
Por Luciano Debanne.
Del laberinto se sale por arriba.
No aceptando los términos que el laberinto propone: sus encrucijadas, sus caminitos estrechos y aviesos, sus puntos sin retorno, sus salidas únicas diseñadas a gusto del constructor.
Se sale armando alas con las plumas que dejaron desparramadas en el despiplume y los fierritos que puedan rescatarse de la demolición, se pegan con moco o con mierda o con miel, con la cera que nos sacamos de las orejas para poder escuchar bien.
La cosa es no seguir la trama que propone el laberinto, sino salir volando por arriba desde donde quiera que hayamos quedado, donde quiera que estés.
Consejo: como recomendaba Facundo Cabral, volar bajo, porque abajo está la verdad.
Se desarman las alas cuando uno se pone goloso y quiere subir siempre más y más. Cuando quiere acercarse a los dioses y se olvida del suelo de la humanidad. Al final, si te vas muy para el sol te estrolás.
Volar bajo y meterle ganas nomás.
Capaz funciona, capaz no.
Pero seguir el laberinto diseñado para marearnos y acorralarnos no parece mejor plan.