Dirty Ortiz

Dirty Ortiz

2020

La sangría rockera

En julio de 2020, Trueno decidió partir a la mitad el año pandémico y se despachó con “Sangría”, un tema en el que –acompañado por Wos- golpeaba con la frase: “Te guste o no te guste somos el nuevo rocanrol”. Esa provocación surtió el efecto de un uppercut en la mandíbula de la gerontocracia rockera, que reaccionó como lo hubieran hecho los “jóvenes de ayer” en Grandes Valores de Hoy y de Siempre. Indignados, en vez de afilar sus colmillos para beber sangre fresca como hacen siempre, rociaron con insultos a la dupla de raperos para luego mofarse de ellos.

En esos largos meses de hibernación, cuando las noticias reemplazaron la consabida curva inflacionaria por la de contagios, la polémica entre nuevas y antiguas generaciones musicales pecaba de una frivolidad inquietante. Pero el debate se hizo un espacio, como no podía ser de otra manera, en las redes sociales, donde los argumentos contra la sentencia de “Sangría” pocas veces iban más allá del desprecio liso y llano. Como dándole la razón a Trueno, la vieja guardia del rock evidenció su senectud mediante comentarios cavernícolas que tan sólo mostraban cuán acalambradas estaban esas neuronas después de una vida entera de maltratos.

Estaba claro que “somos el nuevo rocanrol” era una guapeada incendiaria inspirada en las que protagonizaron la generación beat en la década del cincuenta, los revoltosos del Mayo Francés en los sesenta y los punks en los setenta. Esos desafíos de los que solo son capaces los que no tienen nada que perder y que, por eso mismo, se atreven a ser irrespetuosos. Después de haber sido ellos mismos los disparadores de consignas de similares características en épocas precedentes, los defensores de la ética del “sexo, drogas y rock and roll” deberían haber detectado de inmediato el reciclaje de aquel truco.

Sin embargo, por el contrario, reaccionaron con vehemencia y cayeron en la trampa de los freestylers, que terminan convirtiendo en realidad ese verso que ahora es asumido como una declaración de principios. Porque el logro de irritar a los vejestorios transforma en héroes de sus contemporáneos a dos pibes que, si algún mérito tienen en su aventura, es haber comprendido que tomar riesgo es la bandera de los que están irrumpiendo, en tanto que conservar el status quo es el imperativo de los que temen perder el poder que les ha sido concedido por el público durante las últimas décadas.

Sobre el final del año, esas mismas voces que condenaron la osadía de Trueno, le cayeron sobre la yugular a Gustavo Santaolalla, montados sobre la supuesta egolatría de la que habría hecho gala el músico y productor en la serie documental “Rompan todo”. Fue un destripamiento espantoso que, detrás de una motivación discutible, escondía un resentimiento que se creía sepultado en el rock nacional: la estigmatización del exitoso, como si fuera una especie de traidor que vendió sus ideales, sin preguntarse hasta dónde ese artista se envileció para alcanzar la fama y hasta dónde su coherencia fue, precisamente, la causa de su triunfo.

Desempeñando la función de una reserva moral que nadie les pidió que fueran, estos gruñones de cabotaje postean sus quejas en Facebook y Twitter como si desde allí pudieran cambiar el mundo. Mientras tanto, Trueno sigue entonando el nuevo rocanrol que conmueve a multitudes y Santaolalla respalda un producto audiovisual que será visto por millones de espectadores. Aunque no siempre hacer sea mejor que decir, las obras refulgen mucho más cuando las palabras que se pronuncian en su contra son tan necias.

Dirty Ortiz – Periodista – Escritor.