Entrevista

Amor al Cine del Teatro

11-12-2014 / Agenda, Cine, Entrevistas
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Este fin de semana será el último de un espacio cercano al corazón de miles de cordobeses. Como agradecimiento vitalicio de un socio enemigo de las despedidas, una entrevista a Juan Fragueiro, «el Señor de la boletería».


Amor al Cine del Teatro

Por | redaccion351@gmail.com

Años de asistencia casi perfecta; síndromes de abstinencia por los recesos de verano, puñaditos de amigos agobiados hasta que se volvieron socios fervientes; decenas de papelitos de las películas por venir guardados en una cajita; más de quinientas películas vistas entre la segunda mitad de los noventa y el domingo pasado, casi todas desde la octava butaca (contando de derecha a izquierda) de la quinta fila; tres o cuatro amores que supieron compartir el apoyabrazos; mentiras impresentables para esquivar compromisos y disfrutar la última de cualquier director amado; cientos de encuentros formales con el Señor de la boletería, la timidez extrema de siempre para decirle que, por el simple hecho de estar ahí, en la boletería, de jueves a domingos durante décadas, era uno de los imprescindibles de Brecht; miles de imágenes agolpadas en el alma cuando apareció un texto de despedida; días de tristeza, con altibajos, pero de tristeza…

Docenas de viejas en la cola del fin de semana posterior a la noticia del cierre, preguntado por qué, pidiendo que por favor no, agradeciendo por tanto; decenas de preguntas ofrecidas al Señor de la boletería en una única charlita: «Maestro, me gustaría hacerle una entrevista, para mí este cine es importante…», «Sí flaco, como quieras, te doy un mail y me pasás las preguntas, ¿querés?»

Las preguntas a Juan Fragueiro, el Señor de la boletería del Cine del Teatro, el de la 27 de abril, el de los últimos 20 años de vida en Córdoba. Las emociones por tantas vivencias, convertidas en preguntas con anécdotas y anécdotas con preguntas. Las respuestas de Juan, más certeras que las preguntas, en el último fin de semana del Cine para Ver:

Sobre los comienzos

Si pudiera contar lo que le pasó por la cabeza la primera vez que entró a la sala del Cine del Teatro, ¿qué rescataría? Si hay datos con fechas aproximadas, tanto mejor.

Octubre o noviembre del ’90… Yo era espectador asiduo del Microcine pero ese fin de semana estaba cerrado o daban una película que ya había visto, así es que enfilé para el Cine Teatro Córdoba (además en La Pelela de la Pulga alguien me había comentado que la señorita que atendía la boletería era oyente de mi programa). Recuerdo que estaban dando «Relaciones peligrosas» y otra más… Lo primero que pensé fue “qué hago yo acá?»… No sabía que estaba para escribir y vivir una historia porque después de muchos cafeses (sic), lomitos y películas, con la señorita de la boletería (María Inés Rodríguez) compartimos mucho más que el cine. Hoy tenemos tres hijos, Joaquín, Aitana y Lara, que son la conclusión de aquella tarde noche en que me pregunté “qué hago yo acá”.

¿Hay caras de espectadores que sigue viendo desde los primeros años?

Sí, naturalmente. A veces sabemos de antemano quiénes estarán primeros en la fila de los domingos. Algunas caras, a pesar de ser habitués de años, siguen siendo hoscas, serias o apenas contemplativas, otras ya tienen nombre, sonidos y una manera de interactuar que ya podrían ser más que caras, amigos.

Sabemos que “7 cajas” será la última. ¿Recuerda cuál fue la primera?

La primera del CTC no, no lo recuerdo. Sí sé que la primera película que pude programar, cuando Inés Allende consideró que ya estaba “listo”, fue el estreno de «El Día de la Bestia». Después siguieron «El Cocinero, el Ladrón, su Esposa y su Amante», y tantas más.

Sobre las películas

Es imposible dejar pasar estas preguntas:

¿Tiene una cifra aproximada de la cantidad de películas que pasaron?

Algo más de 2.500.

¿Cuáles fueron las cinco, diez, elija el número que quiera, películas que podría mencionar en la lista de lo mejor que pasó por el Cine del Teatro? Podemos asumir que el olvido hará injusticia, pero no importa.

Sin orden cronológico ni de méritos: «El día de la bestia»; «El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante»; «Bucarest 12.08»; «El caballo de Turín»; «Qiu Ju»; «Más allá del bien y del mal»; las «Kill Bill», «La estrategia del caracol»; «Cuestión de Fe»; «Cazadores de utopías»; «Balada triste de Trompeta»; «La celebración»; «El sacrificio»; «Cuchillo bajo el agua»; «Irreversible»; «12 monos»; «El milagro del P. Tinto; «Primavera, verano, otoño, invierno…»

De la manito de la anterior, ¿las cuatro o cinco más olvidables?

«Plaza de almas»; «No sabe no contesta»; «Hace mucho que te quiero»; «El amateur»; «El amor en los tiempos del cólera»…

Entre medio de las dos anteriores, ¿las que más lo sorprendieron porque no esperaba tanta o tan poca convocatoria?

«El caballo de Turín» y «7 cajas» fueron las que sorprendieron por la gran convocatoria.

La última de la serie: las que le hubiera gustado mucho pasar y nunca pudo.

«El anticristo». Era una película digna para esta sala, pero nadie compró los derechos de exhibición en Argentina y nunca exhibimos películas que no estuvieran registradas en el INCAA.

¿Recuerda funciones donde no fue nadie? Si ocurrió, ¿pasaron la película igualmente?

Las películas deben cumplir su horario, así que empezamos y aunque entre una sola persona, la función continúa hasta el final. Alguna vez pasó, sí, no recuerdo con qué película pero creo que fue en algún mundial de fútbol.

¿Por qué el gato en el sello del abono?

Es un secreto familiar… La gente se acostumbró a pedir el abono, «el coso ese» o «dame los gatitos». Alguna vez nos restringimos a sólo tres casilleros y se me ocurrió erradicar el gatito y poner unicornios. La gente votó por el regreso del gatito y ahí está, cumpliendo tres décadas.

Algunos se han ido vendiendo por monedas, otros se regalan, y otros estarán bien guardados. Cuénteme de los Afiches de las películas.

Los afiches son mis mascotas… Casi todos los precios son simbólicos, salvo en los muy clásicos que seguramente iré justipreciando para ponerlos a la venta en sitios típicamente cinéfilos. Hay muchos, y la idea es que queden en poder de quien realmente los quiera, o sea, ¡no solamente que les combine con el color de las cortinas!

Pocas veces vi un estallido de risas y aplausos al final de una película como en “La estrategia del caracol”. Usted recordará otros.

Al final de «Ser digno de ser», el silencio en la sala fue abrumador… Y cuando la madre reconoce a su hijo después de muchos años su grito es silencioso mientras la cámara se aleja hacia arriba… Y estalla en un aullido desgarrador… Salieron todos llorando.

Las películas del Dogma generaban muchos comentarios. ¿Recuerda algún caso de gente enojada por alguna película que se lo haya manifestado?

Si, sobre todo con «Los idiotas». Pero la explicación era redondita. No existió el tal dogma, fue una burla de los cofrades de Lars von Trier. Mucha gente se expresaba en la boletería como si fuéramos nosotros los autores del filme. Felicitaban, criticaban, puteaban…

 

Sobre la economía del cine

Habrá habido más de un momento difícil en términos económicos. ¿Alguno fue el peor de todos? ¿Cómo siguieron?

El primer momento crudo fue en la época de la convertibilidad, cuando en Córdoba circulaban bonos y a los distribuidores en Buenos Aires había que pagarles en pesos… Salimos de esa como salimos de tantas otras, con un poco de paciencia, un poco de inteligencia y mucho apoyo del público que no dejaba de ir al cine.

En la segunda mitad de los noventa, el primer sello del abono salía $ 6 y cada uno de los tres restantes $ 1,50. En estos últimos meses, $ 50 y $ 15. ¿Lo puedo llevar a la época de los pesos argentinos de la primera mitad de los ’80 y a los australes de la segunda mitad? ¿Recuerda los precios? En algún momento habrán variado semana a semana…

La entrada de socios era de un millón y medio de australes. Siempre rondaban los simbólicos unos y cincos: 1.500.000; 1,50; 15.00…

El costo de la entrada fue siempre muy accesible. Hoy por caso: con menos de $100 se pueden ver ocho películas. Y el abono nunca tuvo vencimiento. ¿Cómo hicieron a bancar esto durante tanto tiempo?

Nunca pensamos en el cine como un negocio, fue más bien una experiencia de adicción personal, una manera de ser mecenas sin necesidad de serlo, o algo así. Nos mantuvimos a puro huevo, a puras ganas.

 

Sobre la sala

Las escaleritas de acceso al costado de las butacas siempre fueron una invitación al tropiezo. Imponen un ritmo para subir y bajar que debe ser único. Escalones bajos y con el largo suficiente como para contar a unos cuantos asistentes poniendo las manos como estrellas de Hollywood. Cierta vez, una señora llegó tarde. El cine estaba bien completo. Por orgullo se habrá excusado de la ayuda del acomodador. El inicio de la película era un plano secuencia oscuro, interminable. La señora se quedó parada en la escalera un rato largo, seguramente esperando alguna escena clara que alumbre un poco. Cuando finalmente asomó un poco de luz, apuró el paso en bajada para ubicar alguna butaca y el ruido de la caída produjo más risas que voluntarios para ayudarla. Si no me dice que nunca se cayó en treinta años, usted es un distinto.

Soy un distinto… jejeje. He caminado esas escaleras antes de subirlas o bajarlas… Como una especie de rito satánico (“A ver escaloncito hijo de puta, tirame al piso…”). El truco es que para subirlas rápidamente los escalones se suben de dos en dos, para bajar es lo mismo y una vez que le coges el tranquito (como dicen en «El milagro de P. Tinto») nada puede tirarte.

Después de mucho tiempo sin poder ir, regresé y las butacas verdes se convirtieron en negras. ¿Recuerda cuándo fue aproximadamente?

Sí, retapizamos todas las butacas en el 2012.

Recuerdo un domingo en que se cortó la luz. Calor, diciembre me parece. Primera función. Seis y media de la tarde. Corrieron las cortinas para que entrara luz de la calle. Fue increíble. Nunca habíamos visto la sala con esa iluminación. La gente no se iba. Todos charlando, sin apuro, pensando “ya volverá la luz”. Fue la vivencia más esclarecedora de que para muchos, lo lindo era no sólo ir a ver películas a ese cine, sino simplemente “estar” en el cine, en esa sala. Un comentario repetido entre amigos los fines de semana lluviosos y/o fríos era “qué lindo para estar en el Cine del Teatro”. ¿Cómo era en su caso? ¡A lo mejor usted quería quedarse en su casa!

¡Seguramente más de una vez debo haber preferido quedarme en casa! Pero también disfruté viniendo al centro para ver amigos en la sala.

Me tocó vivir una experiencia bellísima, dentro del “contratiempo”. Me parece que fue con “El séptimo sello”. Si no es así corríjame. En un momento, de bien que venía la película, se produjo en el centro de la pantalla un círculo irregular cuya circunferencia fue tomando un color marrón a medida que se iba agrandando. La película misma, la cinta, se había incendiado. Ahí nomás Daniel (entiendo que habrá sido Daniel) cortó la proyección. Habrá cortado la parte dañada y al ratito volvió la película, que volvió a quemarse un par de veces más. Algunos se habrán molestado. Otros habrán sentido que ese momento quedaría en la memoria. De ahí mismo viene la pregunta por esas películas viejas, frecuentemente seleccionadas para acompañar a otra más nueva. ¿Qué películas en 35 milímetros les hubiera gustado pasar y no pudieron por el estado de la cinta?

Con el 35 mm tenemos una relación amorosa y clandestina… Nunca dejamos de pasar ninguna, a lo sumo poníamos carteles advirtiendo que el estado de la copia era regular o malo. A veces el daño estaba en la banda de sonido y zafábamos lo mismo.

Siempre quise saber cómo calcula cuántas entradas puede vender para la próxima función. “Son años” puede ser una respuesta lapidaria, pero la verdad es que nunca se sabe cuántos se quedan a ver las dos películas…

Son años… El cálculo inicial es matemática pura, cuando vendiste las 210 entradas, la gente debe esperar para ver cuántos se van, y los que se van son los que salen sin ningún apuro, esos no vuelven a ver la segunda película…

¿Quién elegía la música para la previa de las películas? Una fija era Serrat, y otra esa juntada de Paco de Lucía, Al Di Meola y McLaughlin en San Francisco. Después no se pasó más…

Sí, también hemos musicalizado con Wagner, Pink Floyd, Flamenco, Gaitas celtas… Dejamos de poner música en los intervalos cuando una asociación argentina (AADI CAPIF) pretendió cobrarnos impuestos sobre esa música, siendo que ya pagábamos el impuesto por la música de la película misma. Así que pusimos un cartel en la sala, advirtiendo a los espectadores de este inoportuno impuesto e invitándolos a silbar la canción preferida mientras llegaba la otra película.

¿Recuerda el año en que se instaló el proyector para las películas en formato DVD/Blue Ray? Qué discusión se habrá generado…

2010 aproximadamente. Lo discutimos mucho. Es más, hicimos una función exclusiva con 15 amigos para que opinaran mientras lo calibrábamos… No hubo discusiones, fue una ceremonia rara.

 

Sobre el decálogo

Le propongo preguntas sobre algunos puntos.

“Una vez que ingresen en la Sala, ocupen una butaca por persona. Es de mal gusto, e injusto, ocupar más de lo necesario.” Esto debe ser por los grandotes que he visto poner las piernas amablemente, una en cada una de las dos butacas de adelante. Le quiero confesar que alguna vez lo hice. Bueno… Alguna vez…

No discriminamos por tamaño personal, sino por el lomismo cordobés que es amplio, aquellos que con sus bolsos o mochilas ocupan la butaca de al lado simplemente para no tener que rozarse con nadie; ¡pero además esa manera de sentarse hizo que muchas de las butacas nuevas debieran ser reparadas!

“Si su adicción es la comunicación telefónica, por favor tómese un respiro y desconecte sus celulares y otros equipos similares.” ¿El tiempo fue cambiando los hábitos no? Recuerdo las primeras veces, cuando sonaba un celular, era casi un griterío condenatorio al propietario. En la función del domingo, de “Mis tardes con Margueritte”, habrán sonado, no exagero, entre ocho y diez celulares distintos. Al punto de que una señora ya cansada gritó “¡El celular!” justo en la escena en que Depardieu encuentra a su madre muerta. Otra confesión: “The Wall” en el Cine del Teatro fue una gran emoción. Después de haberla visto no menos de veinte veces por simple fanatismo, la noticia de su proyección en nuestro cine generó la locura de prender el celular y comenzar a sacarle fotos a la pantalla, En medio de “Good Bye Blue Sky”, alguien se vino al humo, medio agachado para no tapar a los de la sexta fila, a decir “Por favor el celular…” No le puedo explicar la vergüenza… ¿Tuvo que hacer eso muchas veces? ¿Recuerda algún reto particularmente memorable?

Y ese día estuve amable y te pedí por favor… Generalmente he sido mucho más torpe que el mismo torpe con el celular, les he alumbrado la cara con la linterna o desde el espacio del cortinado con el láser rojito les hicimos carreritas por las manos.

“Es medianamente aceptable que conversen, en voz baja, con su acompañante, mientras se proyectan las colillas de las próximas películas. Cuando se apagan todas las luces y comienza la película central, es de buen gusto y urbanismo cerrar la boca y prestar atención a lo que se desarrolla en la pantalla. Recuerde que en un cine, en las próximas dos horas, los protagonistas son otros.”  Recuerdo un tipo, que más de una vez escuché, que casi relataba y comentaba las películas. Le escuché frases como “Claro, le dice eso porque no sabe que es la madre…” “Fijate lo que pasa ahora…” Todo el tiempo así… Alguien una vez le gritó: “¡Callate, flaco! ¡Andá a relatar a Talleres!” Fue una risa. O con “El Señor de los Anillos”, donde el cine se llenó de chicos que claramente no eran “socios” del cine en términos de frecuencia, y se la pasaron hablando. ¿Recuerda alguna vivencia en particular sobre este punto?

Algunas intervenciones han sido divertidas, como en la proyección de «Cielo líquido». Una alienígena hace el amor con los terrícolas y después del orgasmo se los come. Al tercer terrícola devorado alguien gritó: «¡Esta es la venganza del zorro!” Acertada y muy carcajeada intervención.

“Sepan que al cine la gente decente viene a pasar un rato agradable, no molesten a su vecinos de butacas, no den puntapiés al de adelante, no codeen a los de sus costados”. En la función del domingo, una doña que tenía en la fila de adelante se mudó tres butacas a la derecha porque cada vez que cambiaba el cruce de piernas, una patadita al respaldo. Hay algo de la comodidad de ciertos lugares que casi opera como condición de querencia. Sitios que uno siente como propios, entre otras cosas, porque no existe esa comodidad que es casi un alarde de recursos. Esas butacas altas, reclinables, con mucho espacio, hasta con el dispositivo en la punta del apoyabrazos para dejar el vaso de gaseosa, casi explican por sí solas una concepción del cine que tantos dejamos pasar. Al punto de que, cuando hubo una peli imperdible en cartelera, muchos nos habituamos a esperar que la pase el Cine del Teatro para ir a verla. ¿Cómo es su relación con el cine de butacas cómodas? Por cierto, ahora va a tener tiempo de ir.

Seguramente tendré más tiempo para ir… Pero, ¿habrá películas que valga la pena ir a ver? No me molestan los cines de butacas cómodas, lo incómodo es el espectador de esos espacios.

“Traten de llegar a horario, al menos en el momento exacto en que la película da comienzo. Esa muletilla  ‘el espectáculo comienza cuando usted llega’ es una mentira (lamentamos desilusionarlos).” Claro, pero no sólo por molestar a todo el mundo en el ejercicio de encontrar una butaca, sino por consideración de la misma película. En alguna charla, Andrés Rivera recordó un ciclo de cine con amigos que se juntaban a ver cintas que habían perdido, por alguna razón, el inicio y el fin. Nadie sabía cómo empezaban ni cómo terminaban esas películas. La aventura consistía en ir adivinando los hilos de la trama y luego en imaginar posibles desenlaces. Es un buen momento para preguntarle por algún tipo de cine predilecto, alguna tradición, algún director. Usted sabrá.

Soy un devorador de cine, trato de ver todo el cine que me sea posible, descartando el cine de terror o ciencia ficción. Respecto a los directores… Me gustan todos los que he visto y no son pocos.

 

Sobre Juan

No recuerdo vez alguna que usted no me haya cobrado la entrada. ¿Faltó algún fin de semana en todos estos años?

He faltado, dos o tres veces, con gran preocupación en mi familia porque si no vas al cine estás mal en serio.

¿Ve cine en su casa? ¿Se pone a ver una película en Space digamos?

No, nunca veo cine en televisión. Sólo algunas series. Para cine tengo una importante videoteca a la que dedicaré más horas semanales.

¿A sus hijos les gusta el cine? ¿Fueron a ver películas a la sala?

Mis hijos son más eclécticos que yo. Gustan desde Tim Burton hasta Alex de la Iglesia, pasando por Hannah Montana o Violetta. Han ido a la sala y, por supuesto, hemos llevado a los cursos completos, desde jardín de infantes hasta los finales sextos grados de los tres (Joaquín, Aitana y Lara); ellos han sido muy buenos anfitriones de sus compañeros.

¿Qué piensa de los melancólicos que entienden que usted ya se ganó el cielo pero quieren seguir yendo a ese cine y no a otro?

Nunca pretendí ganarme el cielo, prefiero perderme en el infierno.

Pregunta giluna final que pretende ser profunda. ¿Qué es el cine, Juan?

El cine es ilusión de movimiento. Este CINE es uno de los espacios más preciados que he tenido el orgullo y el honor de poseer. Ha sido mi adicción. Ahora es mi despedida. Será mis recuerdos o vaya uno a saber qué… Pero de algo estoy seguro: es una hermosa relación que concluye armoniosamente. Creo que es uno de esos finales soñados.

 

Último fin de semana:

Cine del Teatro Córdoba – 27 de abril 275.

Jueves 11 al domingo 14 de diciembre: 

«La esposa prometida» A las 19 y 22.40 horas. 

«7 cajas» A las 20.40 horas. 

Entrada general: $ 15.

 

Pedido extemporáneo.

Juan: Algo debería pasar el domingo, cuando finalice la última función… Destapemos una sidra, bailemos en el escenario, cantemos el himno del Club Banco, hagamos un campeonato de sombras chinas, juguemos a las escondidas, hagamos carreras de embolsados por las escaleras en bajada… No sé, algo… ¿No? Bueno, se verá…