Por Luciano Debanne.
Hay unas ganas bárbaras de odiar, criticar, despreciar, hatear.
Andan por las redes y las conversaciones en la puerta de la panadería; por las discusiones políticas y los intercambios culturales; por los posteos y los comentarios, y las cartas del lector.
Se disfrazan a veces de opinión, a veces de editorial, a veces de aporte, a veces de crítica constructiva.
A veces llegan desnudas, en pelotas, sinceras en sus ganas de salir a matar.
Hay una frustración social mal encauzada, unas ganas de mandar todo a la mierda, una ganas de hacerse cagar.
Salimos a la calle, a las pantallas, al laburo y al amor, al debate y al humor, a todos lados salimos caminando en un campo minado.
Y si uno hace silencio un rato, y afina el oído más allá del ruido y los gritos, escucha una especie de chasquido, un chirrido, un chistido incluso… Como una mecha consumiéndose, acelerando hacia alguna cosa aún indescifrable, pero a punto de estallar.
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Un cartelito
¿Y entonces, qué hacemos, el pueblo, la gente, que no es mercancía que en estanterías, espera paciente?
Por arriba
La cosa es no seguir la trama que propone el laberinto, sino salir volando desde donde quiera que hayamos quedado, donde quiera que estés.
