
Por Sol Aguirre | saguirre@redaccion351.com
Violeta Brodsky | vbrodsky@redaccion351.com
Fotografías: Mauricio Moroni
El reloj está más cerca de la medianoche y el tipo del afiche que promociona el espectáculo sigue inmune al tiempo, vuelve a caminar ante un atardecer lluvioso. Para acompañar ese paisaje, entra en escena la banda Tierra Mojada. El trío se ubica en el escenario y lucen unas miradas empecinadas, saben lo que quieren: vienen a empaparnos con creaciones, recreaciones y demás humedades musicales. El público no vino prevenido, los paraguas brillan por su ausencia. Igual, sabíamos que nuestro inexorable destino era ser cómplices de ese torrente de agua. El guiño es compartido. Ellos lo saben. Nosotros lo sabemos. Un flaco (mejor dicho: “el” flaco) lo supo. Él lo hizo palabras, mandamiento, exorcismo, catarsis: “…la lluvia borra la maldad y lava todas las heridas de tu alma…”. Como lo sabemos, nos entregamos a la permanencia de esa honda y encantadora tempestad.
Las luces son ahora violetas y ellos se encargan de que el color resplandezca sobre sus gestos y sus instrumentos. Por momentos, los reflejos violáceos hacen nido en las pestañas del cantante, Rodrigo Molina. Es que él canta, en muchos momentos, con los ojos cerrados. Entonces la mirada empecinada se vuelve mirada hacia el interior. La actitud contagia porque el cántico no nos deja otra opción, la letra que parieron en “Aire” nos acorrala: “El viento, la noche, la lluvia, el frío, la sed, el dolor, el hambre, la sangre, la duda… te van vistiendo de soledad”. Y ahí, de vuelta, viene el guiño de un flaco, de “el” flaco: “las palabras nunca son lo mejor para estar desnudos”.
Ya es ineludible la referencia y se convierte en una mención a la que hacen honor. Tierra Mojada presenta dos temas de Spinetta y da placer escuchar la esencia de “Maribel se durmió” y “Bagüalerita” en una re-creación suprema. Durante la interpretación de “Maribel…” los coros aclaman a la dama con un agudo cántico y el invitado al teclado, “Bertes”, engrandece la exaltación. Ellos saben que las palabras son hermanas de la música. Cantan el fragmento “Carrusel, sensación de que con el alma nos ve mejor”. Las voces realzan las dos primeras palabras y las miradas empecinadas ven a su público empapado y con una conmoción de infante sobre los caballos.
En esa combinación, el trío ahora devenido en cuarteto se puede jactar de rejuntar a Spinetta y Charly. Los presentes festejan la hazaña con un aplauso al unísono.
Luego suena “La casa de cristal”, “Aire”, “Dónde”. En “Chacarera del Expediente” dejan sentado que la denuncia no está exenta de humorada, mientras que en “Del Río” evocan a paisajes, búsquedas y nostalgias. Las composiciones de Tierra Mojada dan continuidad a la luminosidad de los temas de Parc, pero por momentos esa sencillez límpida queda en pausa para atravesar por una oscuridad emocional que se acuna en las voces y los instrumentos. Ahí emergen cortes e irregularidades donde el sello personal de los músicos y sus arreglos fusionan la influencia folclórica con la exploración de nuevas formas. La suma de las partes da como resultado un complemento armonioso, donde la química musical es el comodín entre el trío. Nicolás Moroni se posa sobre su guitarra y el vínculo amoroso que tiene con ella salta a la vista hasta del más desapercibido. Mientras, Bernardo Ferrón, mantiene el nexo con ese instrumento y el público, demostrando que la interacción con los presentes es parte de la mística del show.
Hablan del folclore y traen a otro referente ineludible. La composición del “Cuchi” Leguizamón, “Zamba de Lozano”, llega al escenario. Como los clásicos se comparten, llaman a “Nano” Onetti para la percusión. El despliegue interpretativo no sabe de preferencias, se acentúa en cada detalle: las voces, las guitarras, la percusión, los gestos. Y sus miradas empecinadas que siguen ahí, viendo cómo los presentes disfrutamos de esa mixtura de detalles que incluye hasta el sonido de un remolino cuando Leguizamón lo invoca. Después, tiene lugar “La Arenosa” y con estas interpretaciones de dos de las más grandes figuras musicales de nuestro país, no hacen falta más demostraciones: Tierra Mojada tiene profesionalidad, pasión y talento.
Vuelven a las composiciones propias y el deleite de los escuchas sigue siendo el mismo. Presentan una zamba y quien pone la voz principal al grupo vuelve proponer una mirada introspectiva, invitación que es ejemplificada por la reiteración de la canción a ojos cerrados: “Me he convertido en sombra/ya no me quedan verdades/ será que me encuentro en el medio de mi carne/ y el resto sólo es tiempo”.
Las lluvias que se juntan
Tierra Mojada invita a Parc al escenario y se lanzan a la interpretación conjunta.
El contacto entre estos grupos se dió en un principio como consecuencia de la cercanía entre ambas bandas, que compartían la música de cada una. A partir de las similitudes y las diferencias musicales y estéticas surgió la idea de hacer un show presentando dos esferas musicales que, si bien difieren en ciertos aspectos relacionados con el género, el estilo y las influencias, se conectan en la búsqueda de un sonido acústico; sonido que toma las voces y las guitarras como punto de partida, y que siempre está relacionado con la forma o la idea de “canción”.
Ahí se juntan los gestos de felicidad, las miradas empecinadas, los aplausos de reconocimiento. El tipo del afiche sigue caminando con el atardecer, la lluvia y el paraguas. En Cocina de Culturas el torrente musical ya es un aguacero nocturno que nos penetra y nos impregna.
Vuelve el guiño del flaco para recordarnos que, a esta altura, “la noche despide su manera arrogante de mecerse donde quiera”.