Entrevista

Carlos Santi y la Orquesta Sinfónica de Córdoba interpretan a Joaquín Rodrigo

8-03-2016 / Agenda, Entrevistas
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Este viernes 11 de marzo a las 21 horas en el Teatro San Martín, el notable guitarrista se presenta junto a la Orquesta Sinfónica de Córdoba para interpretar la «Fantasía para un gentilhombre» de Joaquín Rodrigo. Compartimos una charla sobre la vida y la música.


Carlos Santi y la Orquesta Sinfónica de Córdoba interpretan a Joaquín Rodrigo

Por | redaccion351@gmail.com

Conversar con un músico que ha vivido grandes emociones en diferentes puntos del planeta; escuchar de su vida, hecha un culto de la sensibilidad y el esfuerzo; seguirlo en sus historias y pensamientos, antes de verlo en vivo cuando este viernes suba al escenario del Teatro San Martín para interpretar, junto a la Orquesta Sinfónica de Córdoba, bajo la dirección del maestro Hadrian Ávila Arzuza, la «Fantasía para un gentilhombre» de Joaquín Rodrigo; disfrutar por anticipado de una de las obras más bellas que se hayan escrito para guitarra… Ahí nos espera, otra vez, el agradecimiento.

Parte de la figura de Carlos Santi, uno de los concertistas más destacados de la actualidad, se deja ver, impactante, en los párrafos de su historia: estudios, becas, premios, reconocimientos, viajes y demás satisfacciones. Otro costado de la misma pasión, menos sorprendente por esa humildad siempre cristalina de los grandes, fluye por sus palabras a través de una charla telefónica.

De un lado de la línea, se adivinan mates, instrumentos, discos y partituras. De otro, café, más discos y un grabador. A cada lado, gris claro de nubes bajas llegando al mediodía.

-Hablemos de la guitarra, de ese primer encuentro.

-Fue en la escuela secundaria, en Rosario. Decidí pedirle una guitarra a mi madre, que habrá pensado que se trataba de una especie de capricho y terminó siendo algo por lo cual vivo, y me desvivo. Si bien siempre hubo música en casa, no tengo familiares directos que se hayan dedicado de manera profesional.

-¿Recordás qué escuchabas en esa época?

Siempre fui  de niño muy entusiasta de ir a los conciertos de la Orquesta Sinfónica. Incluso mi padre era muy amigo de una figura que en Rosario marcó un antes y un después, que fue Juan Carlos Zorzi, un músico de altísimo nivel, director de la Sinfónica Nacional. El maestro venía a mi casa, compartíamos momentos. Recuerdo que uno de sus regalos de cumpleaños, cuando yo tenía ocho o nueve años, fue un cassette con el «Réquiem de Gilardo Gilardi» dirigido por él. Fue un mundo de descubrimientos.  En fin, siempre andaba escuchando música. Me desvivía por ir al Teatro. Mi madre era la que habitualmente invitaba. Recuerdo momentos únicos en las temporadas de la Orquesta, bajo la dirección del Maestro Zorzi, que después fue como una especie de tío en el cariño de muchos de nuestra generación.

-¿Pudieron hacer algo juntos?

-Cuando tenía 21 años me invitó como solista, y estudié su «Concierto para Guitarra y Orquesta». Una experiencia inolvidable aquel concierto. Después su estado de salud se fue agravando, hasta que nos dejó en 1999. Hasta hoy vive en nosotros su recuerdo, por sus formas, por su pasión por lo que hacía.

-Seguro habrá más maestros que dejaron su huella.

-Le debo mucho a muchas personas. Uno es muy agradecido de la generosidad de tantos para enseñar. Siempre cito a Rino D’Ángelo como el maestro que dejó una huella muy fuerte. No era guitarrista sino violinista. Acudí a él buscando respuestas a lo musical, a la técnica, temas que para mí eran muy importantes y que necesitaba desarrollar. Estudié tres años con él. Siempre decía que ser intérprete es una cosa y ser maestro es otra bien distinta. También decía que existen tres tipos de maestros en la vida: Los que no pueden enseñar algo porque no lo saben ni para ellos; los que saben algo pero lo mezquinan, porque no quieren competencias; y los que saben y lo comparten. Yo me atreví a agregar un cuarto grupo: los que saben pero no saben explicarlo, por falta de capacidad de transmisión. Rino fue un ejemplo de persona, de artista y de Maestro, con mayúsculas. Una persona que claramente podía guiarte, como un faro.

-¿Cómo le enseña un violinista a un guitarrista?

De la mejor manera: empezando por lo musical. Sirve y mucho todo lo que pueda enseñarte alguien de otro campo. Hay casos emblemáticos en la historia, como el de Paganini, que tocaba el violín y la guitarra ya que amaba los dos instrumentos. Hay un parentesco muy grande entre ellos  y la música es una sola. La capacidad de Rino hacía que pudiera ayudar a muchos instrumentistas, a pianistas, clarinetistas y guitarristas, porque había estudiado, con Leonard Bernstein en Estados Unidos, algo que me parece imprescindible, que es el fraseo y la articulación, una parte analítica de la música que está íntimamente vinculada con la expresión.

-Vi tu interpretación de la Fuga 1000 de Bach, que dura unos cinco minutos. Me preguntaba cuánto tiempo de estudio y de ensayo habrá pasado antes de esos cinco minutos.

-¡Muchos momentos!  El maestro (Andrés) Segovia escribió una vez una carta a un crítico de arte francés y dijo: ¡La gente asiste al milagro musical sin saber las horas de sacrificio y mortificaciones a las que se somete un artista! Si bien existe un momento en que se considera que ya se puede compartir una interpretación con el público, una obra se puede estudiar toda la vida. Es una experiencia muy interesante dejar de estudiar una obra, por un tiempo, y retomarla. Creo que la información se madura de otra manera. Comienzan a aparecer otras capas para explorar. Por ejemplo, comencé a estudiar esa Fuga a los 16 años, cuando me dieron la partitura en la Universidad. Generalmente se toca en La Menor. Con el tiempo de estudio fueron apareciendo formas de entender esa obra desde el estilo: por ejemplo, esa tonalidad de la transcripción que recibí en mi adolescencia, no respeta la tonalidad de sol menor en la cual fue compuesta, tergiversando el verdadero afecto que expresa. Yo la volví a su armadura de clave original y en mi versión agregué una afinación que habitualmente no se utiliza, que es la sexta cuerda en Re y la quinta en Sol. Eso da una sonoridad diferente. La cuerda al aire siempre es un aprovechamiento fantástico para el guitarrista. Se percibe como una especie de pedal y una profundidad más envolvente del sonido. Además, fui a las fuentes y tomé el Urtext, el original, basándome en la retórica de época. Desde ahí respeté todas las ligaduras que Bach había puesto para el violín y modifiqué algunas otras articulaciones, digitaciones, o bajos agregados, con paréntesis o notas al pie, para justamente ser bien respetuoso de lo que había escrito el genio alemán.

-Para quienes no sabemos leer una partitura, hay una idea seguramente mal formada sobre la complejidad de la música clásica, frente a lo que conocemos como música popular. Pudiste recorrer ambos repertorios. Hay un disco, “Faluando”, con la Orquesta de Cámara Córdoba Nueva, donde interpretás autores populares. Te habrá pasado, tal vez, de encontrarte con obras que reconocemos dentro del género de la música popular, que habrán presentado la misma dificultad en su estudio, ensayo e interpretación.

-Te voy a responder con una frase de un profesor que me quedó marcada: Toda música es difícil bien tocada. No existe una música sencilla si se la ve en profundidad. Y venimos hablando de música que tiene un trabajo de fondo que es bien interesante. En el caso de don Eduardo Falú, me atreví a hacer ese disco, con excelentes músicos cordobeses, varios de ellos de nuestra Orquesta Sinfónica, porque he tenido mucho contacto con él. Una vez le hicimos un homenaje en la Sala Lavardén, en Rosario; hemos compartido cenas; frecuentemente lo llamaba a su casa para saber cómo estaba, en su última etapa de salud. Siempre fui muy amante de su guitarra porque mi padre era un fanático de sus melodías, de sus arpegios, de sus composiciones, de esas piezas que quedarán en la memoria de la gente, como “Zamba de la Candelaria”“Tonada del viejo amor” y tantas otras… Solía haber un debate sobre si Falú era un guitarrista popular o un guitarrista clásico. Porque tenía una técnica y un sonido cercano a lo académico, podía abordar piezas instrumentales de mucha dificultad del repertorio clásico, y también rasguidos, o cantar, y dar esa perspectiva de una sonoridad folklórica. Es una figura que no se puede precisar en una línea, y él no renegaba de eso. Al contrario, era su sello de distinción. Su toque era inconfundible. Y eso de algún modo reafirma la pregunta: ¿Tanta diferencias hay entre lo que se conoce como popular y lo que se conoce como académico o clásico?

-La necesidad aparente de tener clasificaciones para todo…

-Hace poco egresé de una Maestría en Música Latinoamericana y tuvimos un seminario que se llamaba “Seminario de Música Popular”. Vino un profesor doctorado, de Buenos Aires. Éramos unos cuarenta maestrandos de varios países: Colombia, Chile, México, Argentina, entre otros. Ocho horas semanales, con bibliografía, con ejemplos, tratando de encontrar las diferencias. ¿Dónde estaban? No las pudimos encontrar. Terminó el seminario y realmente no hubo conclusiones tajantes, como habitualmente se hacen. Después está el compromiso, el trabajo, la preparación de cada uno. Eso sí puede llegar a ser un factor determinante. Soy muy respetuoso de todos los estilos. No encuentro un catálogo o una etiqueta. Y Falú es como un símbolo de esa imposibilidad de encasillar la buena música.

Carlos Santi y Orquesta de Cámara «Córdoba Nueva» – «Jeromita Linares» – presencia n° 6 – Carlos Guastavino.

-¿Cómo ves el futuro de la música que tocás, mirando a tus alumnos?

-Hay tantos perfiles como alumnos. Hay mucha diversidad y es bueno que sea así. Siempre hay alguien que toma la antorcha de la pasión que uno trata de transmitir, y estudia lo necesario para alcanzar los objetivos.  Y después hay quienes tienen otras metas. Es fundamental para el músico que haya un recambio generacional. De cualquier modo, el futuro de la guitarra está asegurado. Hoy es una de las cátedras más numerosas, superando en matrícula a piano o canto. El concepto de la guitarra como una pequeña orquesta es un espacio tan rico y atractivo para desarrollar como lo es el sinfónico. Ése, creo yo, es el concepto que más atrae, y al mismo tiempo es un instrumento dentro de las posibilidades económicas, comparándolo por ejemplo con un violín de autor o con un piano de cola. Hoy en día la guitarra ha avanzado muchísimo. Hay excelentes profesores en distintos lugares. Cuando el maestro Segovia hacía sus primeras giras de aquí para allá, por los años 20, la situación era muy otra. La guitarra no era admitida en las cátedras de música y él la puso en los conservatorios, haciendo que músicos sinfónicos escribieran obras sumamente importantes. Con su enorme trabajo, él pudo poner al instrumento a la par de otros con más tradición. Hay muchos guitarristas hoy que son feroces intérpretes y están haciendo de la guitarra un culto de la calidad y de la excelencia, tocando repertorios de alta exigencia, con mucha solvencia. Si hay mejores intérpretes, mejores profesores y mejores instrumentos, eso hace que haya mejores alumnos.

-Acaso lea esta entrevista alguien interesando en adentrarse en el mundo de la guitarra, para estudiar el instrumento, o simplemente para disfrutar. Podríamos sugerir nombres para descubrir.

-Todo tiene que ver con las referencias de uno. Lo primero que sugeriría es escuchar al maestro Segovia, como una figura emblemática que abrió muchas puertas a la guitarra. Puedo nombrar  a uno de los más grandes de este siglo que es Julian Bream, recientemente retirado. Después a cada uno le gustará más uno u otro. En Sudamérica han nacido grandes guitarristas en los últimos cincuenta, sesenta años, como el uruguayo Álvaro Pierri, o el argentino Roberto Aussel. Hay una gama inagotable, jóvenes que se someten con mucha pasión a horas y horas de ensayo para lograr mantener bien alto el nombre de la guitarra en el mundo de la música.

-El tema de las horas diarias de ensayo siempre es una curiosidad.

-Es un tema de moda. Yo hablo más de calidad de horas. Porque si uno está, por ejemplo, diez horas sobre el instrumento y está con la mente en cualquier parte, el estudio no rinde. Y de repente, en una hora, bien enfocado, con un método, se puede resolver mucho más que en diez horas. Hay algo que es inherente a todo músico que es el esfuerzo físico que supone el instrumento. Hay que atender eso con las técnicas de relajación que creo son universales para cualquier instrumentista. No hace bien el estudio de la repetición crónica, sin análisis, sin ninguna reflexión sobre la obra, sin estudio ni investigación de las fuentes y las estructuras. A veces separo mi tiempo en diferentes cosas. Ver un video en YouTube o escuchar un disco o una pieza que estoy tocando, o me interesa, o ir a escuchar la Orquesta Sinfónica de Córdoba, que es extraordinaria, eso también hace a mi estudio. Lo único que te salva es la cultura. Uno no puede ser guitarrista y no salir de su casa sin conocer el mundo. Soy, entre comillas, un adicto a la temporada de la Orquesta; también voy a los conciertos de la Banda Sinfónica y de música de cámara; escucho todo tipo de repertorios. Y eso da referencias de cómo debe sonar una música en tus propias manos. Todas las expresiones son importantes: el arte plástico, la literatura, el cine, etc. Todo hace a tu formación, despierta tu sensibilidad y la desarrolla. Estudiar no es sólo mover los dedos o contar las horas que te sentaste con el instrumento. Sí se necesita un tiempo, que necesitás para dominar una obra, pero también es necesario un estudio historicista de lo que vas a interpretar, un concepto acertado. Si no, ¿en función de qué están los dedos? Una obra involucra al ser completo, involucra el alma, el cuerpo, y la mente. Yo siempre pongo una alarma, porque entrás en ese mundo del estudio y no sabés cuándo salís, y por ahí tenés algún compromiso, entonces suena la alarma y te sitúa en el tiempo… Podríamos hablar horas de esto. Pienso que el que mejor toca es el que mejor estudia. Y no hablo de horas sino de pasos a seguir, y de la paciencia necesaria para que las cosas funcionen. Es fundamental escucharse a sí mismo.

-¿Cómo es tu relación con el público? ¿Cómo juega el público en una presentación?

-Hay muchas respuestas posibles. Pienso que los públicos son muy variados. Gracias a la música he podido recorrer diferentes países y conocer diferentes situaciones. Siempre pienso en que lo que estoy estudiando y trabajando con esmero va a llegar al público. El artista tiene una función en la sociedad que es comunicar. Si no hay público el círculo nunca se completa. Los conciertos no se hacen en el living de tu casa. La música tiene que llegar a la gente. El momento más maravilloso que te puede suceder en el escenario es cuando prácticamente desaparecés y queda el compositor, el mensaje del músico creador. Mi forma de ver el escenario no tiene que ver con mostrarse. Me da la sensación de que es un lugar para una entrega, para dar un mensaje, con humildad, con trabajo, con amor, ¿no? Lo lindo que estoy viendo es que se acerca mucha gente joven a los teatros. Incluso hace mucho tiempo dejó de ser un espacio elitista. Y eso abre puertas a la música, al ballet y a tantas otras expresiones. El futuro de todo lo que hacemos es que haya siempre una persona sensible dispuesta a recibirlo. También existe ese prejuicio de “no entiendo esa música”, y yo pienso que eso condiciona. Tanto el intérprete como el espectador deben estar libres. Se trata más de sensibilidad, de conectarte con las emociones. La música es como el amor de una madre: no se puede medir, no se puede tocar, está en el mundo de lo intangible. Sin embargo ¿quién puede negar que existe y es fundamental? Ojalá el avance de la ciencia no entre en desfasaje con el desarrollo humano y que la comunicación no sólo sea una pantalla de celular o  una computadora.

-¿Cómo ha sido tu experiencia como jurado? ¿Siempre es fácil establecer criterios?

-Casi siempre se valoran las mismas cosas en los concursos: sonido, elección del repertorio, técnica y la interpretación musical que tiene infinitas aristas; algunos añaden la presencia escénica; otros certámenes son más explícitos y buscan diferencias  y puntajes más objetivos que sólo votar por un participante. Hoy es complicado decidir porque el nivel la guitarra ha subido considerablemente. Hay guitarristas muy estudiosos en todas partes del mundo, con una gran capacidad. Mi experiencia como jurado fue un honor porque de alguna manera estás siendo reconocido; pero después es incómodo. ¿Cómo se califica del uno al diez la expresión? ¿Podés darle un puntaje a la subjetividad? ¿Podés ponerle números a la emoción? Hay cosas que no son medibles. Los concursos son una manera de estimular el estudio, lo cual es cierto, sin dudas que es así. Sirven para motivar, para mostrar los nuevos talentos, perfecto. Pero también hay que decir que es una situación bien comprometida, por lo menos si uno lo hace con seriedad. Me ha tocado estar al lado de grandes maestros, he aprendido a ver cómo ellos miran esa situación y la verdad es que es una experiencia muy buena. Pondero el concurso cuando es una forma de festejar la excelencia, no así cuando se ensalza la mediocridad. Charles Chaplin se presentó una vez a un concurso para encontrar a su mejor imitador en Estados Unidos. Sin avisarle a nadie, ni a los jurados, se presentó él mismo a la prueba a último momento. El veredicto dijo que Chaplin no pasó la primera ronda y quedó con unos de los puntajes más bajos de su tanda. Hoy nadie recuerda quién ganó el premio. ¿Cuál es la objetividad entonces?

-Hablemos de Córdoba.

-Estoy muy agradecido a la comunidad de Córdoba que me ha abierto sus puertas. Es una tierra de grandes amistades y enormes músicos. Por otra parte quiero agradecer la compañía y ayuda permanente del Maestro Pablo De Giusto. Él ha sido un baluarte en mi estadía en Córdoba. Y también la invitación del Maestro Arzuza, quien programa una temporada con diversidad, con muchos protagonistas, para que quienes vivimos en Córdoba tengamos una oportunidad. Creo que en este tiempo, en este lugar, confluyen diferentes artistas que hacen de la Orquesta uno de los organismos de mayor reconocimiento y jerarquía que tenemos en el país.

-Con Pablo De Giusto hay un proyecto educativo.

-Hemos abierto el Centro “Santa Cecilia” de Estudios Guitarrísticos, para tratar de aportar un grano de arena a los nuevos músicos. Estamos muy entusiasmados con esto, que ya tuvo un primer semestre de trabajo. Hemos retomado ahora el 3 de marzo. Hay alumnos de edades variadas, desde niños hasta personas mayores. La idea tiene diferentes aristas. En algunos casos preparamos a quienes están por rendir exámenes de ingreso o de egreso en instituciones oficiales; en otros a personas que no tienen un compromiso puntual y buscan su desarrollo; en otros casos a quienes quieren comenzar a tocar la guitarra. La idea es tratar de aportar nuestras experiencias. Hacemos una especie de examen diagnóstico al principio. A aquellos alumnos que están preparados para el repertorio que se exige, se los ayuda con un sistema de becas. La palabra mérito es bien recibida en nuestro proyecto.

-¿Hay planes para después de la presentación del 11 de marzo en el San Martín?

-Pasado el concierto, el 17 de marzo parto rumbo a Estados Unidos, a hacer clases y conciertos en el Junior College de la Universidad de California. Y también voy a estar grabando unos videos en el Guitar Salon. Luego, volver a Europa en Junio, como cada año. Será un honor.

Agendá:

Orquesta Sinfónica de Córdoba. Dirección: Hadrian Ávila Arzuza. 

Viernes 11 de marzo – 21 horas.

Teatro San Martín – Vélez Sarsfield 365.

Programa: 

Constantino Gaito – «Danza Americana Número 3». 

Gustav Mahler – «Sinfonía Número 1 – ‘Titán'»

Joaquín Rodrigo – «Fantasía para un gentilhombre» – Concierto para guitarra y orquesta – Solista invitado: Carlos Santi.

Entradas: $80 – $60 – $40 – $20.