvenir germinando de la sangre memoriosa de los muertos que no sabemos dónde están, que me busquen donde se anudan al cuello los recuerdos, como un pañuelo, para soportar las tempestades y la desolación.
Acá voy a estar, en las casas que escondieron la foto en los placares, los libros y las armas bajo tierra, los sueños en el alma de sus hijos y las ganas en el futuro, para cuando sea tiempo de regresar.
Acá voy a estar, donde la luna se enraíza en las tripas y hace crecer el pelo, los óvulos, las uñas, las plantas que nos alimentan, y que nazcan de parto natural los niños y las canciones que cantan los mundos nuevos que tardan, pero van a llegar.
Cuando vengan, que me busquen, acá voy a estar. Y no voy a estar solo.