COSQUIN ROCK 2015

Sábado 14: enamorados de la montaña

15-02-2015 / Crónicas
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Todo lo que dejó la primera noche del festival. Los grandes de siempre. Rock, pasión y lluvia.


Sábado 14: enamorados de la montaña

Por Florencia Reartes | freartes@redaccion351.com
Manuel Arias | marias@redaccion351.com
Fotos: Candelaria Siles | csiles@redaccion351.com

Y se largó a llover. Y llovió, llovió y llovió. En el diluvio se rajó el cielo al medio y el calor de miles de almas encontró su antítesis perfecta. Hoy, domingo, sigue lloviendo.

Estuvimos pendientes de cada voz en la radio, noticia, tuit, y mensajes de colegas y amigos para ver cómo continuaba el día dos. La aventura, la música, la expectativa. Finalmente, nos quedamos sin la magia del festival, pero con tiempo para relamernos y recordar cada detalle de la jornada inaugural.

Del sol poderoso que nos vio llegar a Santa María de Punilla, nos quedó como recuerdo el flechazo del día siguiente. No hubo agua, gaseosa, cerveza que pudiera saciarnos; calmar la sed de rock, de aventura, la ansiedad reprimida durante tantos días de organización previa. Cámaras, cuadernos y lentes de sol terminaban de conformar el «equipaje» que dispusimos para el día. Ropa de abrigo también, por si refrescaba o llovía. “Por si”, resulta casi anecdótico.

Carnaval, día del amor, arrancaba el encuentro federal del rock. El clima acompañaba, la energía se sentía en cada rostro que nos devolvía una sonrisa de éxtasis, esa sensación que se experimenta al reencontarse con una pasión inquebrantable que se repite año tras año.

El pasto fue el colchón ideal para las parejitas mimosas. Y también para el amor familiar, del que hubo y mucho. Niños por doquier, padres embelesados con sus hijos, compartiendo el amor a la música, el amor entre ellos, el amor.

Para quien no conoce aún el Aeródromo de Santa María de Punilla, José Palazzo y compañía lo convirtieron en un parque temático, una pequeña ciudadela de rock. Y es que entre los escenarios, las carpas (que ocultan escenarios en sus entrañas), los bares, los espacios para murales, los domos, uno se siente en otra dimensión, partícipe de un culto ritual milenario.

Como los últimos años, el escenario temático de reggae explotó. Desde prácticamente la apertura de las puertas, los amantes del género que Bob Marley supo llevar al mundo entero, poblaron el escenario Movistar. Resistencia Suburbana, Nonpalidece, Kameleba, Gondwana, Los Pericos, fueron algunas de las bandas que agitaron, alzaron y, como leones de color amarillo, verde y rojo, entonaron a un público que se entregaba por completo a Jah.

Para cuando Andrés Calamaro promediaba su show, casi como un karma, llegó la lluvia. A esta altura uno podría sospechar que son amantes. El Cosquín Rock y la Lluvia algo se traen, siempre andan juntos y por algo será.

Pero ese escenario antes vio pasar a otros pretendientes. El español Leiva, Guasones, las poesías de Pez, el ascenso de La Beriso. Una previa que calentó motores para que la noche nos atrapara y nos hiciera cómplice de las banderas, gritos y luces estridentes.

El cierre de la noche fue testigo de tres momentos, que son parte de la vida misma: el casamiento, los desengaños de amantes furtivos y el despecho. Los Decadentes, Babasónicos y Andrés, tres atmósferas de pasiones conectadas y conflictivas.

Cuando suenan los primeros acordes y se desata la pachanga, el carnaval y el entusiasmo nos obligan a menear, a ser parte de una murga invisible que incluye a todos los que alguna vez bailaron con los ritmos Decadentes. Así nos encontramos con unos Auténticos, ya entrados en años, que casi no necesitan cantar porque tienen un coro grande, bien grande, de varios miles de personas que saben todas sus letras. ¿Las más festejadas? La reina de todas las fiestas argentinas, «Vení Raquel» y el clásico de la cancha celeste «Los piratas».

Dárgelos, el príncipe de la noche, en calzas rayadas, se adueñó del glamour del rock nacional. Sin prejuicios, le cantó a la novia de los presentes, invitó a amar libremente y a ser feliz sin corresponder a las presiones sociales. Un show cargado de hits radiales, conciso y con un repaso a los años que transitaron los Babas hasta llegar a su fama actual. Un subibaja de ritmos y emociones, a cargo de riffs poderosos y baladas empalagosas.

Un Calamaro completamente de negro se encargó de cerrar la jornada con un repertorio de grandes éxitos, a pedir de boca del paladar de sus fieles seguidores. El cantautor del amor, el desamor y el rock and roll hasta nos invitó a fumarnos uno. «Si nos imputan, que nos imputen a todos», bromeó antes de comenzar a cantar «Loco». Una gota, dos, tres, mil. “Flaca” fue totalmente interpretada en compañía del agua. La montaña desapareció, el río creció y los fanáticos corrieron en busca de refugios.

Y se largó a llover y llovió y llovió. Hoy, domingo, sigue lloviendo.