• Maxi Lambert

Maxi Lambert

2021

Foto: Romi / rokalberfotografía.

La canción post-pandemia ya fue escrita.

Una vez alguien dijo que el futuro sólo llegará en la medida que aprendamos a trabajar de forma colectiva. O dicho mejor: la única salida posible a un mundo cada vez más desigual es priorizando la actividad grupal por sobre la individual. Eso nos plantea dos buenas noticias: la primera es que un futuro mejor depende de nosotros; la segunda y más interesante es que el que está al lado es parte de la solución, al igual que nosotros.

Así es como surge esta iniciativa grupal en la que participamos Luciano Levin, aportando su claridad musical y conceptual, Edgar Fernando García, actualmente trabajando a distancia desde Andorra, y yo.

Nos propusimos crear nuestro espacio de encuentro musical libre de obligaciones y plazos. Desde hace un tiempo comenzamos a producir una canción post pandemia que sea una plegaria a la amistad.

El proyecto lleva ya unos meses de preparación y sobre todo mucho entusiasmo, que viene dado por el modo en que encaramos un proceso lúdico de composición con amigos. Grandes amigos.

Cada uno de nosotros continúa trabajando en sus proyectos personales. Tanto Luciano como Edgar preparan sus próximos lanzamientos con mucha profesionalidad y calidad artística. En mi caso, este es el año del lanzamiento de mi nuevo disco que cuenta con la participación de grandes artistas y fue producido en los estudios Maya bajo el oído del gran productor Luis Primo. El disco se encuentra terminado y a la espera de las fechas de lanzamiento, que será en los próximos meses del 2022.

En este marco tan musical hacemos recreos de composición colectiva y nos acompañamos en el proceso de producción. Como una nueva etapa de madurez que nos han enseñado estos últimos años, etapa en la que muchos artistas independientes se encuentran volviendo a producir después de la pandemia, comenzando de a poco a mover la maquinaria de nuevas canciones.

Seguramente la canción post pandemia ya fue escrita. Desde muchos lugares distintos. Esa es la tercera buena noticia.

Buena suerte entonces. Para este proyecto, sí. Pero también para todos los colegas de la música que elijan un camino colectivo de crecimiento.

Salú y buen año.

 

 

2019

Hoja de ruta de una gira.

¿Cuándo empieza un viaje? Determinar el momento exacto es difícil. Podríamos decir que es cuando cerramos la puerta de casa, damos media vuelta y salimos, dejando a nuestras espaldas lo seguro y estructurado. Pero, ¿y el tiempo que estuvimos preparando la valija? ¿Acaso nuestra mente y pensamientos no estuvieron ya viajando y recorriendo el territorio que poco tiempo después lo harán nuestros pies? ¿No empezó cuando elegimos el destino? Podríamos arriesgar a decir entonces que empezamos a viajar “por partes”. Que hay un estado de viaje. Y que hay una zona gris del medio, donde no estamos del todo en un lugar y al mismo tiempo estamos en todos.

La misma dificultad demarcativa se nos presenta cuando queremos establecer el punto en el que un viaje termina. ¿Cuándo podemos decir que volvimos? A veces parte de nosotros comienza a volver cuando aún estamos en el “afuera”. Otras veces nuestro cuerpo ya volvió pero nuestra mente sigue anclada en algún lugar o momento del viaje, es decir, sigue “de viaje”. De nuevo, volvemos discontinuados. Estamos en tránsito del tránsito.

Tendríamos que arriesgar una hipótesis todavía más abarcadora. Que lo contenga todo. ¿Y si el viaje comienza en realidad cuando nacemos? Quiero decir: ¿si pudiéramos extender esa zona gris tanto, pero tanto, que al fin y al cabo casi no hubiera otra cosa que la zona gris en sí? Viéndolo así tiene sentido. Como en una película: nadie se detiene demasiado en el comienzo o final de una escena. Y menos todavía se plantearía segmentarla en películas más pequeñas. Con el viaje pasa lo mismo. Estamos en él. Cada día. Somos pasajeros en tránsito. Millones de seres viajando. Y mientras tanto, hacemos cosas. Usamos teléfonos. Nos contamos historias. Nos enamoramos. Nos enojamos por cosas. Elegimos compartir el viaje con alguien. Elegimos no compartirlo más. Perdemos el tiempo en embotellamientos. Escuchamos canciones. Decoramos el hogar. Cosas. Mientras seguimos viajando. Todo el tiempo. Hasta que el viaje cambie de plano. Hasta que cambiemos de ruta, de móvil. Y sigamos viajando. En un tránsito infinito.

 

2018

La música es percepción, no admite descripción. Cualquier intento por describirla termina siendo más un detallado informe de sensaciones y percepciones individuales o colectivas. La música se describe a sí misma. Pero nos convoca.

En el 2018 tuve la oportunidad de dejarme atravesar por esas sensaciones en muchos momentos. Empecé febrero grabando en Europa al lado de Edgar Fernando García (amigo, músico y productor) un EP de tres canciones titulado “En blanco y negro” que vio la luz en el mes julio. Además de tocar en formato acústico en distintos escenarios durante todo el año, en abril junto a mi amigo Luciano Levin (músico y cantautor) entre charlas de mate y canciones comenzamos a darle forma al proyecto “Porque sí”, un show a fecha compartida llevado a cabo el 6 de octubre en el Centro Cultural Graciela Carena y el 19 del mismo mes en Mendoza.

Con La Arcaica, mi banda de blues, editamos el volumen dos de “No tan rural” grabado en los estudios Maya con el maestro Luis Primo. En más de una oportunidad fui invitado a tocar con el cuarteto de saxos SaxAs, compartiendo la maravilla de las melodías orquestadas.

Un año en el que cada vez que agarré la armónica o la guitarra pasó algo. Porque tuve, como dije anteriormente, la oportunidad de hacerlo. Porque se trata de eso: de oportunidades. Y en tiempos en los que solo se reivindica el mérito individual, yo pido para este año más oportunidades para todas y todos. Porque la música nos convoca.

 

2017

Un viaje de luz.

La luz del sol tarda cerca de ocho minutos en llegar a la tierra. Eso presenta dos cuestiones. La primera es que si miramos en este momento al sol estamos viéndolo como era hace ocho minutos, no podremos verlo nunca más actual que eso; la segunda: si el sol se apagó de golpe en este mismo instante, tendremos que esperar ocho minutos para entrar en un comprensible y aterrador pánico, o para respirar aliviados.

Palabras más, palabras menos, así empezó una charla de astronomía a la que asistí hace algún tiempo en el Observatorio Astronómico de Córdoba. Al escuchar esa introducción quedé alucinado. Me pasó eso que sentimos cuando descubrimos algo que siempre estuvo ahí y no lo habíamos notado, algo así como una verdad velada por naturalizar las cosas todo el tiempo.

Pero había algo más. Algo que no comprendí en ese momento si no varios días después. Algo familiar. Algo que también siempre había estado ahí y una vez más había naturalizado.

Un día entre mates de mañana y canciones de radio, escucho una melodía y comienzo a tararearla. No escuchaba bien de quién era, pero al parecer la tenía más que incorporada. Me detengo un momento para prestar atención. Era “Canción para los días de la vida”, de Luis Alberto Spinetta.

Tengo esa (para mí) sana costumbre de volver a escuchar inmediatamente una y otra vez esa canción que me gusta porque siento que no la disfruté lo suficiente. Este era el caso. Fui a buscarla en internet.

Ahí lo entendí todo. La canción pertenece al disco del flaco titulado “A 18 minutos del sol”. La intención original es la de hacer referencia en el nombre del disco al tiempo que tarda la luz en llegar desde el sol a la tierra. Pero hay un error que hace que sobren diez minutos. El flaco lo supo antes de editarlo, pero igualmente se publicó así. Quizá encontró un sentido todavía más noble que el anterior: la de pensar en un mundo nuevo.

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