Jazz

Horacio Fumero pasó por Córdoba

13-02-2014 / Crónicas
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Horacio Fumero es hoy un músico imprescindible. Por trayectoria, por su extraordinario talento pero sobretodo por su artisticidad. El jueves 6 estuvo en nuestra ciudad presentando su último disco, Vuelos, grabado en agosto para el excepcional sello rosarino Blueart.


Horacio Fumero pasó por Córdoba

Colaboración especial de «Nada de lo mismo»

En la actualidad Fumero es contrabajista de los principales músicos españoles (reside allí desde hace años habiendo sido parte del grupo del pianista Teté Montoliu) una escena jazzística competitiva que arroja músicos de gran calibre. Es valorado por su fuerte pulso, su capacidad para crear líneas melódicas sobre el transfondo del tema, y la elaboración de intervenciones siempre estimulantes para los solistas. No es poca cosa. Además, compone.

Vuelos está realizado a través de una idea original, llevar a la música ciertas características de la fisonomía y comportamiento de los pájaros autóctonos. Así, el tema Carancho comienza a paso torpe y lento para levantar en un majestuoso vuelo. O el Tero Tero que gira alrededor con picardía, cayendo en picada a veces para volver a revolotear con una inquietud permanente.

Esta hermosa idea, que termina de cerrarse en el ámbito formal apegándose a la música vernácula (zambas, milongas, etc.) contó con dos músicos fundamentales: Mariano Loiácono y el talentoso Francisco Lovuolo. El primero con un gran rigor técnico particularmente apto para los ritmos rápidos y con una serie de recursos sonoros que multiplican las posibilidades tímbricas de la música: la utilización de sordina, el uso del fliscornio, las inflexiones jungle, etc. Lo de Lovuolo es para un punto y aparte.

Sofisticado y consistente este joven pianista santafesino es capaz de articular un discurso jazzístico plagado de ideas que se despliega por caminos de sorpresas pero que desemboca en resoluciones precisas sin, y al final del solo nos damos cuenta, haber divagado en lo más mínimo.

Más allá de los transitados espacios para la expresión personal propios del jazz, la propuesta de Fumero termina de consolidarse en los momentos de interplay, en el cual el apoyo mutuo que se brindan los músicos no oscurece en absoluto la idea de la voz cantante, más bien actúan de parteros frente al discurso del solista.

En fin, una noche íntima en este febrero que promete agitación para los cordobeses. Pero íntima no sólo por la propuesta de Horacio Fumero: no había más de cuarenta de personas.

“Qué difícil que es esto” decíamos al finalizar el recital junto a Adrián Baigorria (productor ejecutivo del recital junto al sello Blueart). Acaba de terminar el festival de Kaosquín, bautizado así recientemente por el lúcido e íntegro Juan Falú, donde se evidenció con la crueldad de los hechos cuán atravesada (¿partida, desintegrada, habría que decir?) están las expresiones musicales frente a la lógica de mercado. Y en el ámbito del jazz, a no ser por esa excepción a toda probabilidad, ese desafío a la casuística que es el Festival de jazz, la escena solo estaría algo agitada por un par de presencias internacionales al año deudoras de la buena voluntad y amor al género de un par de organizadores (léase Maximiliano Olocco y Santiago Moyano). Ese mismo mercado que precisa de músicos técnicamente formados para desempeñarse en rubros acotados, y el jazz como escuela es en general quien los provee, pero que encapsula toda iniciativa que no se subordine a sus dictados.

¿Qué papel juegan en todo esto los organizadores de espectáculos? ¿Cuál es la responsabilidad de los medios públicos? ¿Podemos esperar que el Estado cordobés -municipio o provincia- intervengan en el apoyo, gestión o promoción de este tipo de actividades?

En el 2000-2001 el periodista Santiago Aguirre se entregó a la quijotada de traer shows internacionales de primer nivel. Con coherencia en la programación, con un alto grado de riesgo y osadía en cuanto a los nombres convocados y contra la voluntad de los productores locales a quienes el jazz no les interesa para nada pero no vaya uno a meterse en un rubro que se encuentra bajo el mismo rótulo general. Porque a un Palazzo un Marc Ribot, un Bill Frisell, un Dave Holland no le interesa en lo más mínimo, pero no va a dudar en hacerte un festival de jazz el mismo día si osás intervenir en un mercado que pretende acaparar, por más que lo hiera de muerte, por más que pierda plata, por más que decrete la inutilidad de producir estos shows por falta de público habiendo generado las condiciones de su fracaso.

Son ladrillos en la pared, porque a esto hay que sumarle la apatía de municipio y provincia, que equivocan su rol de promover expresiones artísticamente valiosas por el de usufructuar determinados fenómenos populares: Allí donde la lógica de mercado opera con eficacia el estado solo participa para sacar réditos electorales.

Y los medios de comunicación públicos, radio nacional, los SRT ¿qué hacen al respecto? Poco, realmente poco. Con mejores intenciones a veces, pero con mecanismos discrecionales, se entra al campo de la difusión pública por contactos, amistades y hasta nepotismo. Incluso a contrapelo de la ideología manifiesta, lo cual les quita credibilidad y los coloca del lado de la hipocresía.

Así las cosas, un recital como el que brindó Fumero el pasado jueves queda recluido a un puñado de melómanos con sus fastidiadas parejas. Seres empedernidos y apasionados que cierran los ojos para sentir con más fuerza esa nota musical que te aprieta allí donde duele.